Era en aquel Madrid que empezaba a deslizarse hacia la nueva normalidad con restaurantes que reabrían después de tres meses de cierre obligado por las normas del estado de alarma decretado por el presidente del Gobierno a partir del 14 de marzo. Los clientes provistos de las mascarillas obligatorias iban llegando, se saludaban a codazos y ocupaban las mesas que, dispuestas con la separación preceptiva de la nueva normalidad, dejaban reducida a la mitad el aforo habitual del comedor y, en consecuencia, el nivel de decibelios del ruido ambiente, para ventaja de la inteligibilidad de las conversaciones entre quienes compartían ágape.
Soplar y sorber no puede ser. Tampoco lo es ingerir nada con la mascarilla puesta. De modo que, tras el lavatorio de manos con soluciones hidroalcohólicas, de acuerdo con lo que marca la tabla, iban procediendo a retirárselas de nariz y boca -¡fuera antifaces!-, empezaban los reconocimientos de una a otra mesa y cundía la sorpresa al observar la coincidencia fortuita de estar en la misma casa de comidas gentes que la imaginación popular sólo entiende reunidas en lugares como el palco del estadio Santiago Bernabéu o el del Metropolitano.
El caso era que allí estaban, por ejemplo, Mariano Rajoy, expresidente del Gobierno; Florentino Pérez, presidente del Real Madrid; Enrique Cerezo, presidente del Atlético; Marcos Peña, expresidente del Consejo Económico y Social; José Antonio García Belaúnde, representante para Europa de CAF Banco de Desarrollo de América Latina; Cándido Méndez, ex secretario general de la UGT; alternando con gentes del montón y algunos periodistas siempre quejosos de las mariscadas que han de comer por ahí fuera para llevar un plato de sopa caliente a casa. Cada ejemplar con sus dóciles, de acuerdo con Ortega en España invertebrada; con sus afines asimilables, según prefería Dionisio Ridruejo; o en una combinación paródica de Bajas esferas y altos fondos conforme al título de la novela de Jesús Pardo.
Uno de esos colegas, buen amigo, preocupado como andaba ese día por las temperaturas de incandescencia que han alcanzado los antagonismos políticos sin tregua para la reconstrucción se fue a Mariano Rajoy para decirle que sin haber sido nunca fan suyo reconocía en ocasiones haberle echado de menos. Luego, avanzó hasta reconocer la dificultad en que veía a Pablo Casado según se aproximaba el 12 de julio. Porque cuanto mayor sea el triunfo que se pronostica de Alberto Núñez Feijóo en las elecciones autonómicas de Galicia, más amenazado se va a sentir por quien se configuraría como alternativa a su liderazgo. Mientras que la derrota sin paliativos de Carlos Iturgáiz en las autonómicas del País Vasco será atribuida en exclusiva a quien le designó candidato, fulminando a persona de tan probada trayectoria como Alfonso Alonso.
Al Gobierno se le acaban los días para elaborar unos Presupuestos creíbles en Bruselas donde esperan que lleguen con un plan de reformas
Sin olvidar que el 17 de septiembre está señalada la vista del recurso elevado al Supremo por Quim Torra, tras su condena por desobediencia a la Junta Electoral según sentencia del Tribunal Superior de Justicia de Cataluña, donde se confirmará de modo inevitable su inhabilitación y que, por tanto, la convocatoria de las elecciones catalanas se hará en la primera quincena de ese mes y todos los sondeos conocidos son adversos al Partido Popular de Catalunya. Entre tanto, al Gobierno se le acaban los días para elaborar unos Presupuestos Generales del Estado creíbles en Bruselas donde esperan que lleguen acompañados del pertinente plan de reformas. Porque Bruselas, a efectos de los fondos y créditos de 140.000 millones de euros que España espera recibir, se comporta como lo hace el Gobierno de Sánchez con las Comunidades Autónomas a las que exige que determinen con rigor a qué dedicarán lo que solicitan.
Solicitar dimisiones atornilla a los impugnados
Están descartadas las dimisiones de ministros, sobre todo aquellas que han sido pedidas de modo más vehemente. El Partido Popular, que tiene un pasado en el Gobierno y experiencias valiosas fuera de él, debería saber que solicitar dimisiones es contraproducente porque atornilla a los impugnados. Prescindir de ellos, o de ellas, se hace imposible para el presidente porque equivaldría a dar un triunfo de gran visibilidad a la oposición y tendría el efecto añadido de debilitar la cohesión interna del Gabinete donde cada uno pasaría a sospechar si sería él el próximo al que Pedro Sánchez dejaría caer. Desde otro ángulo, cada vez que un ministro queda achicharrado e ingresa en la Unidad de Quemados de La Moncloa, deja de plantear problemas y alivia los trabajos del presidente. Lo mismo sucede con los titulares de otras instituciones. Los quemados no rechistan. Y no me gusta señalar.
En todo caso, y ahí está el ejemplo de la coincidencia fortuita en el restaurante que más arriba se refiere, según escribe Juan Antonio Rivera en El Gobierno de la fortuna, las ‘filosofías de la sospecha’, incapaces de entender la condición inopinada de ciertos fenómenos, incurren abiertamente en la falacia conspiracionista y los toman por productos artificiales que han sido construidos por algún conventículo de hombres para satisfacer determinados intereses”. Afirmar de algo que es un producto humano, precisa Rivera, no nos debiera comprometer en absoluto a tenerlo como de factura deliberada. Continuará.