Opinión

Así no vamos a ninguna parte

Después de cuarenta años en el oficio de periodista, la mayoría de ellos en la radio, cree uno haber acumulado alguna experiencia en los relativo al egeme que mide las audiencias. Por lo dicho, creo que hay razones para considerar que es más pr

  • El candidato del Partido Popular, Alberto Núñez Feijoo saluda a los simpatizantes -

Después de cuarenta años en el oficio de periodista, la mayoría de ellos en la radio, cree uno haber acumulado alguna experiencia en los relativo al egeme que mide las audiencias. Por lo dicho, creo que hay razones para considerar que es más provechoso creer en el oráculo de Delfos que en los resultados de esa medición aplicada a la radio en la que todas las emisoras y comunicadores ganan. O ninguno pierde.

El egem me recordó el espectáculo en la noche del domingo cuando los lideres iban saliendo a dar explicaciones. Y así, ganó Feijóo, que no irá a la Moncloa; ganó Sánchez, que ha perdido las elecciones; ganó la señora de Sumar, que nos había dicho que sería la primera presidenta de España cuando la realidad es que ha quedado cuarta y con menos escaños que le dejó Unidas Podemos. Y hasta parece que ha ganado Abascal. La indecencia política del líder de Vox y el grupito de amiguetes que le jalea es de libro. En un partido normal, los resultados del domingo hubieran hecho dimitir al líder y convocar un congreso. No sucederá con quien cree tener un partido como si fuera una finca en Extremadura.  

En realidad, y entremos ya en materia, es también más rentable creer en la profecía y en la adivinación que en las encuestas. Narciso Michavila dice que él ha acertado más que el resto. ¡Hombre Michavila, hombre!

"Michavila en busca y captura", me escribía un querido compañero de profesión la noche del domingo.  

Y no, miren, no voy a denostar los sondeos cuando me encuentro entre las decenas de periodistas que se los han creído y los ha utilizado para hacer sus magras reflexiones. Debemos empezar por ahí. Por ser consecuentes y admitir que ese mundo caprichoso de las encuestas nos ha hecho disparatar en nuestros artículos y tertulias. Nadie nos obligaba, desde luego. Hemos creído lo que, por la experiencia acumulada, no deberíamos creer, y, sin embargo, vuelta la burra al trigo. No engañemos más: suele suceder cuando se mezcla el  deseo y la realidad.

Oigo las desbarres de aquellos que olvidan que los resultados de Sánchez son la consecuencia de una cosa simple pero muchas veces incomprensible que se llama democracia

Escucho con sorpresa el lamento de algunos de mis compañeros porque Santiago Abascal -antes Santi-, no tiene los arrestos suficientes para asumir la responsabilidad de su rotundo fracaso; atiendo las razones de otros que se mofan de Yolanda Diaz. Oigo las desbarres de aquellos que olvidan que los resultados de Sánchez son la consecuencia de una cosa simple pero muchas veces incomprensible que se llama democracia. Los hay incluso que se permiten decir que los españoles votamos mal. Y mientras escribo, se me presenta la cara circunspecta de Feijóo en el balcón de Génova intentando explicar lo que es inexplicable, quizá incomprensible, mientras una parte de su publico -¿su público?- coreaba a la presidenta Ayuso. "Ayuuuso, Ayuuuuso, Ayuuuuso…". "Muchas gracias, presidenta", respondió Núñez Feijóo desde el balcón.

Las elecciones de ayer no trajeron ni una sola noticia buena para un país que se desgasta y asiste atónito al espectáculo de dos líderes políticos que han decidido retratarse dentro del cuadro de los garrotazos de Goya. Pregunto a un señor muy mayor por el resultado, y me responde directo que "así no vamos a ninguna parte, haga el favor de escribirlo". Y eso hago, escribirlo y confirmar que no hay que estar muy informado para saber que lo que me dice ese hombre tan mayor es verdad.

No vamos a ninguna parte es un diagnóstico que se queda escaso y marginal si Feijóo y Sánchez no son capaces de compartirlo. De entenderlo, en realidad, porque sólo cuando lo hayan entendido podrán aceptar la idea simple y cierta de que ellos tienen la llave para que España encuentre el sosiego al que los radicales antiespañoles y los radicales pasados de ese españolismo que huele a sobaquina y puro Farias han sometido a este país.

Nunca Vox llegará a la Moncloa, y lo saben. Pero saben también que tienen en su mano la clave para que Feijóo, o el que sea después de Feijóo, llegue a gobernar España

No vamos a ninguna parte con los de Rufián; a ninguna con los del valiente de Waterloo; a ninguna con la señora comunista disfrazada de Mélenchon con ropa de Cristian Dior -Guerra dixit-; a ninguna con un partido como Vox que funciona como un grupito de amiguetes que se entretienen favoreciendo por acción u omisión a Sánchez. Se les llena la boca de saliva cuando dicen España, y al final, claro, les sale un salivazo. Nunca van a gobernar este país. Nunca Vox llegará a la Moncloa, y lo saben. Pero saben también que tienen en su mano la clave para que Feijóo, o el que sea después de Feijóo, llegue a gobernar España. De Sánchez no digo nada. Me cansé. Así no vamos a ninguna parte.  Lo sabe Abascal, lo sabe Junqueras, lo sabe Puigdemont y lo sabe Otegi. Y en ese ambiente sobreviven y se muestra capaces de conseguir sus objetivos, que no son otro que bloquear un país al que le urgen la estabilidad y la confianza. Ya sabe uno qué justifica la existencia de separatistas, filoterroristas y comunistas, todos ellos convenientemente blanqueados por Sánchez y ahora bendecidos por las urnas.

Ahora también sabemos, -en realidad ya era conocido-, qué pretenden los valientes de Abascal y compañía, esos que calificaron al PP de 'derechita cobarde' y lucen hoy como una excrecencia política sin rumbo ni razón de ser. ¿Qué pretenden? Quizá haya que preguntárselo a Sánchez. De derrota en derrota hasta la derrota final.  

Asuma que los españoles votan como les da la gana y son capaces de amargarle la existencia dos meses después de darle una alegría. Ustedes son previsibles

Sánchez no hablará con Feijóo sobre los intereses que la gran mayoría de los españoles de centro derecha y centro izquierda comparten. Feijóo no se sentará con Sánchez para idear una fórmula que nos quite de la vista lo peor de la política que viene con la etiqueta de la antiespaña y la desigualdad territorial. Puigdemont sonríe leyendo esta mañana los periódicos en su palacete belga. Y Abascal, -¡ay Abascal¡- no siente nada cuando alguien le recuerda que, con menos votos que los conseguidos ayer entre PP y Vox, Mariano Rajoy consiguió la mayoría absoluta. Anda, Santi, dale una pensada por favor.

Y la próxima vez señor Feijóo pase de las encuestas. Asuma que los españoles votan como les da la gana y son capaces de amargarle la existencia dos meses después de darle una alegría. Ustedes son previsibles, lastimosamente previsibles. El pueblo español no lo es, felizmente, cuando es llamado a votar.  No ha tragado ni se ha creído su desapego a Vox mientras pactaba entre el sonrojo y la estupefacción en Extremadura y Valencia. Y si llega el momento, sea valiente y dé la cara en los debates. No se esconda tras el burladero. Nada molesta más a quien le ha querido votar y no lo ha hecho que verle corriendo por los cerros de Úbeda con tal de no debatir. Es en lo único que tiene razón Abascal cuando habla de la derechita cobarde. Cobarde, anónima, despistada y hoy más que nunca lejana. ¿Por qué jaleaban la otra noche a Ayuso, señor Feijóo? Malditas sean las preguntas cuando las respuestas son cuchillos afilados.

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