Máximo Huerta –anteriormente conocido como Màxim Huerta- recibe a este periódico en una habitación del Hotel Intercontinental, en un día bochornoso. Se sienta en un sofá rojo y, cuando está frente a frente, recibe una pregunta: "Se desnuda usted en este libro, que versa sobre su vida. ¿Por qué ha hecho este ejercicio?". Su respuesta, ajustada, comedida, calmada y reflexiva, es la siguiente: "Eso será que lees poco". A continuación, cita una lista de autores que hicieron anteriormente lo mismo.
No hay nada como generar un clima de confianza y comodidad para que fluya una buena conversación, así que, tras esa ruptura de la regla más elemental de cortesía, que es la amabilidad, comienza esta entrevista, que se realiza con motivo de la publicación de su último libro, ‘Adiós, pequeño’, con el que ha ganado el Premio Fernando Lara 2022. Lo edita Planeta.
Las fotografías y los vídeos son de Clara Rodríguez.
Pregunta: Comencemos con la primera frase de su libro. “Mi madre hubiera sido más feliz si yo no hubiera nacido. Ésa es la única verdad de mi vida”. ¿Ésa es la única verdad?
Respuesta: Los libros tienen que empezar arriba, presentando todas las cartas sobre la mesa para que el lector, a partir de ahí, sepa lo que puede encontrarse. Aquí, que no iba a hablar de unos padres ‘como padres’, sino de un hombre y una mujer. Ese inicio me parecía la manera más dura y descarnada de resumir lo que venía a continuación.
P: Me recordó al ejercicio que hizo Cioran. Del porqué seguir viviendo al inconveniente de haber nacido…
R: Yo pienso más en la muerte. En este caso, sería al revés.
P: Pero esa frase que le he citado parece desprender lo que le digo…
R: Porque hablo de una época en la que hubo padres y madres que se casaron seguramente con personas equivocadas. Me interesaba mucho literariamente esa España, en la que los matrimonios aprendieron a quererse con los años. O a no quererse. Pero se casaron con un conocimiento escaso del otro y me parece que eran grandes cárceles en las que vivieron muchos españoles como consecuencia de eso.
P: ¿Continuar en esas condiciones es querer o depender?
R: Depende de cada caso. La vida no tiene manual de instrucciones. Pero ese padre o esa madre que vemos en las fotos antiguas a lo mejor no se querían. O querían a otra persona. O se empezaron a querer con el paso del tiempo. La costumbre es un gran salvavidas. Es la que permite acostumbrarse a vivir con un extraño.
La costumbre es un gran salvavidas. Es la que permite acostumbrarse a vivir con un extraño.
P: La costumbre…
R: Esto afectaba especialmente a las mujeres. Los hombres hacían su vida, pero las mujeres vivían encerradas en esos matrimonios sin amor.
P: Hay un momento que describe en el libro que me ha llamado la atención. Muere el padre de la familia y hay que decidir lo que hacer con las cosas del muerto. Es un episodio que tarde o temprano llega en la vida. Diría que es inevitable…
R: Embalsamar lo que hay o quitarlo. Hay que decidir. La vida va de despedirse de cosas y de gente. De amigos, de una casa, de unos muebles… y la peor despedida es la de las personas. Las que se mueren. ¿Y qué haces con sus cosas? ¿Tirarlos? ¿Construir encima de ellos?
P: O dejar intacta la habitación del muerto…
R: Como el único recuerdo. Como un tanatorio o un museo que tiene todas sus cosas. A todos nos toca pasar por una despedida. Cómo la gestionemos es otro asunto ya.
P: ¿Cuántas veces se ha despedido de un antiguo 'yo'? ¿Cuántos Máximos ha dejado atrás?
R: Cada vez que empiezo con ilusión algo y se frustra. Cada vez que te vas de una casa, de un trabajo… Ahí se produce cierto dolor, un luto… y ese luto se alivia. Eso es lo que marca. Entonces, ya se puede decir que hemos superado esa pena, aunque sea en parte. La pregunta es: ¿estaba en los 70 bien visto el despedirse de algunas cosas? No tanto como ahora…
P: Hemos pasado de lo que usted define como 'matrimonio cárcel' a lo contrario, ¿no?
R: Ahora estamos muy dispersos ante todo. Ahora todo va muy rápido y queremos consumir todo muy rápido. No nos permitimos el disfrutar del postre, del paseo… Reivindico la lentitud. Ser más como los niños, que todo lo juegan. La lentitud alarga la vida.
P: Los muros tienen memoria… Pero ahora cambiamos tanto de muros que quizás todo se mezcle en nuestra memoria de forma algo caótica…
R: La memoria es muy novelera y ficciona todo.
P: A veces tenemos la necesidad de destruir. De olvidar…
R: Pero ese proceso no es voluntario. Es casi una necesidad. El olvido no lo decides tú, es un proceso que se desarrolla en paralelo a ti. Lo único cierto es que, lo que queda en pie de nosotros, es lo que somos, con recuerdos mitificados y novelados del pasado.
P: El recuerdo como retrato impresionista de lo que ocurrió…
R: Y cambiante. Porque los recuerdos cambian a lo largo de la vida y se esconden tras varias capas de ficción.
P: Usted toca el tema de la enfermedad del familiar. Y de los días iguales y arenosos que se desarrollan mientras tanto…
R: Esa circunstancia, tan particular e única, es especial para quien la vive. Da igual que tal familiar está más enfermo que tu madre. Tu experiencia es la que a ti te duele y la que te hace vibrar. La que hace luminosa tu vida o la que la oscurece. Da igual que te cuenten el alzheimer de otro. Hasta que no entra en tu casa, no serás consciente de cómo es. Podemos observar lo que ocurre en otros casos, pero no es lo mismo que ser narrador. Cuando el fantasma entra en casa y lo vives, te das cuenta de lo que realmente es. Entonces, los días son todos iguales… y todo parece ayer. Lo que intento en esta novela es describir lo que me ocurrió ahí, que es lo de convertir en especiales los momentos de cada día.
P: Es sentirse más humano…
R: Es una forma de perderle miedo a la muerte y de retrasarla. Si haces todo más lento, la muerte parece que se aleja.
P: ¿Cómo pasa uno a la zona de sombra de la sociedad tras haber estado bajo los focos?
R: Yo es que creo que siempre he sido así. Vengo de un mundo rural, campesino… de familia de agricultores, padre camionero… En mi casa se ha cuidado a los familiares enfermos… Enfermaban un morían en las casas. Yo ya he enterrado a un padre tras cuidarlo durante muchos años. Ahora, cuido de mi madre. Y lo hago porque quiero. Porque soy heredero de esas familias que cuidaban. Por eso, no me parece visitar un lugar nuevo. Me parece muy reconocible todo esto que vivo ahora. Creo que he estado ahí siempre. No he bajado a otra planta.
Yo ya he enterrado a un padre tras cuidarlo durante muchos años. Ahora, cuido de mi madre. Y lo hago porque quiero. Porque soy heredero de esas familias que cuidaban.
P: Estuvo usted en la final de Roland Garros como ministro. ¿Cómo le ve la familia en esos casos?
R: Nunca me lo han dicho. Pero yo he sido periodista en mi pueblo del periódico local. En mi pueblo, formo parte del paisanaje del pueblo. En Utiel era el hijo de ‘la Irene’, el que leía en misa. Y en Buñol presentaba los conciertos de música. Ese pueblo no se deslumbra por los focos. Mira, recuerdo la mujer de un director de un banco que vino a Buñol con aires de grandeza. Tardó dos años en irse. Somos el pueblo de ‘La Tomatina’, lo cual nos iguala a todos. Eso hace que sus habitantes no se deslumbren fácilmente.
P: El bar. Usted fue uno de los críos que iban al bar con su padre. Lo escribe. Y se aburría…
R: El niño en la barra del bar, pidiendo otra cosa mientras tu padre bebía. Pero ahora disfruto mucho de los bares porque seguramente me recuerdan a mi padre. Aquello que odiaba de niño, ahora es un templo. Ahora entro en un bar y, cuando pido una caña, siento que mi padre está al lado. Lo odiaba de niño y era un horror, pero ahora disfruto mucho de los bares.
P: ¿Intuyo cierto malestar porque una parte de su infancia transcurriera en los bares?
R: No, porque no puedo jugar la vida de entonces desde hoy. Yo sé que entonces era un niño de bar en bar, con las mismas cañas y diferentes amigos. Iba en una procesión con mi padre, que era un hombre muy de calle. Él decía una cosa, y es que las cañas de casa nunca saben igual que las de fuera. Tenía toda la razón. Aquello era entonces era una realidad distinta, pero ahora veo todo eso como Salvatore, en Cinema Paradiso. Él veía las películas. Yo tomo las cañas.
P: En otro capítulo, habla de un travestí como del primer ser mitológico que conoció…
R: Aquella era una generación de hombres rudos y recios. Eran trabajadores incansables y sin sensibilidad hacia algunas cosas. Yo recuerdo un viaje con mi padre a la Avenida del Oeste, en el que me llevó a ver travestís. Entonces, una señora se levantó la falda. Eso no se ha borrado nunca de mi memoria. Seguramente, el recuerdo está mitificado y edulcorado, pero pasó. Es un capítulo dramático, pero divertido.
P: La pregunta del millón. ¿Por qué se metió en política?
R: No voy a dar titulares. No quiero.
P: ¿No quiere entrar?
R: No. No quiero. No forma parte de mi libro ni de mi historia… y hace mucho tiempo de eso.
P: Se define como escritor y experiodista en el libro…
R: Podría apostatar del periodismo. La profesión ha cambiado mucho y a base de clics la estamos destrozando. Tampoco es la más bonita del mundo, como dice el tópico. Hay otras mucho más bonitas.
P: Apóstata y desencantado…
R: Después de 20 años de profesión, hoy me he llevado la sorpresa de que un periodista ha venido con el trabajo hecho de casa, con un titular preconcebido. Un periodista que no ha escuchado. En fin... Estoy a punto de apostatar de la profesión. El problema es que el periodista no deja nunca de serlo. Tiene la vocación de contar historias. La diferencia es el formato.
P: Cuando uno hace un libro sobre su vida, ¿es porque se siente mayor y ve la muerte más próxima o porque tiene realmente algo que merece ser contado?
R: Yo ya soy mayor, de eso soy consciente. Hace mucho que dejé la universidad. Las fotos que veo del colegio tienen un color que parece el propio del cinemascope; y cuando quedo con mis amigas del pueblo, que tienen hijos de 20 años, te das cuenta de que tu conversación no coincide con la de esos muchachos. Tengo ganas y he disfrutado mucho de la vida, pero no estoy en el final. Queda mucho por vivir. Pero eso sí, la vida está para gastarla, ¿eh?
P: Juan Manuel de Prada hablaba en un artículo recientemente de los ‘perrhijos’. Las familias que no tienen hijos, pero sí perros…
R: Buena expresión.
P: ¿Se sustituye a los hijos por las mascotas?
R: No lo creo. Hay infelices con perros, ¿eh? De Prada está equivocado. Le encantan las boutades y es un gran experto en eso. En mi casa siempre ha habido perros y nadie te recibe como un perro.
Termina la conversación y mientras Máximo Huerta posa para Clara Rodríguez, se disculpa por la frase que pronunció al principio de la entrevista. La que culpaba a su interlocutor de no tener lecturas. Ahora dice que no es verdad. Desde luego, en ese Buñol democrático y equitativo, seguro que no compartirían una frase que desprende clasismo.
-Munna
Qué elegante es don Rubén