Me ocurrió hace unos días, cuando me topé con un conocido al que llevaba casi tres meses sin ver. Nos miramos, nos pusimos caras de circunstancias -aunque apenas se veían por las mascarillas- y nos saludamos con los codos mientras nos desternillábamos. Puede que, si lo miramos con la mentalidad previa a la pandemia, la situación fuera un tanto absurda. Pero la realidad es que por mucho que ambos nos reímos ninguno de los dos dio el paso para abrazar o tocar al otro.
A pesar de que estemos "desescalando" a velocidad de crucero y a pesar de que se extienda esa sensación colectiva de que lo peor ha pasado, en nuestras mentes sigue mandando el miedo. Puede argüirse en contra de esta afirmación que esta clase de actitudes tan habituales ahora son sinónimos de prudencia o de responsabilidad, y no de miedo. Para mí, se diga lo que se diga, es miedo químicamente puro.
Sea por prudencia o por temor, el caso es que ya no abrazamos ni tocamos a nuestros amigos o seres queridos. Este es un hecho incontrovertible. Nos han repetido tanto que hay que guardar eso del "distanciamiento social" que ya nos estamos volviendo un tanto asociales. Ya hablamos aquí de que la mayoría sufrimos hambre de piel porque esto, aunque debamos hacerlo para tener buena salud, sigue sin ser normal.
La gasolinera es un lugar al que habitualmente tenemos que ir aunque no nos guste porque toca pasar por caja y donde casi siempre nos llevamos un disgusto al ver que el precio ha subido. Pero eso ha cambiado ahora
Volviendo al encuentro citado, casi se me olvida mencionar lo verdaderamente relevante: ocurrió en una gasolinera. Llevaba tres meses sin pisar una y sentí una especie de aire de libertad. Nunca pensé que me pasaría algo así en una gasolinera, que es ese lugar al que habitualmente tenemos que ir aunque no nos guste porque toca pasar por caja y donde casi siempre nos llevamos un disgusto al ver que el precio ha subido. Pero lo bueno es que eso ha cambiado ahora.
Resulta que la crisis ha provocado la caída del precio del petróleo y, de paso, nuestra gasolina está más barata. Lo que nunca creímos posible. Otra demostración de cómo el coronavirus ha modificado todos nuestros esquemas. Tampoco conviene saltar de alegría porque el descenso del precio es poco acusado (un 1% en mayo) y porque otros productos han subido sobremanera. Quiero decir que lo que te ahorras en la gasolinera no compensa lo que ahora pagamos de más en el supermercado.
Seguramente pronto los precios volverán a subir y recuperaremos esa sensación de quejarnos en la gasolinera por lo caro que está llenar el depósito
Seguramente pronto los precios volverán a subir y recuperaremos esa sensación de quejarnos en la gasolinera por lo caro que está llenar el depósito. No hablé de estos pronósticos con mi colega. Entre otras cosas porque había tanta gente esperando en los surtidores que no había tiempo para charlas. Tampoco había demasiado espacio, porque con esto del distanciamiento asocial te hace falta un parque para verte con tres amigos. A no ser, claro está, que vayas a una terraza, donde se acaban todas las restricciones y se acortan las distancias para reactivar la economía.
Nos dijimos adiós nuevamente con los codos y entre risas. El coronarivus lo cambia casi todo, sí, pero todavía no ha podido acabar con las buenas amistades. Esas continúan vivas a dos metros o a dos mil kilómetros.