Opinión

¿Memoria, dignidad, justicia y verdad?

En la estrategia contra el terrorismo, menos homenajes a las víctimas y más determinación, menos llantos de plañidera y más firmeza, menos negociaciones y concesiones y más coraje

Los pasados 7, 8 y 9 de este mes de octubre he asistido a la Conferencia Internacional de Naciones Unidas sobre Víctimas del Terrorismo celebrada en Vitoria con la colaboración del Gobierno de España. El tema de este magno encuentro ha sido el papel que pueden jugar las víctimas en los programas educativos desarrollados en escuelas y universidades de todo el mundo para concienciar a los niños y a los jóvenes sobre la gravedad de esta lacra y la ilegitimidad de utilizar la violencia como instrumento de acción política. La asistencia a sesiones paralelas en las que familiares de asesinados en este tipo de crímenes narraban sus experiencias y daban testimonio directo del sufrimiento provocado por los atentados en los que habían perdido a hijos, padres, hermanos, compañeros o amigos, ha resultado una vivencia impactante al poner en evidencia mediante relatos conmovedores la irracionalidad, la crueldad y la maldad intrínseca de una barbarie que en no pocas ocasiones no recibe el castigo merecido o que incluso queda impune. En particular, escuchar al padre de Shari Louk, la joven torturada y después decapitada durante el ataque de Hamas al sur de Israel el 7 de octubre de 2023, cuya imagen descoyuntada tirada en una camioneta estremeció a todo el planeta, ha sido un momento inolvidable, uno de esos acontecimientos que deja una huella imborrable y que me hizo pensar en los amargos días de noviembre del año pasado en los que permanecí sedado e intubado en la UCI del hospital Gregorio Marañón durante los cuales, según me han contado mi mujer y mis hijos, la incertidumbre de no saber en qué estado despertaría, o si llegaría a despertar, les mantuvo en un estado de angustia y dolor insoportables.

Israel lucha por su supervivencia, pero también por la nuestra, le de los europeos, asimismo amenazados por el fanatismo, el totalitarismo y el salvajismo del fundamentalismo islámico

Asistimos en el último año a numerosas manifestaciones en favor de la causa palestina y a los esfuerzos de gobiernos occidentales, empezando por el de Estados Unidos, para que Israel practique la contención exigiéndole que no cause víctimas civiles en su legitima represalia por la vesánica masacre sufrida por sus ciudadanos hace ahora doce meses. Francamente, después de estar en compañía del padre de Shari Louk y de compartir con él sus recuerdos de la estremecedora pérdida que sufrió, echo de menos una mayor energía en la condena de aquella jornada infame y menos aspavientos por los efectos colaterales, muchos de ellos buscados por Hamas, de la ofensiva israelí en Gaza y en el Líbano. Al fin y al cabo, Israel es el bastión de la civilización occidental en Oriente Medio, la primera línea de combate frente a las fuerzas oscuras que quieren destruir todo lo que nos ennoblece como personas, la libertad, la democracia, la igualdad entre hombre y mujer, el imperio de la ley y el pensamiento ilustrado. Israel lucha por su supervivencia, pero también por la nuestra, la de los europeos, asimismo amenazados por el fanatismo, el totalitarismo y el salvajismo del fundamentalismo islámico. Los que perpetraron la incalificable agresión del 7 de octubre de 2023 contra gentes indefensas no merecen la condición de humanos, son subhumanos, animales, bestias sedientas de sangre, la hez de nuestra especie. Por eso, el espectáculo de tanto progre de pacotilla luciendo el pañuelo palestino o de ministras indocumentadas profiriendo eslóganes genocidas es ridículo además de patético.

Por tanto, en la estrategia contra el terrorismo, menos homenajes a las víctimas y más determinación, menos llantos de plañidera y más firmeza, menos negociaciones y concesiones y más coraje. Cada rehén capturado por los terroristas islamistas en Irán intercambiado por presos iraníes convictos cumpliendo sentencia por terrorismo en cárceles europeas es el estímulo a nuevos atentados. La negativa a estos cambalaches puede ser difícil, por supuesto, y los sentimientos de las familias afectadas dignos de atención, pero el rechazo a semejantes arreglos pusilánimes en el presente evita decenas o centenares de víctimas futuras.

En la Conferencia aludida, la presidenta de la entidad española Asociación de Víctimas del Terrorismo, Maite Araluce, intervino en uno de los paneles y utilizó los magros tres minutos que le asignaron para hablar alto y claro, con la independencia de criterio y la valentía que la caracterizan y si nuestro Gobierno tuviera vergüenza sus palabras lo sumirían en la desazón. La elevación de interlocutor privilegiado del Ejecutivo al grupo parlamentario heredero de ETA, la concesión de terceros grados retorciendo la ley a sus matarifes más sanguinarios y la elaboración de la normativa de seguridad ciudadana con su concurso, son muestras de una inmoralidad y una bajeza que equivalen a escupir en el rostro de centenares de asesinados y de miles de heridos, mutilados, extorsionados o expulsados del País Vasco desde la Transición, es decir, desde que España se constituyó en una democracia plena.

El lema de la política sobre víctimas del terrorismo consta de cuatro vocablos bien conocidos. Pues bien, para nuestra desgracia no son estos altos conceptos los que imperan en la confrontación con esta plaga liberticida y criminal, sino los opuestos. Mientras sean ignorados y los que se impongan sean Desmemoria, Indignidad, Injusticia y Mentira, el mal químicamente puro que encarna el terrorismo seguirá campando a su anchas cubriéndonos de sangre inocente y de oprobio lacerante.

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