Vaya por delante que no me gusta que se quemen imágenes de políticos, reyes o de nadie, como tampoco me gusta que se quemen libros, catedrales, o, ya puestos, las tostadas. Tenemos una desdichadísima tendencia a echar a la hoguera de nuestras bajas pasiones todo lo que nos disgusta y de ahí al Auto de Fe no hay distancia. Hay quien confunde el fuego de la pasión en la defensa de las ideas con ese otro fuego que los incapaces de razonar adjetivan como purificador. Dicho esto, que Puigdemont y su tropa de pirómanos políticos se hagan las víctimas porque en un pueblecito se ha quemado un monigote con la cara del expresidente, es el colmo del cinismo.
Los separatistas no pueden venir ahora a presentarse como víctimas inocentes
De entrada, si Cataluña arde en un conflicto que la ha fracturado, quien sabe si irremediablemente, arrasando a su paso con la economía, las instituciones y la convivencia, es por culpa de las ideas incendiarias del separatismo neoconvergente. Desde las manifestaciones con antorchas a la cantidad de muñecos que han quemado, los separatistas no pueden venir ahora a presentarse como víctimas inocentes, diciendo que España es mala, criminal, obtusa. En mi tierra hemos asistido a la quema de figuras del rey Felipe VI, de gente del PP o Ciudadanos, hemos visto monigotes representando a líderes como Arrimadas colgados de un puente en una autopista, hemos visto asaltar por trabucaires el domicilio de un regidor popular, hace nada fuimos testigos atónitos de como una partida de descerebrados lanzaban dardos a una fotografía del monarca, en fin, por ver, hemos visto en TV3 practicar el tiro al blanco con la cara del rey emérito o de Salvador Sostres allí por el 2012, ante los grititos de satisfacción de la presentadora. Que no nos vengan con milongas, aquí quien ha traspasado todas las líneas que marca el sentido democrático y moral son ellos y nadie más que ellos.
El de los tiros, actualmente copresentador del programa diario de Toni Soler, se indigna en Twitter por lo de Coripe, claro, igualito que su Puigdemont amado. Jair Domínguez, que así se llama, dice, hinchado de indignada cólera separata, “qué vergüenza cuando las únicas dos personas que saben leer en Coripe vean mañana esto en el diario”. Hasta en la réplica se nota el ramalazo supremacista, porque de todos es sabido en el gremio de la estelada que en Andalucía son analfabetos y viven del dinero que paga la sufrida Cataluña de los Pujol, Mas y Torra. No recuerda el caballerete en cuestión lo que dijo en aquel programa del tiro al blanco respecto al por entonces rey Don Juan Carlos: “Debería dimitir e irse, porque, si no, tendremos que pegarle cuatro tiros. La violencia siempre es la última opción, aunque es una opción”. Todo eso, faltaría más, dicho y oído en una televisión que pagamos todos sin que nada haya sucedido; miento, sí que ha sucedido algo, ese individuo ha ido ascendiendo de categoría en la cadena alimenticia del mundo televisivo del régimen. Por méritos en favor de la causa, naturalmente.
Insisto, que lo de Coripe sea una salvajada y no tenga disculpa – ya sé que era la fiesta del Judas, que algunas personas dispararon contra el muñecote, que todo eso no sirve más que para dar alas al separatismo más llorón e hipócrita – no desdice en absoluto que si se ha llegado hasta aquí es por el trabajo de incendiarios que han venido desarrollando a lo largo de estos años no pocos personajes mediáticos con total impunidad, cuando no con la sonrisita de conejo de quienes, argumentando que defienden el diálogo, los han mirado con una indulgencia rayana en el suicidio.
Las hogueras han empezado a arder por todas partes y el fuego, señores, no conoce ni a su padre cuando se propaga
Y de aquellas hogueras, de aquellas banderas españolas quemadas, de aquellas fotos del rey, de políticos constitucionalistas, de esos tiros con dardo o con escopeta, de esa miserable falacia de autodenominarse antifascistas, hemos llegado al momento presente. Las hogueras han empezado a arder por todas partes y el fuego, señores, no conoce ni a su padre cuando se propaga, máxime si los vientos de ciertos poderes se preocupan de avivarlo convenientemente.
Es indignante que el pirómano se queje cuando alguien, otorgándose el mismo derecho que él, se pone a quemar. Y es que aquí lo que sobran son personas con gasolina y cerillas, mientras faltan bomberos que sepan apagar las devastaciones que causan quienes solo se sienten a gusto cuando ven arder todo lo que no encaja en su visión del mundo. Son quienes trocan la antorcha de la libertad por la del odio. Los de siempre.