Opinión

La “tierra firme” es Vox

Hay que ser muy osado para titular Tierra Firme la segunda parte de tu Manual de Resistencia o estar muy seguro de que aquellos lectores de izquierda a quienes diriges el nuevo tomo de autobiografía van a votarte hagas lo que hagas, dado

Hay que ser muy osado para titular Tierra Firme la segunda parte de tu Manual de Resistencia o estar muy seguro de que aquellos lectores de izquierda a quienes diriges el nuevo tomo de autobiografía van a votarte hagas lo que hagas, dado el actual equilibrio de fuerzas en la política española.

No cabe deducir del libro otra cosa que esa versión de la teoría del mal menor, teniendo en cuenta que la “tierra firme” que ofrece Pedro Sánchez consiste, básicamente, en una sopa de letras con 184 escaños de la cual acaban de desgajarse los cinco de Podemos, dependiente, en última instancia, de un fino hilo que el imprevisible Carles Puigdemont cortará cuando quiera si el PSOE no da lo que exige por su protección parlamentaria.

Aún así, conviene no hacerse trampas al solitario: si el inquilino de La Moncloa desde hace cinco años y medio pudo este lunes presentar su libro así de osado y seguro con tan solo 121 diputados socialistas en su haber, apenas uno más que la legislatura anterior, lo cual representa el menor apoyo en votos a un presidente -Felipe González llegó a tener una mayoría absolutísima de 202, José María Aznar una de 183 y Mariano Rajoy otra de 186-, no es solo debido a la fortaleza anímica que escenificó en el Círculo de Bellas Artes entre risotadas con Jorge Javier Vázquez y la periodista Ángeles Caballero.

La desmesura en la que vive Vox perjudica al PP y a toda oposición civilizada que se precie porque permite a Sánchez ocultar sus debilidades: por ejemplo, que el Gobierno PSOE/Sumar quiera aplicar políticas de izquierda cuando no tiene mayoría porque PNV y Junts per Catalunya no le van a dejar. Sólo hay que ver la marcha atrás en el impuesto a las energéticas

Pedro Sánchez es, por encima de cualquier otra consideración, un superviviente producto de todos los que le despreciaron hasta llegar -fueron legión- y, sobre todo, los errores de bulto de sus hoy adversarios. Particularmente de ese Santiago Abascal pronosticando allá por julio, cuando saboreaba ya su entrada en La Moncloa, que con él de vicepresidente en Cataluña se iban a enterar los catalanes; o éste lunes declarando al diario Clarín en Buenos Aires que al actual presidente acabaremos colgándole “de los pies” (sic) los españoles, tal que el dictador fascista italiano Benito Mussolini en 1944… Así, sin anestesia, que diría un castizo.

Esas hipérboles, esa desmesura permanente en la que vive Vox -para no perder el voto de los más cafeteros de la ultraderecha- perjudica en primera instancia a su socio, el PP de Alberto Núñez Feijóo y a cualquier oposición civilizada, cierto, pero lo mas nocivo no es eso; lo más nocivo es que, paradójicamente, permitiendo a Sánchez ocultar su debilidad: por ejemplo, la fantasía de que la coalición PSOE/Sumar vaya a poder aplicar políticas de izquierda cuando no tiene mayoría para hacerlo porque PNV y Junts per Catalunya no le van a dejar.

Si no, fíjense en lo ocurrido con el impuesto a las empresas energéticas. Ha sido pronunciarse Aitor Esteban en contra -tras una andanada contra él impuesto por parte del consejero delegado de Repsol, el expresidente del PNV Josu Jon Imaz- y salir la vicepresidenta para la Transición Ecológica, Teresa Ribera, y el propio líder socialista, a decir que van a “modularlo”... ¡Qué no harán cuando el rapapolvo sea en catalán y venga de Waterloo!

En definitiva, ¿De qué estamos hablando? ¿De qué “tierra firme” presume un Pedro Sánchez a quien sus votantes reprochan tanto la Ley de Amnistía como los contactos que está manteniendo en Suiza con Puigdemont, sentados ambos a la mesa con un mediador salvadoreño experto en negociación con guerrillas, Francisco Galindo Vélez, como si España fuera un Estado fallido?

A más, a más, que dicen en Cataluña, y fuera de la imagen frívola: ¿Por qué el presidente puede permitirse bromear con Jorge Javier Vázquez con que la próxima edición de Supervivientes se grabe en El Salvador, no en Honduras? … Porque no le pasa factura entre sus votantes, que prefieren eso que a Abascal ‘enderezando’ Cataluña. Esa es su verdadera “tierra firme”

A más, a más, que dicen en Cataluña, y fuera de la imagen frívola que transmite: ¿Por qué el presidente del Gobierno puede permitirse bromear con Jorge Javier Vázquez con la idea de que la próxima edición del reality Supervivientes se grabe en El Salvador, no en la selva de Honduras? … Porque no le pasa factura entre sus votantes, que prefieren eso que a Abascal enderezando Cataluña. Esa es su gran, su única fortaleza en estos momentos, diría yo. Su verdadera “tierra firme”, la que nos ofrece: yo o el caos.

Cuanto más grita Vox, menos se oye el run-run de la calle contra la Ley de Amnistía y contra unos pactos que acabarán pasando factura al país muchos años después de que Pedro Sánchez haya dejado el poder; porque los independentistas, ya se sabe, funcionan bajo el principio de terreno conquistado: si tú reconoces que no eres capaz de dialogar en la sede por antonomasia del diálogo, el Congreso, y tienes que ir a Ginebra con un mediador en guerrillas… la suerte está echada.

Mientras Vox lleve la voz cantante de la oposición “solo o en compañía de otros”, como en la célebre sentencia del crimen de los Urquijo, ya pueden desgañitarse contra Sánchez el PP, Aznar, Rajoy, la mayoría de los empresarios -se quejan de la “inseguridad jurídica” desde hace cinco años-, buena parte de los medios de comunicación, el barón más importante del PSOE, Emiliano García-Page y toda la vieja guardia socialista, empezando por Felipe González y acabando en Alfonso Guerra… que tenemos Pedro Sánchez para rato.

Habitualmente, el lenguaje corporal nos delata y no había que ser un lince para ver este lunes que el presidente del Gobierno estaba en su salsa durante la charla con Jorge Javier Vázquez y Ángeles Caballero; le supo a poco. Y no me extraña; acababa de leer en Clarín unas declaraciones de Abascal que vuelven a convertir su debilidad parlamentaria en un islote rocoso de “Tierra firme”.

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