Economía

El impactante discurso de Larry Summers: ¿y si sólo podemos crecer creando burbujas?

¿Qué pasaría si la crisis simplemente se hubiese acabado y en realidad nos estuviésemos enfrentando a un nuevo escenario en el que el escaso crecimiento es lo normal, una especie de estancamiento secular?, planteó el exsecretario del Tesoro estadounidense y asesor de Obama ante una selecta audiencia en un foro del FMI.

Delante de una distinguida audiencia durante una conferencia en el FMI, con personajes de la talla de Ben Bernanke o Martin Feldstein entre los oyentes, el exsecretario del Tesoro estadounidense, excandidato a presidir la Fed y exasesor de Obama, Larry Summers, pronunció hace unos días un discurso que conmocionó a la comunidad de académicos y analistas por radical a la par que convincente y estremecedor: ¿y si la economía estadounidense y por extensión la occidental no es capaz de crecer y crear empleo?, ¿y si sólo puede hacerlo a fuerza de crear burbujas con los consiguientes riesgos? (Puede ver aquí la elocución de 16 minutos en inglés).

Summers explicó que las autoridades lo hicieron muy bien a la hora de atajar el pánico del 2008-2009. La rapidez con la que suministraron la liquidez consiguió alejar el fantasma de una Gran Depresión y estabilizar las condiciones financieras. Sin embargo, cuatro años más tarde la proporción de gente trabajando no mejora y el crecimiento del PIB en EEUU sigue siendo anémico. Y semejante fenómeno no sólo ocurre en Estados Unidos, también sucede por ejemplo en Japón. ¿Qué pasaría si la crisis simplemente se hubiese acabado y en realidad nos estuviésemos enfrentando a un nuevo escenario en el que el escaso crecimiento es lo normal, una especie de estancamiento secular?, planteó Summers.

El exsecretario del Tesoro con Bill Clinton, a veces criticado por su papel en la liberalización de los servicios financieros, relató cómo una crisis de origen bancario no es igual que las demás: si por ejemplo ocurre un desastre y se recorta de un día para otro el 80 por ciento de la producción eléctrica, entonces la economía se colapsaría igual que con una crisis financiera y el Producto Interior Bruto se desmoronaría. Sin embargo, a los pocos meses se empezaría a crecer de nuevo. En cambio, la normalización de una crisis bancaria no funciona así. Después de una restricción crediticia o credit crunch, se tarda mucho más en reactivar los canales financieros.

Y para explicar el porqué Summers se remonta a la década anterior a la crisis y se pregunta: ¿cómo pudo ser que en los años previos a la debacle hubiese tanta imprudencia financiera, tanto dinero fácil, y aun así todos esos excesos no se tradujesen en un aumento espectacular de la demanda, mayor empleo, un sobrecalentamiento de la economía y, al final, una oleada de inflación rampante? Es decir, incluso con una gran burbuja y todos esos estímulos artificiales, la demanda no se disparó sin control. Supongamos, dice Summers, que los tipos de interés reales descontando la inflación ya fuesen antes negativos, y que ni siquiera así se logró el pleno empleo. ¿Acaso no será entonces que ya antes de la crisis no se podía crecer pero la actividad se mantuvo a fuerza de burbujas?

Según Summers, cuando los tipos de interés están en positivo éstos se pueden bajar y fomentar la demanda. Incluso con unos tipos a cero, se puede soportar la demanda inyectando dinero e inflando así algunos precios de activos. Pero una vez los tipos de interés descontada la inflación caen por debajo de cero la capacidad de maniobra se limita: aunque se pueden mantener los tipos muy bajos para siempre, resulta mucho más difícil tomar medidas extraordinarias que fomenten la demanda durante mucho tiempo o incluso para siempre. Sin embargo, lamentablemente, “el problema de fondo puede estar ahí para siempre”, afirmó Summers.

Y de ser correcta esta visión, prosiguió Summers, dado que cuatro años más tarde no hay evidencia de que se haya restaurado el crecimiento, habría que preocuparse en el caso de que la política monetaria reduzca su actividad, se haga menos expansiva y brinde menos estímulos y, en consecuencia, conceda menos crédito. “Podríamos necesitar que en los próximos años se piense sobre cómo se gestiona una economía donde el tipo de interés nominal cero es un inhibidor crónico y sistémico de la actividad económica, manteniendo nuestra economía por debajo de su potencial”, remató Summers.

¿Y qué significa lo dicho por Summers? Esta intervención se entiende como un aval para las políticas de estímulos justo ahora que la Reserva Federal estudia si debe rebajar sus inyecciones monetarias y que el BCE baraja si tomar o no nuevas medidas para alejar la amenaza de unas inflaciones muy bajas y, por consiguiente, unos crecimientos muy bajos. Si la teoría de Summers se cumple, se trata de escoger entre el riesgo de sufrir la inflación y nuevas burbujas o el de padecer muchos años con altas tasas de desempleo.

¿Y cómo hemos llegado hasta aquí?

Occidente pudo crecer hasta mediados de los 80 gracias a los ‘baby boomers’ y la incorporación de la mujer al trabajo. A partir de ahí, salvo por algunos momentos en los que se aprovechó la globalización y las nuevas tecnologías, el motor del crecimiento ha sido la deuda y, por ende, las burbujas: la puntocom, la inmobiliaria y la del crédito.

Y este proceso comenzó a agudizarse desde la crisis del 98 en los emergentes. Estos países consideran que tuvieron que sufrir la terapia del FMI porque no disponían de reservas con las que responder, y desde entonces empezaron a acumular divisas, sobre todo dólares. Y ello supuso que el precio del dólar se revalorizó y fulminó buena parte de la competitividad estadounidense, lo que a su vez se tradujo en que EEUU alcanzó un déficit comercial del orden del 10 por ciento del PIB. Y para financiar ese déficit todos los años tuvo que entrar en la economía un 10 por ciento del PIB prestado de fuera. Unos fondos que no se destinaron a inversiones productivas, sino a los mercados financieros e inmobiliarios, creando burbujas.    

China, Alemania y Japón, los países más volcados con las exportaciones, se convirtieron en los principales suministradores mundiales de crédito, en concreto y sobre todo de Estados Unidos, Reino Unido y la periferia europea. Y ese mar de liquidez provocó que los tipos de interés se mantuviesen artificialmente bajos. La oferta de dinero fue tanta que éste se abarata. Una vez se resta la inflación, los tipos de interés en la práctica eran negativos y había que ser tontos para no endeudarse. Se podía tomar prestado cuanto se quisiera, ya que se podría devolver porque la actividad brindaba réditos mayores.

Hasta que ocurre el desastre. En una crisis típica, en cuanto se bajan los tipos se reanima la inversión y el empleo. Pero esta vez hay un exceso de capacidad y unos tipos de interés en el entorno de cero que sencillamente no facilitan el crecimiento por varias razones: por un lado, con los tipos tan bajos no se incentiva a la banca a dar crédito, y en lugar de concederlo al sector privado prefiere darlo al público que se califica de más seguro, o simplemente dedicarlo a la especulación financiera.

Por otro, se anima la toma de riesgos y la inversión concentrada en mercados con expectativas de grandes crecimientos, esto es, en burbujas, distorsionando y finalmente destruyendo el crecimiento. En definitiva, mediante el uso de la deuda se adelanta tanta demanda traída del futuro que llega un momento en el que con un crecimiento extenuado las empresas y familias ya no pueden seguir endeudándose más, consumiendo más y a la vez amortizando sus plazos.

De modo que los problemas se acumulan: al tiempo que la austeridad restringe la demanda, todos los países se lanzan a la vez a ganar cuota de mercado exportadora. La población occidental envejece y mengua el crecimiento. Las reformas que mejoran la productividad son lentas y tienen un coste político alto. Y la globalización y la tecnología están causando una redistribución de la riqueza en detrimento de la clase media de los países occidentales y a favor de las naciones más pobres, las multinacionales y las grandes fortunas. Por si fuera poco, las inyecciones monetarias de los bancos centrales también acaban reportando pingües beneficios sobre todo a los más ricos.

Así las cosas, ¿y si ni siquiera una burbuja es capaz de contrarrestar los cambios estructurales que están ocurriendo?, ¿y si se han terminado los ciclos económicos y sólo podemos crear empleo a fuerza de burbujas financieras o estímulos masivos que siempre suelen acabar muy mal?, ¿cómo vamos a poder reanimar la inversión productiva si ahogados por la deuda no tenemos unas perspectivas de consumo que garanticen los retornos?

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