La última gran idea de un articulista de El País ha sido la de atribuir la bofetada de Will Smith a Chris Rock a la sociedad patriarcal. A esa masculinidad predominante que implica salvajismo y barbarie. La que busca la resolución de conflictos a palos. La del duelo a machetazos y las peleas callejeras. No es una afirmación exagerada, dado que el propio autor la utiliza: “Es una violencia ligada a la idea (…) de que no hay mejor manera de gestionar los conflictos que recurriendo a la fuerza”. Vaya, como si el pene fuera sinónimo de agresión e impulsara a liarse a golpes con cualquiera que falte al respeto.
Produce pereza señalar la evidencia, pero resulta necesario cuando la falacia se convierte en el recurso más utilizado por quienes han hecho de la ‘igualdad’ su forma de vida. Se reparten muchos millones de euros para la causa y parece que a veces hay que recurrir a los exabruptos para ser tenido en cuenta. Pero conviene no asumir como ciertos estos mensajes, porque atribuir una acción individual al conjunto es pérfido. Suele ser el germen de las cazas de brujas y de los linchamientos. Los conflictos siempre están precedidos de discursos exagerados contra los enemigos.
También es falso que la violencia esté exclusivamente asociada a la masculinidad tóxica. No hay que rebuscar especialmente para cerciorarse de ello. Reinó Victoria en el Reino Unido desde 1838 hasta 1901 y no hubo un año libre de guerras imperiales, desde la de Crimea hasta la de los bóeres.
Tampoco actuar como un zopenco es patrimonio de una clase social o una circunstancia concreta. Y ya digo: es algo propio de la especie, no de sólo de la mitad de sus individuos. Fíjense. Paz Padilla no es reina ni varón, pero se refirió de esta forma a Belén Esteban en directo, en 2017: “Quilla, ¿eres tonta?”. La aludida respondió: “Tú a mí no me llamas tonta”; y Padilla zanjó: “Yo a ti nunca te he llamado tonta. Es una forma de hablar".
Analícense los hechos, señor Octavio Salazar, firmante del artículo panfletario de El País: No había hombres en la escena, hubo violencia verbal, falta de respeto y alevosía, pues una de las implicadas negó los hechos.
Violencia en la mirada
Hay veces que no es ni siquiera necesario que alguien extienda el puño o abra la boca para ofender a otro. Quizás los terraplanistas del feminismo morado no sean capaces de entender el ejemplo, pero existe una famosa fotografía en la que aparece Jayne Mansfield junto a Sofía Loren que viene al pelo para la ocasión porque también se tomó durante una celebración cinematográfica.
Mansfield luce en la imagen un escote de vértigo y Loren dirige su mirada a esa zona con expresión de odio y desprecio. Hay veces que un simple vistazo duele más que una bofetada. Y es obvio que los pecados capitales no sólo son patrimonio de los hombres; y no sólo implican que uno golpee a otro, como hizo el majadero de Will Smith la pasada noche.
Es innegable que hay golpes y puñaladas entre los hombres, pero atribuirlas exclusivamente a un tipo de masculinidad –la dominante- lleva a pensar que el texto lo ha escrito un sectario. Un radical de los que pretenden etiquetar la hombría como algo incorrecto. O como un rasgo biológico que te convierte en criminal, como diría Cristina Fallarás cuando defendió aquello de “los hombres nos matan”. Son los frenólogos contemporáneos y sus afirmaciones tienen tan poco crédito como las de aquellos.
La 'hostia' de Smith
Lo que muestran las cámaras de la ceremonia de los Oscar no tiene que ver con la hombría mal concebida, sino con un sentimiento de humillación. Veamos: un cómico realiza un chiste de mal gusto sobre la mujer de Will Smith. Él se ríe y es difícil conocer los motivos. Quizás le hizo gracia en un primer momento. O quizás se contagió de la carcajada de los que estaban a su alrededor. O quizás el impulso de sonreír fue anterior a la reflexión sobre lo que acaba de escuchar. Es muy típico que el bochorno llegue después de la risa. Por eso, se levantó y abofeteó a Chris Rock. La acción es despreciable a todas luces. Atribuirla a que es hombre, actor, negro, padre, propietario o ganador de un Oscar es un error. Es malvado.
Lejos de escribir con racionalidad, el tal Octavio Salazar lo hace con malicia... porque quiere manipular la realidad para revalidar sus tesis, que inciden en que es esta hombría la responsable de la desigualdad entre hombres y mujeres. Por eso, pide la creación de un movimiento Me Too alternativo que sirva para señalar los tipos de masculinidad que no nos gustan. Una nueva Inquisición contemporánea que funcione en paralelo a la ética y a la norma.
Ya no se trata de censurar la violencia o los comportamientos irracionales, sino que las denuncias deben ir acompañadas de una referencia al patriarcado. Hay que interpretar todo como una pugna entre quienes buscan la igualdad y quienes defienden que los privilegios se perpetúen. Es puro marxismo: el que concibe la historia como una lucha de clases. De los parias contra la nobleza y los obreros contra los dueños de las fábricas. Sobra decir que es una enorme falsedad. El maniqueísmo siempre conduce a errores de bulto. Y al extremismo.
Dicho esto, y dado que quien escribe estas líneas es un hombre, es menester lanzar un cebo a Salazar y a su periódico y afirmar que una buena hostia a tiempo a veces tiene un efecto curativo. La vida en realidad es eso: uno camina confiado siguiendo una trayectoria concreta y, de repente, recibe un mandoble y se tuerce. Así lo retrata Truffaut en Los 400 golpes. Lo cito porque el estúpido artículo de El País se produce en un contexto cinematográfico. En esa película, un muchacho con corazón noble es víctima de la irresponsabilidad de sus padres -padre y madre- y de un sistema educativo y correccional cruel e ineficiente -mantenido por hombres y mujeres- y se convierte en un apestado.
Son golpes inmateriales, pero reales, y también existen... y mucho más allá de la hombría. Los sufren todas las personas, incluso los varones... y hay veces que son muy didácticos. Habrá quien no lo quiera ver porque vive muy bien con esa ceguera. Pero estaría bien que no nos tomen por tontos.