Opinión

La tesis del crecimiento cero

Dentro de la pobreza de argumentos políticos de la izquierda española, cada vez más sumergida y confundida con todo tipo de inventos identitarios extravagantes (todos ellos declarados enemigos de las más grandes conquistas sociales de la historia humana

  • Billetes de euro. -

Dentro de la pobreza de argumentos políticos de la izquierda española, cada vez más sumergida y confundida con todo tipo de inventos identitarios extravagantes (todos ellos declarados enemigos de las más grandes conquistas sociales de la historia humana, cuales son la igualdad ante la ley y la libertad personal y de mercado) es notorio que, cuando tratan de economía nunca pierden el tiempo para mencionar la creación de riqueza. Sólo y exclusivamente se centran en su distribución.

Tras los evidentes desastres económicos del comunismo y el formidable triunfo histórico del capitalismo, el pensamiento progresista trata de ponerle pegas a la economía de mercado con la monserga de la desigualdad, epítome de los males del sistema. Hay que reconocer que tienen razón: frente a la miserable igualdad comunista, el capitalismo genera riqueza por doquier, eso sí, desigualmente repartida como es natural. ¿Cómo se explica que la igualdad económica se haya puesto de moda coincidiendo con la mayor igualdad de oportunidades de la historia que ha conducido al zénit de la renta per cápita y de las condiciones de vida en todo el mundo que han beneficiado muy especialmente a los más pobres?

Para el reputado sociólogo Helmut Schoeck en su ensayo La envidia y la sociedad, el envidioso “siente desplacer por los valores morales o materiales de otro, y en general, tiene más interés en destruirlos que en conseguirlos para sí”. Y añade que “el culpable de la envidia es el envidiado”. También señala que: “Al echar las anclas en el ámbito prerracional de la estructura básica del hombre, el socialismo consigue inmunizarse frente a toda refutación lógica o empírica, partiendo de la idea de que todo hombre es perjudicado por otro que no tenga la misma suerte”.

El hecho de que el culpable de la envidia sea el envidiado es la base del pensamiento suma cero que inspira a los críticos de la desigualdad, ya que dan por sentado que en la sociedad capitalista lo que gana uno lo pierde otro, lo cual es ridículamente falso. La economía de mercado es un sistema de suma positiva en el que quien aporta más valor económico a sus semejantes gana más que el que aporta menos y la suma siempre es positiva: todos ganan, eso sí, unos más que otros según el valor de mercado de sus respectivas contribuciones a la economía. Obsérvese que el valor de mercado es una institución abiertamente democrática, ya que no es otra cosa que la agregación de las libres decisiones de los consumidores, incluso si son socialistas. Mientras que Amancio Ortega hace cosas libre y universalmente apreciadas, sus críticos no hacen nada que valoren ni interese a sus semejantes; tratan -y consiguen- vivir de las subvenciones públicas que se sufragan por los que pagan impuestos mientras crean valor en la economía.

Para aquellos grotescos apocalípticos, los recursos naturales estaban llegando a su fin y las posibilidades de crecimiento de la economía eran cero; por tanto solo cabía repartir la riqueza, lo que tanto gusta a los socialistas

Por supuesto que el libre mercado compite con “élites extractivas” que lo desvirtúan y que simplemente deberían dejar de estar protegidas por las políticas socialistas –de todos los partidos– y desaparecer sin más.

Antes de que el pensamiento suma cero volviera a estar de moda, el otrora popular y progresista Club de Roma lanzó en 1972 su famosa -por el colosal fracaso cosechado de sus previsiones– tesis del crecimiento cero. Para aquellos grotescos apocalípticos, los recursos naturales estaban llegando a su fin y las posibilidades de crecimiento de la economía eran cero; por tanto solo cabía repartir la riqueza, lo que tanto gusta a los socialistas. Desde entonces, además de equivocarse por completo en sus profecías sobre los recursos naturales, el mundo ha experimentado el mayor crecimiento de población, riqueza y renta per cápita de toda su historia.

La desigualdad vuelve a estar de moda, hasta el punto de preocupar no sólo a los progresistas de toda la vida sino a otras gentes que parecían más liberales y que ahora hablan de ella como un mantra cuyo significado, eso sí, nadie desvela no sea el caso de que pudiera cuestionarse. Si Wittgenstein levantara la cabeza podría volver a decir: “Lo que se deja expresar debe ser dicho de forma clara; sobre lo que no se puede hablar, es mejor callar”.

¿De qué desigualdad económica hablan los progresistas: oportunidades, riqueza, renta, consumo,…? Mientras no revelen claramente de qué hablan –cosa que muy raramente hacen– estaremos discutiendo de metafísica, una noble disciplina filosófica cuyas formulaciones al carecer de la posibilidad de contrastarlas empíricamente no son ni ciertas ni falsas, habitan el limbo del conocimiento filosófico. La metafísica puede servir para generar confusión política, pero poco puede aclarar ni explicar sobre el progreso material de la humanidad.

El singular acontecimiento –para el progreso del conocimiento humano– del descubrimiento de la filosofía de la ciencia por parte de Kant, que se diferencia de la metafísica por ser empíricamente contrastable, abrió al pensamiento moderno una senda epistemológica basada –siguiendo a Popper– en enunciados hipotéticos susceptibles de contraste, y sobre todo, falsación empírica.

Los excesos de la desigualdad

Los alegatos contra la desigualdad de los progresistas Piketty y Stiglitz, parciales y sesgados, basados en el mundo rico y contrarios a la globalización, han encontrado en su camino una miríada de críticas académicas como consecuencia de su carácter empírico –que les honra- que los han desmontado abrumadoramente.

Sobre la desigualdad que con tanto éxito mediático agitan los progresistas, he aquí un limitado catálogo de preguntas que debieran responder los que tan preocupados andan con ella:

  • ¿Es deseable o despreciable la desigualdad?, al fin y al cabo lo más natural del mundo biológico y aún más del humano.
  • Puesto que lo natural es la desigualdad –no hay dos seres vivos ni humanos iguales- ¿quién decide los excesos de desigualdad y su cura?: ¿El estado democrático? ¿Qué democracia: la liberal o la totalitaria?
  • ¿De qué desigualdad hablamos? En términos absolutos la igualdad –en la miseria, la única posible– ha sido vasta y exitosamente experimentada por el comunismo allá donde ha reinado; con la obvia salvedad de sus élites.
  • ¿Qué China es mejor, la igualmente miserable de tiempos de Mao o la desigualmente rica de ahora? Si los chinos pudiesen opinar, no tendrían dudas al respecto.
  • Siendo la igualdad de oportunidades -es decir, ante la ley– un bien social incuestionable incluso para los progresistas: ¿Ha existido alguna vez en el mundo mayor igualdad que ahora, gracias a la caída de los comunismos, la vigencia del Estado liberal de derecho, la consecuente libertad de mercado y la globalización de la economía?
  • En las últimas décadas diversos ensayos, comenzando por el seminal de Mancur OlsonLa lógica de la acción colectiva– y luego seguidos por Daron Acemoglu, Surest Naidu, Pascual Restrepo, James Robinson e incluso el Nobel Edmund Phepls, han puesto de relieve el “capitalismo de amiguetes”; aquellos espabilados –“minorías extractivas”– que bien organizados en defensa de sus muy minoritarios intereses se benefician a costa de los demás utilizando a su favor la democracia. ¿Han propuesto los populistas algún remedio a tamaña injusticia distributiva? En realidad la propician con sus regulaciones limitadoras del libre mercado.
  • La desigualdad de la renta –la esgrimida por Stiliz y Piketty– se asocia fundamentalmente al mundo rico y es el lógico resultado de los cambios operados en la economía como consecuencia de la digitalización y la globalización económica. Más impuestos y menos libertad comercial ¿van a cambiar para mejor el destino del mundo?

La desigualdad planteada por los progresistas es una simple enmienda a la totalidad del sistema reinante e institucionalmente triunfante en el mundo: el Estado Liberal y Democrático de Derecho junto con el libre mercado capitalista. Habiendo fracasado sus pasados experimentos colectivistas y carentes de alternativa paradigmática alguna, su única finalidad es horadar, cuestionar y destruir nuestro orden civilizador. Y siendo la base de partida el pensamiento colectivista de suma cero en economía, resulta que al final todo lo que consiguen es una suma negativa: la economía española en manos del socialismo del siglo XXI, decrece y se reparte mal.

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