Opinión

Francia y el miedo a la ultraderecha

Emmanuel Macron ganó la Presidencia de la República francesa en las últimas elecciones por un único motivo que centró la campaña: el miedo a la «ultra» derecha. El estigma sobre Marine Le Pen fue esparcido con histeria, furia y mediocridad desde los

  • Disturbios en Nanterre (Francia).

Emmanuel Macron ganó la Presidencia de la República francesa en las últimas elecciones por un único motivo que centró la campaña: el miedo a la «ultra» derecha. El estigma sobre Marine Le Pen fue esparcido con histeria, furia y mediocridad desde los medios. Ella nunca fue una buena candidata, pero el odio que supuraba cada francés que tenía el lujo de poder hablar de política en la calle por ser progresista, garantizaba al hombre de la banca Rothschild mantener el Elíseo. «No dejarán gobernar a Le Pen sin que ardan las calles», asumían los votantes asustados y ocupados en pagar impuestos. «Se hubiesen perdido derechos, los inmigrantes serían marginados, y volvería el fascismo». El mismo mensaje de odio alucinógeno de la campaña electoral en España, pero con el retraso habitual de los politólogos autóctonos. Gracias a que no ganó la ultra, mega, extrema derecha, los franceses sólo han perdido el derecho de tener coche o casa sin que se lo quemen; crecen los guetos, aumenta la inmigración de forma inasumible y la principal imposición es lo climático y la ideología trans, aunque ésta última sólo si eres blanco ¡Menos mal que ganó Macron! 

Tras la ola de violencia del 2005, toda la progresía de las sociedades abiertas dictaminó que los inmigrantes de segunda y tercera generación quemaban las calles de toda Francia y atentaban contra la policía por motivos socioeconómicos. Su enorme intelecto izquierdista republicano les impedía percibir ningún factor étnico identitario por el que alguien con pasaporte francés odiase Francia. Más fronteras abiertas y más dinero en  políticas fracasadas de integración. Se gastaron 40.000 millones de euros en el plan Borloo destinado a los barrios periféricos de las ciudades y 10.000 millones anuales en los presupuestos en políticas urbanas. Polideportivos, árboles, escuelas, salas de música, transporte, carril bici… todo para que no necesitasen salir del gueto y molestar a la élite en sus barrios. Se critican los suburbios, pero la Francia insumisa aún no ha reclamado el derecho a que sean ubicados en los Campos Elíseos. Es imposible integrar bien a 8 millones de inmigrantes de una cultura antagónica que desprecia Europa y es educada para destruirla y conquistarla.

Tanto gasto para que lo arrasasen y lo convirtieran en zonas no go. Un incremento de los subsidios, de organismos en una administración paralela dedicados a hacer presente el Islam en la Francia laicista anticristiana. Todo para que los ciudadanos paguen ahora de nuevo todo lo que han destrozado los últimos días, para que tarden unos años más en volver a destruirlo. El francés paga un vasallaje al inmigrante para tener una falsa sensación de tranquilidad temporal.

Gracias a que no ganó la ultra, mega, extrema derecha, los franceses sólo han perdido el derecho de tener coche o casa sin que se lo quemen

Pero hay algo distinto y perturbador en las imágenes de guerra que hemos podido ver en redes, la perfecta coordinación de la violencia por todo el país, especialmente en Lyon, Marsella y en algunos pueblos. La Francia rural tan enemiga de la burocracia climática europea. ¿De dónde han salido tantas armas de fuego de repente? La masa islámica cabreada y predispuesta parece que hubiese sido dirigida por profesionales del terror y la violencia callejera. Blancos encapuchados defendidos por la extrema izquierda de Mélenchon, el que tanto miedo y odio difundió sobre la llegada al gobierno de la ultra derecha de Le Pen. Tanto que ella misma parece haberse creído algo.

Esto no es una guerra de marginados contra privilegiados y no sólo es una guerra étnica unilateral contra el francés blanco. Es una revuelta contra la civilización que hemos conocido en la que se está permitiendo la destrucción de parte del Estado francés para dejar desprotegida la nación. Arden comisarías y Ayuntamientos. Agreden con intención de matar policías. A un Alcalde de la Francia patriótica del bonapartismo de Zemmour le quemaron la casa con su mujer e hijos dentro. Mientras, un tranquilo Macron arroja la responsabilidad a los padres de los menores y toda la culpa a los videojuegos. Quien hace poco lucía una camiseta militar en el Elíseo, como si estuviese en el frente en Ucrania, no ha sacado el Ejército ante una revuelta más violenta y descontrolada que la de 2005. Macron sólo ha decretado el control de la información en internet como medida para acabar con la violencia. Iluminador.
Los franceses son vasallos de un Estado que sólo les garantiza el terror callejero, burocrático y fiscal. No te da permiso para nada y te cobra por todo. La Ilustración tuvo que destruir el Cristianismo en Francia para imponer el laicismo. Ese vacío existencial que deja hueca una civilización que se precie de tal consideración es lo que ha permitido que pueda ser ocupado por el Islam, tan identitario. Un aliado circunstancial para destruir la seguridad y la representación más cercana al ciudadano. El francés queda desprotegido y abandonado para que la nación carezca de instrumento con poder para reivindicarse y protegerse. El Estado se concentra en altas esferas mientras el ciudadano vive asustado, perdido y cansado en un gueto que se extiende hasta su casa. Pero no olviden que el peligro es la «ultra» derecha que denuncia el problema, no permitan que hable quien sufre la realidad multicultural de los barrios y pueblos, es un peligroso extremista.

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