Opinión

Si usted habla en la tertulia de Ferreras, a mí déjeme en paz

Es de suponer que quienes confiaron en un líder que se muestra tan despiadado con los críticos, como Iglesias, habrán aprendido una valiosa lección vital en estos días, y es que quien se presta a ejercer de guardia pretoriana de un tirano, tarde o temprano, es purgado sin contemplaciones.

Criaturas que cebamos con titulares de prensa y sillas en las tertulias reclaman estos días atención en este frenopático nacional, vergel de charlatanes donde se llegó a encumbrar a la monja pirómana, al padre Apeles y a Juan Carlos Monedero, entre otras eminencias. Así nos va: engendramos monstruos, los exponemos ante una ciudadanía que se pirra por los dramas populistas y, cuando dejan de generar audiencia, los desechamos, sin tener en cuenta que todo narcisista peca de ego frágil y suele ser imprevisible durante su declive. A veces golpea, a veces se hace daño.

Ocurre estos días lo que era evidente, y es que Pablo Iglesias se ha puesto a la defensiva porque no acepta su pérdida de protagonismo, como el hermano mayor que se enrabieta y demuestra pelusa cuando nace el pequeño. El chief-executive-officer de Canal R(e)d -participado por Roures y su hija- escribió hace tres días lo siguiente, después de que Pedro Sánchez utilizara la moción de censura presentada por Vox para aupar a Yolanda Díaz: “Si hubiera un contador que tomara nota de las veces que en la SER repiten las palabras “tándem” y “ticket” para elogiar la generosidad de Sánchez dándole voz a Díaz, estallaría”.

Quien fuera la emergente estrella del rock rebelde en 2014, ha dejado de interesar a los medios y a los electores; y, lejos de aceptar que la fama dura un suspiro y medio y que, después, la vida sigue, ha optado por el berrinche constante. Quienes le rodearon, son conscientes de esa actitud e incluso se lo hacen ver. Elizabeth Duval, escritora y activista trans que caminó en paralelo a Iglesias en algún momento, le aconsejó que no interpretara los apoyos a Díaz como una cuestión de lealtad o de deslealtad, sino como algo necesario para evitar el derrumbe de la izquierda morada.

Iglesias, león envejecido y envilecido; y hombre herido en su orgullo por sus menguantes apoyos, contestó: “Señora, hágame el favor de soltarme el brazo y deje de hacer creer que se puede defender un proyecto político decente desde la tertulia de Ferreras”. A unos cuantos kilómetros del lugar en el que escribió ese tuit, Macarena Olonafemme fatale, pero fatalefatale, de aquella manera... mantenía una refriega en una conferencia, en la que se enfrentó al líder de un grupo llamado Frente Obrero, que también aspira a destacar entre el griterío. ¿Qué hemos hecho para merecer esto? Simplemente, considerar que esta gente tiene capacidad para algo más que para recitar las verdades del barquero.

Iglesias ya no es el que era... y no lo sabe

El Iglesias de 2023 es quizás el mejor ejemplo de este fenómeno. Hubo un tiempo, hace más de un lustro, en el que comenzó a hablar sobre la 'cloaca mediática', la cual quería destruir a la nueva izquierda nacional y de la que formaban parte desde el comisario Villarejo hasta el Grupo Prisa y LaSexta. A esa espaciosa alcantarilla se han incorporado en estos años decenas de periodistas y excompañeros de partido, empeñados -según él- en aniquilar la alternativa progresista al PSOE, que desde entonces se ha desgastado paulatinamente en las urnas, sin que nada tuviera que ver su mudanza a Galapagar, su manía persecutoria o la fiebre puritana de Igualdad. Para Iglesias, todo ha sido consecuencia de la persecución mediática.

Sucede que este profesor de la Complutense ya no es líder de esa izquierda, pero todavía no quiere darse cuenta, al igual que el tándem Montero-Belarra se niega a admitir que Sánchez confía más en Díaz. No aceptan su decadencia y se resisten a dar un pasó atrás. Así que cuando algún 'medio de la cloaca' -como Prisa- describe esa evidente realidad o ensalza algo relacionado con Díaz, el pobre Iglesias explota, como ocurrió el otro día. Qué cruel es a veces la existencia. Entre el 'yo, yo, yo, yo y sólo yo'... surgió Yo-landa.

Es de suponer que quienes -como Duval- confiaron en un líder que se muestra tan despiadado con los críticos habrán aprendido una valiosa lección vital en estos días, y es que quien se presta a ejercer de guardia pretoriana de un tirano, tarde o temprano, es purgado sin contemplaciones. Nerón mandó matar a su madre. Stalin 'se cargó' a cuatro de los seis miembros del poliburó de Lenin y Sadam Hussein bombardeó la casa de sus yernos. Los tiranos suelen ser asaltados por inseguridades cuando alcanzan la cúspide. Es entonces cuando comienzan a ver conspiraciones en quienes les rodean y a tomar represalias contra sus fieles, que acaban por considerar como sus enemigos. En los peores, además.

El líder de Podemos tuvo todo a su favor a mediados de la década pasada. Las televisiones habían perdido en 7 años el 40% de su facturación publicitaria y se encomendaron a los nuevos aires políticos para que sus ingresos publicitarios y su audiencia mejoraran. Se unió además el hecho de que algunos reporteros, muy jóvenes y fácilmente impresionables, se convirtieron poco menos que en admiradores (y hasta aduladores) de la formación política. Al poco tiempo, remitieron sus quejas a la Asociación de la Prensa de Madrid (APM) porque habían sido insultados y depreciados por los portavoces de la formación morada, que siempre han dispuesto de más soberbia que de empatía.

En ese caldo de cultivo -el de un país que buscaba referentes tras desengañarse del mal llamado 'régimen del 78'- surgieron figuras como la de Iglesias, que ahora se resisten a asimilar su decadencia, para disgusto de los suyos y sopor del resto.

Lo peor de todo esto es que la maquinaria de fabricar guiñoles caricaturescos nunca para, dado que en mitad de este ambiente nacional de incertidumbre y horizonte nebuloso, cualquier mesías es válido si tiene la costumbre de ser un charlatán. En este contexto, el PSOE y su enorme armada mediática tratan de impulsar a Yolanda Díaz para llenar el vacío demoscópico y televisivo que ha dejado Podemos. La maniobra publicitaria es tan evidente que incluso provoca carcajadas. Frente a la agresividad mitinera de Iglesias, sonrisas, abrazos y tono de voz suave para convencer a los desencantados de que la izquierda radical no es tan fiera como la pintan. Frente al mal humor, los biquiños de Yolanda.

En realidad, basta observar las intervenciones televisivas del pasado de Díaz para comprobar que su personaje público es falso y que, en realidad, tiene más semejanzas con la Irene Montero más malhumorada que con Rosa León. Pero, en fin, aquí todo vale y, como para concitar atención y generar reacciones en Instagram y Twitter hace falta exagerar, deformar el discurso o pintarse la cara y calzarse una nariz roja, estas cosas seguirán en el guión y los ciudadanos deberán zamparse el plomizo esplendor y la insoportable decadencia de todos estos falsos mitos contemporáneos.

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