Opinión

Romper lo que ya está roto: España

No puedo mirar España sin acordarme de aquellos anuncios de detergente de los años 80:

-Señora, ¿qué lleva en su carro?

-¿Yo? Mi PSOE de toda la vida. El que lava más blanco.

-¿Y si se lo cambio por un quince en uno y se lo llamo S

  • El expresidente catalán Carles Puigdemont en una imagen de archivo -

No puedo mirar España sin acordarme de aquellos anuncios de detergente de los años 80:

-Señora, ¿qué lleva en su carro?

-¿Yo? Mi PSOE de toda la vida. El que lava más blanco.

-¿Y si se lo cambio por un quince en uno y se lo llamo Sumar?

-Que no, que no y que no. Que nada blanquea tan bien como mi PSOE. Si le meto yo un Otegui y un Puigdemont y me los deja blancos como la nieve.

Así estamos, viendo el reluciente rostro del “hombre de paz” hablando, a cara descubierta esta vez, de romper España. Sin miramientos y sin tapujos, que ya no son necesarios para explicar a los españoles que su única meta es destrozar nuestro país.

Una cosa tengo que reconocer: casi tanto miedo me dan los que, al escucharle, se llevan las manos a la cabeza, como los que le aplauden. A los primeros os pregunto, con el corazón en la mano: ¿Qué esperabais? Qué esperabais de un señor que ha sido condenado seis años por pertenecer a la organización terrorista ETA, por lo que fue inhabilitado para ejercer cualquier cargo público hasta 2021, ya que el Tribunal Supremo consideró probado que cumplió órdenes de ETA al intentar reconstruir la ilegalizada Batasuna; que fue condenado otros seis años más por el secuestro, en 1979, de Luis Abaitua, director de la fábrica Michelín; que le cayeron otros quince meses más por enaltecimiento de un etarra y que, como ya había sido juzgado por pertenecer a ETA, se libró de la causa de las herriko tabernas, aunque le costó dos días de prisión preventiva hasta que pagó una fianza de 400.000 euros.

Con este currículum, ¿de verdad necesitabais oír de su propia boca que su objetivo es romper España para poner el grito en el cielo? Si alguien responde que sí, a mí solo me queda pensar que esa gente si nace más tonta, nace acelga.

Con cada cartel que se hace, para anunciar las fiestas de un pueblo, dibujando guardias civiles en llamas, España pierde un latido

Algunos os preguntaréis por qué me cebo con los que se sorprenden y no con los que aplauden. Es sencillo: los otros ya son acelgas, para qué malgastar mis energías en collejas dialécticas que no entienden ni padecen.

Lo más triste, pero a la vez gracioso de todo esto, siempre y cuando seamos capaces de abstraernos de todo sentimiento de cariño y de apego hacia mi querida España, es que todos estos esfuerzos por romper España son en vano, porque ya está rota.

Esta España mía, esta España nuestra, como le cantaba Cecilia cuando podías amar a tu tierra sin que te llamaran fascista, está más rota que entera y, aún así, las hienas y los buitres continúan al acecho porque los pedazos son todavía demasiado grandes para cargar con ellos o, en el mejor de los casos, porque el corazón quebrado de España aún late.

Pero con cada cartel que se hace, para anunciar las fiestas de un pueblo, dibujando guardias civiles en llamas, España pierde un latido. Con cada traición a quienes dedican su vida a protegernos, mi país se muere un poco más, porque matamos su decencia. Una nación sin decencia es como un cuerpo sin alma: nadie quiere vivir en él.

Cada vez que un español busca en Google “residencia fiscal no habitual en Portugal”, hace los trámites necesarios para empadronarse en Andorra o realiza las gestiones pertinentes para trasladar su empresa a Irlanda, los latidos de esta España nuestra se debilitan, porque ya no es tan nuestra y cada vez nos da más igual que sea suya o de quien sea. La patria es el hogar de uno y ese es el lugar donde te abren la puerta y te acogen en un abrazo al final de una dura jornada de trabajo, no donde te la cierran de un portazo.

El alma de un país no se puede dividir en mil pedazos, pero sí puedes tener miles de pequeñas naciones sin alma, de eso estoy segura

Los latidos se apagan, se silencian con cada voz más alta que otra al grito de “facha”, “racista”, “machista”, “homófobo”, “tránsfobo” o cualquier otra cosa que se te ocurra llamar a quien no te da la razón o, simplemente, a quien no le gustas. A España le duele que prefieras pensar que alguien odia a todos los que son de tu mismo sexo, religión, raza, tendencia sexual o lo que sea que crees que te identifica como persona, antes que pensar que ese alguien simplemente cree que eres imbécil. Porque sí, querido lector, puedes pensar que una mujer es imbécil sin ser machista, puedes creer que un homosexual es idiota perdido sin ser homófobo y puedes aborrecer a una persona transexual sin ser tránsfobo. O puedes hacerles el juego a todas estas hienas y buitres que nos acechan y buscar enfrentamientos donde no debería haberlos, mientras hablas de “las dos Españas” o de “un país de naciones”. El alma de un país no se puede dividir en mil pedazos, pero sí puedes tener miles de pequeñas naciones sin alma, de eso estoy segura. Los carroñeros que se alimentan de esos pedazos sin vida también lo saben.

Romper España. Pero si ya está rota. La pregunta es si se puede arreglar, como hacían nuestros abuelos, que todo lo arreglaban aunque fuera tirando de pegamento del barato, o si vamos a hacer como hacemos ahora con todo lo que se rompe: buscamos en Internet y nos compramos otro.

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