El plan no estaba mal diseñado del todo. Una maniobra de distracción con la supuesta retirada del 15 de febrero, un ataque cibernético sobre todos los servidores gubernamentales ucranianos y una triple ofensiva desde el norte, el este y el sur. En principio, la estrategia debía haber funcionado y la guerra debería haber durado poco más de una semana. De hecho, nadie creía que el pueblo ucraniano fuera capaz de resistir al ejército ruso y mucho menos se creía que la comunidad internacional tuviera una posición tan unánime frente a la barbarie. Estos dos motivos son los que han provocado que Ucrania puede convertirse en el Afganistán de Putin.
Desde que Rusia cruzó la frontera el 24 de febrero, el pueblo ucraniano no ha hecho más que resistir al invasor. Hemos visto como padres de familia abandonaban a sus hijos para luchar contra las tropas enemigas. También hemos asistido a imágenes en las que veíamos a los integrantes del Dinamo de Kiev, un equipo que tiene dos Recopas y una Supercopa Europea, convertirse en soldados rasos para defender a su país dejando atrás una vida envidiable. También hemos visto a muchos ucranianos famosos, como el tenista Stakhovsky o el boxeador Lomachenko, dejar su vida en la élite del deporte para luchar contra los rusos. Todos estos “soldados” tienen claro que probablemente morirán. Si bien estos casos son llamativos, lo que más nos ha sorprendido a todos ha sido la actitud de su presidente, Volodomir Zelenski, un líder judío que ha optado por quedarse en Kiev para dirigir la resistencia y convertirse, probablemente sin pretenderlo, en un héroe mundial.
Todas estas actitudes no son más que una muestra del carácter de los ucranianos, un pueblo valiente y forjado en torno a tres grandes mitos: la Gran Batalla de Konotop, en la que 15.000 ucranianos resistieron la invasión de 150.000 rusos (1659), el genocidio de Holodomor (1932-1933) y la “Revolución de la Dignidad” de los “Cien Celestiales” que protagonizaron la resistencia del Euro-Maidan (2014).
El ejército ruso -al igual que el estadounidense- no está preparado para una ocupación prolongada"
Estos tres acontecimientos han servido, sin lugar a duda, de inspiración para defenderse de la invasión rusa, evitando que Putin pudiera consumar su plan de “guerra relámpago”. En la medida en que la guerra se extienda en el tiempo, las posibilidades de fracasar se incrementan: el Ejército federal no es ni mucho menos el más profesional del mundo. De hecho, hemos visto cómo decenas de tanques se estorbaban los unos a los otros en su camino a Kiev, cómo los vehículos ni podían avanzar al quedarse sin gasolina y cómo las comunicaciones entre las unidades se realizaban con walkie-talkie de juguete. Lamentablemente, todos estos problemas no impiden que Rusia esté causando un daño atroz, aunque sí indican que la invasión -y la posterior ocupación- puede acabar en un estrepitoso fracaso. Rusia no tiene la capacidad para mantener dos guerras abiertas (también está en Siria) y sus soldados están poco profesionalizados (el 30% son de leva) con la excepción de algunas unidades de élite. Además, su ejército -al igual que el estadounidense- no está preparado para una ocupación prolongada. Por ello, todo apunto a un fracaso inevitable.
El segundo aspecto con el que no contaba el presidente Putin y que ha echado por tierra su estrategia ha sido la respuesta internacional. En líneas generales cabe decir que la respuesta ha sido ejemplar en todos los aspectos -económico, político, etcétera- salvo en el militar. Por primera vez en décadas, Europa piensa más en la política que en la economía y, por primera vez en décadas, actores como Finlandia, Suecia o Suiza abandonan su neutralidad y se muestran decididos a formar parte de la OTAN. Las condenas y las acciones no vienen solo de las instituciones internacionales y de los gobiernos nacionales. Las sociedades civiles de todo el mundo están profundamente convencidas de que Putin debe dejar de ser la persona que lidera a los rusos y este sentimiento comienza a extenderse por la misma Rusia donde estamos viendo movimientos de protesta nunca vistos hasta ahora.
Lamentablemente, estos hechos que aquí se describen no van a servir para parar la guerra mañana, pero sí para que el sacrificio de los ucranianos no sea en vano. Europa ha despertado gracias a Ucrania. Alemania ha dejado de tener una actitud condescendiente, e incluso cómplice, con Rusia para convertirse en la cabeza visible de la oposición europea. Los que llevamos años denunciando las continuas agresiones rusas (Transnistria, Chechenia, Georgia, Crimea…) hemos dejado de estar en la oscuridad para tener una voz que se escucha. Europa ha despertado para volver a ser Europa. El presidente Zelenski nos ha dado a todos una lección de dignidad que ha empoderado al Alto Representante de la UE -el español Josep Borrell- llevándole a decir que Rusia representa a las fuerzas del mal.
Al igual que le ocurrió a la Unión Soviética en Afganistán, Rusia no podrá mantener esta situación durante mucho tiempo. Tarde o temprano tendrá que retirarse de Ucrania como antes lo hizo la URSS en Afganistán. En el año 1989 el último soldado soviético cruzaba el puente sobre el Amu Daria que separaba entonces a la URSS de Afganistán. La pregunta no es si Rusia lo hará, si no cuánto tiempo tardarán los soldados rusos en volver a su país.