81 periodistas están en este momento entre rejas en Turquía, según el Comité de Protección de los profesionales de los medios. La razón es que, tras el fallido golpe de Estado, el Gobierno turco decidió que entraran en prisión por, presuntamente, estar ligados al Movimiento de Gülen, dirigido por el predicador exiliado Fethullah Gülen, o por apoyar a los militares kurdos. Ahora, los familiares se desplazan para visitarles, pero de una forma muy peculiar, mediante un servicio de autobuses ofrecido por el periódico Cumhuriyet.
El periódico turco facilita este servicio a las familias porque gran parte de los periodistas encarcelados por el Gobierno de Erdogan forman parte de su plantilla. Existen distintos casos. El diario The New York Times narra la historia de un reconocido columnista, Kadri Gursel, quien está acusado paradójicamente por ambas razones. Gursel, aunque ha sido un crítico confeso del movimiento de Gülen, ingresó en prisión en octubre.
Su mujer cuenta que para su hijo es como estar en la Segunda Guerra Mundial por la similitud de sus viajes para ver a su padre con lo que ve en las películas. Solo pueden ver a Gursel a través de un cristal en la prisión Silivri, después de recorrer 90 kilómetros al oeste de Estambul.
Los familiares esperan en el aparcamiento de Silivri hasta que pueden hablar con los periodistas, una muestra representativa de la situación social en Turquía: coches caros, pero llevándoles bolsas de basura para la lavandería, cuenta. Además, los padres, hermanos, parejas o hijos de los prisioneros les llevan prendas de abrigo. Sin embargo, a Gursel le fue retirada una parca por la similitud del color con el de las fuerzas de seguridad.