Por desgracia o suerte, nuestra sociedad se debate entre infinidad de riesgos y problemas. Sin embargo, mientras unos pocos atraen con fuerza la atención de los medios, generando verdaderas alarmas, la mayoría de ellos permanece ausente de las noticias destacadas: sólo quienes los sufren, y sus familias, tienen plena consciencia de la gravedad. Asuntos como la violencia de género o el cambio climático acaparan todas las portadas; otros muchos como el suicidio o las enfermedades mentales graves no se encuentran siquiera en la agenda de la opinión pública.
Sin embargo, no es la gravedad de cada problema lo que determina su visibilidad social, sino otros elementos más circunstanciales y artificiosos. En España, el suicidio es la primera causa de muerte violenta por delante de los accidentes de tráfico y, con mucha diferencia, de los homicidios. Ahora bien, mientras los accidentes de circulación generan alarma intermitente, el suicidio se encuentra permanentemente ausente. Ni la opinión pública se muestra consciente de su gravedad ni las autoridades dedican grandes recursos a paliarlo. Y ello a pesar de que El Suicidio de Emile Durkheim (1897) fue el estudio pionero que inauguró el análisis sociológico. ¿Por qué ha caído el suicidio en la más absoluta indiferencia?
Tampoco causan gran preocupación los homicidios en general, quizá porque España tiene una de las tasas más bajas del mundo (0,70 por cada 100.000 habitantes). Pero existe un subconjunto de ellos que desencadena una desorbitada alarma mediática y social: los de mujeres a manos de sus esposos (51, el 43% de los homicidios de mujeres y 16% del total). Los medios no sólo informan con todo lujo de detalles morbosos; llevan además una detallada contabilidad, asignando números de orden. De ningún modo puede restarse gravedad a estos hechos, pues cada uno implica una tragedia para la afectada y su familia, pero si tanta indignación produce la pérdida de una vida ¿por qué los homicidios de mujeres a manos de otras personas y los homicidios de varones alcanzan, generalmente, una relevancia mediática y social nula? ¿Por qué algunas muertes se convierten en problemas sociales de proporciones colosales y otras caen en el más absoluto desprecio?
Construyendo el relato
En Creating social problems (1977), Malcom Spector y John Kitsuse sostienen que la relevancia que la sociedad otorga a cada problema no depende de su gravedad objetiva, porque a lo que el público presta atención no es al problema propiamente sino al relato que se construye a su alrededor. La opinión pública solo contempla el adornado envoltorio con el que ciertos grupos organizados lo presentan. Por ello, afirman, es necesario analizar el complejo proceso por el que multitud de grupos promueven determinados problemas, compitiendo entre ellos para captar la atención de los medios, atraer la mirada de los gobernantes y, en última instancia, recibir cuantiosos fondos del contribuyente. Muchos son los grupos que impulsan problemas concretos, pero ni el foco de los medios ni la capacidad de atención, y de compasión, del público dan para todos. Sólo una ínfima parte alcanzará una relevancia extraordinaria; otro puñado logrará un éxito moderado. Pero la inmensa mayoría quedará fuera del discurso público.
En España, el suicidio es la primera causa de muerte violenta, pero ni la opinión pública le presta atención ni las autoridades dedican grandes recursos a paliarlo
Sin embargo, al contrario que en otras competiciones, aquí los elementos objetivos no cuentan demasiado. No logran mayor repercusión los problemas que afectan a más gente, causan más riesgos, más sufrimiento o más costes sino los que se envuelven en un relato conmovedor, cuentan con una retórica encendida, con un discurso basado en conocidos mitos políticos, no en análisis rigurosos. En definitiva, aquellas historias capaces de atraer masas de lectores de diarios y telespectadores. Y también aquellos relatos que confluyen con los intereses de partidos políticos o importantes grupos de presión.
Identificar víctima y villano
La carrera hacia la construcción de la alarma social comienza con un grupo de activistas quejándose de supuestos agravios, condiciones perversas, discriminatorias o indeseables. O advirtiendo de un grave peligro para la humanidad. Es la fase de reivindicación. Algunas quejas tienen base sólida; otras menos, pero todas inician la carrera. Los impulsores pueden pertenecer al colectivo agraviado, ser activistas profesionales o personas que actúan de manera altruista.
A veces los impulsores son expertos, que utilizan su autoridad para identificar e impulsar quejas y reivindicaciones dentro de su campo de estudio. Actúan frecuentemente de buena fe pero también con ciertos sesgos ya que existe una propensión muy humana a sobrevalorar la relevancia de la propia disciplina y la validez de sus instrumentos (cuando sólo tienes un martillo, todo te parecen clavos). Otras veces, sus motivaciones son menos desinteresadas pues el éxito de su relato favorece una lluvia de ayudas y subvenciones para investigar y buscar soluciones. Hoy día son legión quienes viven de los estudios "de género". Y los proyectos de investigación tienen muchas más posibilidades de obtener ayudas y subvenciones si hace referencia al "cambio climático". Nadie es perfecto.
La carrera hacia la construcción de la alarma social comienza con un grupo de activistas quejándose de supuestos agravios y condiciones discriminatorias
Para disponer de opciones de éxito, la queja y la reivindicación deben encuadrar el problema en un marco conceptual irresistible para los medios, utilizar una retórica simple, teatral, emocional, que toque la fibra sensible del público. La trama debe contener tres elementos esenciales: a) un grupo-víctima homogéneo, que desate simpatías y mueva a la compasión; b) un villano malvado, en el que la masa descargue su rabia; y c) una solución concreta que, por descabellada que sea, requiera desembolso de fondos públicos.
Si difícil es llegar al éxito rotundo, no menos complicado es mantenerse en el foco de una opinión pública siempre ansiosa de novedades, muy propensa al hastío y al aburrimiento. Por ello, incluso los programas reivindicativos con éxito abrumador deben evolucionar, aportar nuevas quejas, nuevos peligros, crecientes alarmas o, incluso, nuevas víctimas.
Por qué unos problemas alarman pero otros no
A pesar de segar más vidas que cualquier otra causa violenta en España, el suicidio no ha cuajado como problema mediático por la dificultad para construir un relato con un grupo víctima compacto y un culpable a quien señalar con el dedo. Los suicidas pertenecen a grupos muy diversos y tienen motivos muy dispares. Que sean en su mayoría varones ayuda muy poco en un ambiente de corrección política donde los hombres deben representar el papel de malos. Tampoco resulta fácil diseñar un malvado Blofeld o una siniestra organización Spectra a quien culpar. Lo mismo sucede con la mayoría de los homicidios y las enfermedades mentales graves: no hay villano creíble a quien responsabilizar de todos los casos.
Por el contrario, los homicidios de mujeres a manos de sus maridos, o compañeros sentimentales, han sido envueltos en un relato que contiene todos los elementos que suscitan atención y alarma. Hay una víctima universal, el colectivo de mujeres, y un verdugo, el machismo, el “heteropatriarcado” e, incluso, potencialmente todos los hombres (o, al menos, los que no comulgan con ciertos postulados). Un planteamiento paralelo al concepto de "precrimen" popularizado en la famosa película Minority Report.
Los proyectos de investigación tienen muchas más posibilidades de obtener ayudas y subvenciones si hacen referencia al ‘cambio climático’
Así, el enfoque de la "violencia machista" atribuye todas las muertes al mismo origen, a un maléfico conciliábulo, a un imaginario asesino en serie, cuyas muertes son objeto de un conteo exhaustivo para alarma e histeria de la opinión pública. El relato es muy eficaz pero ciertamente dudoso y discutible. Reviste enorme gravedad la pérdida de cada vida pero no existe motivación común a todas ellas. Como el resto de los homicidios, y los suicidios, cada una de estas tragedias tiene sus complejas circunstancias, sus particularidades, sus causas singulares. Por ello, las draconianas soluciones aplicadas, basadas en causas simplistas, en consideraciones puramente ideológicas, no han resuelto ni paliado el problema. Pero han creado otros nuevos. Y han permitido colar de rondón la peligrosa idea de que debe tener similar consideración una discusión de pareja, o un insulto, que un homicidio. O que una cosa lleva a la otra.
Por su parte, la clave del éxito del cambio climático consiste en el marco narrativo que atribuye la subida de la temperatura a la actividad humana, no a causas naturales. Los costes, perjuicios y peligros serían idénticos en los dos casos pero si el origen fuera natural... no existiría villano a quien culpar. Ahora bien, el problema del calentamiento habría quedado en otra alarma ecologista más, como la lluvia ácida o el agujero de la capa de ozono, si no fuera porque el planteamiento resultó útil para ciertos intereses en la confrontación internacional de bloques. La alarma climática por el uso de derivados del petróleo se alineó rápidamente con la estrategia de muchos gobiernos occidentales para reducir la dependencia de un oro negro que ha venido fomentando el terrorismo islamista y sosteniendo a gobiernos como el de Venezuela o Rusia.
Con todo, para mantenerse en el candelero tanto tiempo, el relato del cambio climático debía buscar nuevos elementos, mayor drama. Aburrido el público de la prevista subida del nivel de los océanos, ahora también el hambre o la emigración se deben al cambio climático. Renovarse o morir.
Nuestra sociedad ha sufrido, sufre y seguirá sufriendo numerosos problemas. Unos muy graves; otros menos. Es el sino del devenir humano. E intentar resolverlos, su gran reto. La gran novedad del mundo moderno consiste en que antaño no había tanta gente aspirando a vivir de los problemas, a hacer caja con la desgracia de los demás.