No saben dónde está Herat y Badghis. Tampoco cuántas tribus ni confesiones religiosas existen en Afganistán, ni cuáles son sus conexiones con los países limítrofes. Menos aún la historia del país. No podrían nombrar ni a uno de los jefes locales. No saben qué población tiene, la renta per cápita, ni los porcentajes por sexo, analfabetismo o mortalidad infantil. Desconocen todo, pero aun así son capaces de equiparar a los talibán con los franquistas, o sacar el ejemplo para darnos una lección sobre el “patriarcado”.
También está el progresismo que calla, a lo Kamala Harris, o que se mira el reloj en mitad del funeral de los trece soldados asesinados en Kabul, como Biden. Es la izquierda que no dice nada, que nunca lo dijo porque son musulmanes, y aquí, en el “infierno” del cristianismo que tanto desprecian, les sirven para alardear de multiculturalismo. Es esa izquierda que en las vociferantes manifestaciones del 8-M se olvida de los derechos de las mujeres que viven en el Islam, y se centra en el color rosa o en las tallas de la ropa.
Hablo de esa izquierda, como la ministra de Trabajo, que se atraganta con la palabra “militares” y prefiere felicitar a los “trabajadores públicos” que han estado en Afganistán. Es ese mismo desprecio que hacen a las Fuerzas del Orden, como Marlaska permitiendo la humillación anual en la localidad navarra de Alsasua, pero a las que luego tienen para su servicio personal de seguridad. A la mansión de Galapagar me remito, que dejó sin guardias civiles suficientes a los pueblos limítrofes.
Los izquierdistas están ahí siempre preparados para corregirnos, mirarnos por encima del hombro desde su fatal ignorancia y hacer negocio. Es el caso de Ian Gibson, escritor izquierdista que se permite decir a España todo lo que hace mal y debería hacer, como proclamar la República o sacar a Queipo de Llano de su tumba bajo el altar de la Virgen de la Esperanza Macarena. Gibson aprovechó la ocasión, qué boda sin la tía Juana, para decir que el militar de la Guerra Civil era como un talibán.
Los izquierdistas están ahí siempre preparados para corregirnos, mirarnos por encima del hombro desde su fatal ignorancia y hacer negocio
Es esa izquierda que compara a la derecha con los fundamentalistas terroristas al tiempo que sueña con barrenar la Cruz del Valle de los Caídos y arrancar todo vestigio del franquismo. Esos mismos que critican la falta de libertad, pluralismo y derechos civiles en el Afganistán talibán, pero aquí aplauden a los que gritan “fora feixistes dels nostres barris” o “els carrers seran sempre nostres” a todo aquel que no sea independentista.
O esos que se llevan las manos a la cabeza porque los talibán van a controlar la educación en su país para determinar la visión que de su historia tengan las nuevas generaciones, y aquí publican un manifiesto para que el Gobierno revise los libros de texto y evite “el bloqueo de la Ley de Memoria Histórica en las aulas”. No quieren que haya “resistencia” de las editoriales, ni en ciertas comunidades autónomas, como Madrid, Andalucía, Galicia, Murcia, o Castilla y León.
Es esa izquierda que afirma, con razón, que Afganistán va a ser un narco-Estado, pero no dice nada de Venezuela y del “Cártel de los Soles” -los “soles” son las estrellas que distinguen a los altos mandos militares venezolanos-. Calla acerca de que el 90% de la producción de cocaína colombiana se distribuye desde el paraíso chavista. Es una droga que llega a Estados Unidos y a Europa gracias a la organización paraestatal del narco venezolano, ese paraíso donde se come “tres veces al día” y la gente hace cola en los supermercados porque “le gusta charlar”.
No falta el tercermundismo, claro, y su variante terrorista. Porque esa izquierda, tanto la locuaz como la silente, ha culpado del terrorismo al libre mercado, a la globalización, al cambio climático provocado por el capitalismo, a Israel y a Estados Unidos. Esa que en España es comprensiva con ETA y despreciativa con sus víctimas, que no caben en ninguna ley de memoria histórica ni democrática. Ahora, claro, la izquierda no sabe cómo explicar el fenómeno del terrorismo cobijado en Afganistán porque no cabe la equidistancia ni aquel “negocien, ustedes que pueden”.
Encontró esa izquierda pronto a los culpables del fracaso entre la derecha, como siempre, pero enseguida cerraron la boca. Las culpas eran de Bush jr. y de Aznar, aunque callaron porque vieron que la responsabilidad pasó, entre otros, a Obama y Zapatero, quien aprobó en el Congreso el envío de más tropas a Afganistán. Luego señalaron a Trump, que negoció la retirada con los talibán, hasta que la chapucera retirada de Biden ha sido un escándalo en todo el mundo. Todos eran “fachas” hasta que se les recordó los últimos tiempos, y tuvieron que recular.
Es muy fácil ser de izquierdas. Solo hace falta mostrar mucha indignación y repetir las recetas ecofeministas igualitarias y estatistas. A partir de ahí se puede soltar todo tipo de barbaridades, dar lecciones, alardear de superioridad moral, y castigar a los que no piensan o se comportan igual. Y cuando adoptan por vergüenza el silencio, como han hecho asociaciones feministas, algunas oenegés, o actores muy comprometidos y demás, no se espera nada. Ni un tuit.