Felipe VI vuelve el lunes a Barcelona. Una visita difícil. Los comités de la agitación callejera le preparan otra bienvenida. La última fue hace mes y medio, con ocasión del Mobile World. Quisieron cercar el Palau de la Música, donde Ada Colau y Roger Torrent, alcaldesa y presidente del Parlament, le hicieron el boicot. “Yo estoy aquí para defender la Constitución y el Estatuto”, le espetó a la edil de Podemos.
Acude ahora el Rey a la entrega de despachos de la 67 promoción de jueces. Unos jueces, de una región alemana, han levantado los ánimos al independentismo, que se encontraba en horas bajas, han sacado a Puigdemont de la cárcel y amagan con derribar toda la estrategia procesal contra el ‘procés’.
Será un viaje incómodo, pero necesario. El monarca está en el punto de mira del separatismo desde el discurso del 3 de octubre. El Gobierno tiene el deber de “asegurar el orden constitucional, el funcionamiento de las instituciones, la vigencia del Estado de Derecho y del autogobierno de Cataluña” dijo entonces. Rajoy tomó nota y, respaldado por PSOE y Cs, aplicó el 155. Todos a la cárcel. Menos el expresidente fugitivo, a quien acaban de quitarle treinta años de encima.
La ministra de Merkel
El separatismo ha recuperado aliento. Se siente amparado, respaldado y hasta bendecido por Europa, lo que tanto buscaba, frente a la ‘decrépita y franquista España’. No hubo rebelión. Varapalo internacional al juez Llarena. Su esposa, Gema Espinosa, la directora de la Escuela Judicial, recibirá en Barcelona el apoyo y el afecto del Rey. Se espera un discurso firme del Jefe del Estado, adecuado al momento de general incertidumbre. El Gobierno trastabillea, se encoleriza en privado con la ministra de Justicia de Merkel, que ha irrumpido en forma inadecuada en este cuestión ‘estrictamente de orden jurídico’, según el ministro Dastis.
Las vísperas de tan crucial desplazamiento no han sido apacibles en Zarzuela. Abril es el mes más cruel, también para la Corona. Precisamente esta próxima semana, un 14 de abril, se cumplen seis años del insoportable incidente de Botsuana y la cacería de elefantes, que precipitó la abdicación de un Rey y arrancó la proclamación de su hijo. Don Juan Carlos resultó herido en una cadera. La Institución recibió una herida mayor, de la que aún se resiente. “Lo siento mucho, me he equivocado, no volverá a ocurrir”. Dos años después, se fue a casa.
El episodio de la catedral de Palma, ‘un hecho tan puntual como indeseado’, según se lo define en el entorno, ha agitado el ambiente en Palacio. La misa de Resurrección casi deriva en réquiem. Diez segundos de vídeo que todo lo alteraron. Nunca, hasta ahora, se habían escuchado insultos callejeros, mínimos y aislados, contra un miembro de la Familia Real. “Está desolada”, dijeron sobre el estado de ánimo de la Reina. Y arrepentida. ¿No volverá a ocurrir?
En Palma precisamente, la Audiencia Provincial condenó a Iñaki Urdangarín a seis años y tres meses de cárcel. La fiscalía del Supremo ha aumentado la petición a diez años, por malversación de fondos públicos y fraude a la administración. La infanta Cristina, que también ha reaparecido con motivo del 25 aniversario de la muerte de su abuelo, don Juan, ya no forma parte de la Familia. Don Felipe, con mano firme, extirpó de Palacio todo resto del caso ‘Noos’. Falta despejar la duda de si su cuñado ingresa en prisión y por cuántos años. Asunto superado.
Intervención del rey emérito
Para redondear el pesaroso escenario, el propio don Juan Carlos ingresaba este sábado en el Hospital Sanitario de Sanitas, en Madrid, para una intervención en la rodilla. Se le ha sustituido la prótesis implantada en 2011. Nueve intervenciones en diez años. La operación duró 90 minutos y, según el parte médico, “se ha desarrollado con total normalidad y el resultado ha sido plenamente satisfactorio”.
Esta visita al hospital, un clásico, ocurre en el ‘año de don Juan Carlos’. La Zarzuela había intensificado su agenda con motivo de su 80 cumpleaños. Más actividades públicas, más presencia institucional y más actos junto a su esposa doña Sofía. Como el del domingo en Palma, que resultó un desastre.
El Rey regresa a Cataluña, posiblemente la comunidad donde se siguió con mayor atención su caliente discurso en la noche terrible de octubre. Nunca la imagen de la Corona había escalado tan alto, en el sentir de la sociedad, como tras aquel puñetazo en la mesa contra los golpistas.
El ambiente, desde entonces, se ha enrarecido. Pese a que Sáenz de Santamaría asegure que “esta batalla la vamos ganando”, pocos piensan igual. Los jueces alemanes han destrozado una parte de lo conseguido. El Gobierno español confía, de nuevo, en que Llarena recurra ante el tribunal de Luxemburgo y se pueda superar el trance. “Es una apuesta a todo o nada”, dicen en los ambientes del Supremo. Todo ocurre en abril. La maldición de los elefantes.
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