Ya están ahí los nuevos ayuntamientos, y con ellos el fin de este quilombo vergonzoso de los pactos y baile de sillones. El PP, con menos apoyo que nunca, mantiene el tipo. Vox va directo a reencontrarse con su verdadera vocación, un partido que apoya pero que no decide, o que decide poco; directo a volver allí donde siempre estuvo, en el PP. Lo veremos dentro de cuatro años y con mucha naturalidad.
Y Ciudadanos, un partido sin brújula, pero con un liderazgo fuerte que no se amilana ante aquellos que desde dentro, y razonablemente, le recuerdan las razones por las que nació, creció, se desarrolló y fracasó: un partido bisagra con la enorme fuerza de quitarnos a los españoles la penas de ver cómo partidos nacionalistas -y hasta regionalistas-, tienen capacidad de decidir las políticas nacionales en el Congreso. Que Rivera no sea consciente de su importancia es lo que más sorprende de un político que hoy no goza de la imagen y la seguridad que un día tuvo. Su poder municipal no pasa de Granada y Melilla -el PP tiene hoy 20.000 concejales y Cs 2.000-, y por eso, porque ante los hechos no valen las razones, se entiende bien a Francesc Carreras, uno de los fundadores del partido naranja, que no termina de entender que la criatura se haya convertido en un adolescente caprichoso de 39 años.
Ciudadanos debe desprenderse de la sospecha que le acompaña por aceptar los votos Vox y prepararse para después de salvar a Pablo Casado hacer lo mismo con Pedro Sánchez
Pero Rivera, por muy caprichoso que sea y por muy paralizado que esté después de repetir hasta el hartazgo que con Sánchez ni a tomar café, tiene la responsabilidad de la precipitación y la de confundir sus deseos con la realidad. No es para gobernar España para lo que lo han llamado los españoles, y sí para colocar a los nacionalistas excluyentes -¿los hay incluyentes?- como estatuas de sal en sus escaños del Congreso. Ciudadanos tiene el poder que no quiere, o al menos no parece detectarlo. Parece como si le avergonzara. Puede dar a España la estabilidad que probablemente sólo tuvo cuando hubo mayorías absolutas. Y ni siquiera, porque aun entonces González y Aznar fueron sin ninguna necesidad muy generosos con los nacionalistas.
Rivera puede hacer que, junto a los votos del PSOE y el PP, se cambie la Constitución y reformar así la Ley Electoral, eso que tantas veces prometió Rivera y que haría que sus escaños no les salieran a precio de saldo. Si el Gobierno de España estuviera fuera de la órbita de los que un día configuraron el llamado gobierno Frankenstein, si los populistas-comunistas-bolivarianos-republicanos-anticapitalistas quedan para seguir pensando cómo asaltar los cielos los próximo cuatro años, la gran mayoría de los ciudadanos españoles tendríamos razones para pensar que nada importante se ha perdido. Y, sobre todo, sabríamos cuál es el valor real de nuestro voto.
Rivera, tiene la llave, pero no tiene la palabra. Rivera puede, pero Pedro Sánchez ha de moverse. El presidente del gobierno en funciones tiene la obligación de explorar la posibilidad de contar con Cs y no echarse en manos de rufianes, bildus y puchdemones. Sánchez debe llamar a Rivera y olvidar eso tan poco ingenioso del trifachito y las derechas, entre otras cosas porque Ciudadanos no es Vox y tampoco es el PP. Y sus votantes menos aún. La operación requiere de mucha valentía e inteligencia. De altura de miras, que dicen ahora. Ciudadanos tiene que quitarse la sospecha que le acompaña por aceptar los votos Vox y debe prepararse para explicar que después de salvar a Pablo Casado se dispone a hacer lo mismo con Pedro Sánchez. Ni siquiera es su obligación, es su naturaleza vertiginosa y arriesgada.
Sánchez debe llamar a Rivera y olvidar eso tan poco ingenioso del ‘trifachito’, entre otras cosas porque Ciudadanos no es Vox y tampoco es el PP; y sus votantes, menos aún
Hay quien cree que así van directos al suicidio político, y quienes pensamos que están muertos si se conforman con ser la muleta del PP los próximos cuatro años. Entre la copia y el original la elección es fácil. Por esto Albert Rivera, tan poco considerado con las esencias fundacionales de su partido, no haría mal en considerar sus líneas rojas con el PSOE y con Pedro Sánchez. Vale, sí, de acuerdo. Las campañas electorales invitan al exceso verbal, incluso a la mentira. Vale, ya está. Ahora toca pensar en España ante su mayor problema: Cataluña. Esta es la única razón de ser Ciudadanos y cuesta creer que ninguno de que Rivera tiene a su alrededor lo vea.
Francesc Carreras tiene razón cuando escribe: “Se te acusará y con razón, de que por tu culpa arrojas al PSOE a pactar con Podemos y los nacionalistas, algo que Ciudadanos decía que debía impedir”. Los españoles que votaron a Rivera están preparados. Pocos son los que no entenderían un movimiento como el que desde tantos sitios dispares se demanda. ¿Para qué sirve Ciudadanos? Para esto, señor Rivera, para esto. Y probablemente, vista la espantá de Cataluña, para poco más.
Atentos pues a los próximos días, porque vamos a conocer la auténtica piel de Pedro Sánchez. Le toca a él llamar a Rivera. A él explorar esa posibilidad que tanto deseamos algunos. A él ejercer como un dirigente pragmático y demostrar que el interés general está muy por encima de su idea, la única hasta ahora, de permanecer en el poder. Dice María Zambrano que para conseguir algo hay que desearlo continuamente. No cejemos ante la esperanza.