Opinión

Sobre la quietud

Es difícil resistirse a la tentación de escribir sobre el vergonzoso espectáculo que se vive en el Congreso. Pero mejor será reflexionar sobre las prisas perdidas durante estos días extraños

  • El tiempo ha sido más lento que nunca.

Confieso que cuesta resistirse a escribir sobre el vergonzoso espectáculo que estos días se vive en el Congreso de los Diputados. Con algunas cosas que hemos visto en las últimas horas te entran ganas de soltar bilis a raudales, en este caso arremetiendo contra los excesos verbales y teatrales que deterioran la convivencia y avivan los odios. Pero como resulta que hace poco ya hablábamos del Congreso circense que padecemos y también de la España ficticia que pintan los adictos a House of cards para polarizar al personal, no caeremos en esa tentación. Hoy prefiero hablar de la quietud. 

No había pensado mucho en ello hasta que unas semanas atrás leí un tuit -porque Twitter no solo es el sitio de las estupideces y el guerracivilismo- de un periodista llamado Álvaro Medina al que no tengo el gusto de conocer. Refiriéndose a la "desescalada", decía esto: "Obviamente echo muchas cosas de menos, pero hay parte de la nueva rutina que es mucho más sana: menos prisas, menos tiempo perdido, más descanso, más estar con uno mismo". 

Me barrunto que este informador opina así porque no tiene hijos. Con un enano en casa la tranquilidad suele brillar por su ausencia. Pero, en todo caso, me parece una valoración bastante acertada. Porque yo, pese a acabar exhausto después de jugar a todos los juegos imaginables y a cosas que ustedes no creerían, opino algo parecido. Este confinamiento que ya languidece nos ha ayudado a movernos sin prisas y a pasar muchos ratos reflexionando sobre nuestra propia existencia.

Antes de la pandemia íbamos de un sitio a otro con la lengua fuera, siempre con esa sensación de que estábamos a punto del colapso porque, lo reconociéramos o no, es imposible llegar a todas las metas que nos marcamos

Vivimos tiempos frenéticos en los que la inmediatez nos arrolla y nos eclipsa, sin que tengamos espacios para detenernos a pensar. Antes de la pandemia íbamos de un sitio a otro con la lengua fuera, siempre con esa sensación de que estábamos a punto del colapso porque, lo reconociéramos o no, es imposible llegar a todas las metas que nos marcamos. Probablemente cuando acabe la pandemia volveremos a esa misma senda, porque somos seres hechos para tropezar dos y tres mil veces en la misma piedra. 

Admito que es bastante raro que alguien hable de la quietud, esa bella palabra que sólo leíamos en las novelas, cuando en la vida pública crece a marchas forzadas la crispación. Uno consulta el periódico o ve el telediario y acaba creyendo que todo es ruido y agitación, cacerolas y banderas, peleas y hasta manifestaciones surrealistas. Eso existe, pero la verdad es otra. Ni toda la política es así ni todos los políticos se comportan igual ni, sobre todo, la gente está en esa onda. Pero, como decía, no regalaré más líneas a este asunto. 

La quietud es una de las pocas cosas de la reclusión que echaremos de menos cuando llegue la nueva realidad

La quietud, sea la de las calles o sea la del hogar, esa que los padres con niños pequeños solo alcanzamos por la noche, cuando los enanos duermen, es una de las pocas cosas de la reclusión que echaremos de menos cuando llegue la nueva realidad. Repito que es más que probable que las prisas, enemigas de la salud, vuelvan a adueñarse de nuestra vida y a acelerar nuestros pasos. Pero al menos este tiempo tan lento, que incluso a veces resultaba soporífero, ha servido para que pensemos en ese ritmo demasiado rápido. 

Seguro que ustedes también se han parado durante estos días extraños a pensar en silencio sobre lo veloz que es todo, la fugacidad de la vida o la fragilidad de nuestro mundo. Quizás sean pensamientos vanos, tan estériles como trazar una raya en el agua, pero buenos para avanzar. Necesitamos más quietud y menos tonterías.  

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