“Un libro para los yonquis de las tertulias, que no pretende sentar cátedra ni tiene afán académico”. De esta forma tan expresiva define Joan López Alegre, historiador y exdiputado del PP catalán, su último libro, “Hablar de todo y no saber de nada. Las tertulias y la nueva política” (Debate), en el que recoge su experiencia como colaborador en varios espacios de debate de la radio y televisión en Cataluña.
El volumen analiza el auge de las tertulias en España y ahonda en la intrahistoria de un formato que combina la opinión y el espectáculo, y en buena medida ha sustituido al Congreso como eje del debate público, según la opinión de muchos expertos.
López Alegre, que fue diputado del Parlamento autónomo de 2004 a 2006 y secretario general de la Asociación de Jóvenes Empresarios de Cataluña, se reconoce como un “intruso” en un mundo de periodistas. “En mi caso, ser tertuliano significa tener la oportunidad de tener una conversación casi tabernaria con una puesta en escena”, subraya.
¿Cómo surgió la idea de escribir un libro sobre las tertulias periodísticas?
Quería explicar en el libro la experiencia de una persona que en realidad incurre en el intrusismo profesional. Yo no soy periodista, sino historiador. Reconozco que es un poco atrevido plasmar en un libro cómo es mi vida entre periodistas sin ser uno de ellos, pero siempre me interesaron los medios de comunicación y las tertulias periodísticas en particular.
Dice Xavier Sardá en el prólogo del libro que formar parte de una tertulia es un ejercicio de humildad para él. ¿Cuesta aplicar este planteamiento a la gran mayoría de tertulianos, no lo cree así?
Sardá, que es compañero de tertulia en RAC 1 en Barcelona, lo dice porque durante mucho tiempo él ha organizado tertulias de mucho éxito, como la de los presos o los niños. Ahora, en vez de dirigirlas forma parte de ellas. Él es un personaje que, sólo con su presencia, llena la tertulia.
En mi caso, ser tertuliano significa tener la oportunidad de tener una conversación casi tabernaria con una puesta en escena. Desde luego, no es un ejercicio de humildad, y menos en este país, donde todos llevamos dentro un entrenador de fútbol y un presidente del Gobierno.
Explica en el libro que los precursores de las tertulias fueron José Luis Balbín en televisión y Fernando Ónega en la radio. ¿Qué recuerdos tiene usted de otro espacio pionero como fue ‘La Espuela’?
Hay dos momentos en la época de las tertulias: al principio eran muy reflexivas y con intención de explicar el porqué de las cosas, luego llega un momento en el que empiezan a ser un espectáculo. Quizá el punto de inflexión fue 59 segundos, cuando dejó de ser más importante la explicación y las consecuencias, que era lo que hacía Balbín o la gente de La Espuela. En el fondo Ramón Pi, Carlos Dávila y Alejo García eran cronistas parlamentarios. Ellos intentaban explicar qué es lo que sucedía en los pasillos del Congreso y qué consecuencias tenían aquellas informaciones para la vida de la gente. Con 59 segundos cambia el panorama y llegamos a un punto en el que las televisiones sustituyen el programa de fiesta o entretenimiento, o la película que vale un pastón, por el espectáculo que supone la tertulia de La Sexta noche, por ejemplo.
Hay una crítica constante a este fenómeno y yo tampoco lo veo intrínsecamente malo. Nos hemos pasado una vida quejándonos de que la gente tenía poco interés en la política y que tenía que participar más, y cuando un programa político consigue ser líder de audiencia lo criticamos también. Hay un montón de gente que sabría menos de lo que ocurre en nuestro país si no hubiera programas como esos.
¿Quién influye más sobre quién?, ¿el político sobre el tertuliano o el tertuliano en el político?
Todos los políticos intentan influir sobre los tertulianos, pero también es cierto que hay colaboradores que no necesitan ser influidos por los políticos porque, o bien forman parte de cuotas, o bien son meras correas de transmisión de un gabinete de comunicación de un partido político.
En el mundo de las tertulias conviven los personajes con opinión propia con esos otros personajes creados en laboratorio que lo que hacen es responder a unas meras consignas políticas.
¿Existe endogamia en el mundo de las tertulias?
En esta vida hay endogamia en todo. Una razón de esta endogamia está en que los grupos mediáticos fomentan la promoción de sus colaboradores o firmas en los medios de la empresa. Otra razón puede ser de índole personal: el director de un programa es como el entrenador de fútbol que lleva a su propio preparador físico, psicólogo o fisioterapeuta. De la misma manera, el presentador de un programa de debate tiene a sus tertulianos tipo. Y una tercera razón es la de no asumir riesgos: cuando hay una serie de tertulianos que están contrastados y funcionan en un medio, antes de arriesgarte a poner otros tiras de la gente que sabes que te da espectáculo y audiencia.
Una razón de la endogamia está en que los grupos mediáticos fomentan la promoción de sus colaboradores o firmas en los medios de la empresa
¿Cuál es la aportación real que un tertuliano hace en un programa de debate? ¿Cuánto hay de análisis, contexto, interpretación o explicación de los hechos de actualidad? ¿Y cuánto puede haber de ruido mediático o polémica gratuita?
Eso es difícil de cuantificar. Desde luego hay más de ruido que de análisis, aunque hay excepciones. Estos días hemos conocido las audiencias de las televisiones en el mes de diciembre y los informativos de La 1 han ganado en audiencia a los de Antena 3 y Telecinco. Es cierto que se puede acusar a las televisiones públicas de tener una deriva ideológica determinada en función del partido que gobierna, pero, en cambio, lo que hace en Las Mañanas de La 1 Sergio Martín no es el mismo espectáculo que hace poco después Antonio García Ferreras en Al Rojo Vivo. Y eso ha tenido también un cierto premio de la audiencia.
El espectáculo ha ganado un espacio importante en las tertulias. Es muy importante esa especie de Tablero Deportivo que tiene Ferreras en su programa, con ese pitido de telégrafo que anuncia una noticia importante del Congreso. Eso no lo hace La 1, pero al final hay un público para cada cosa.
No obstante, la parte de ruido y la parte de pelea y de confrontación ha ganado mucho espacio. Tú no te puedes imaginar una tertulia nocturna sin ver una pelea entre Eduardo Inda y Xavier Sardá, o de Marhuenda con otro compañero de debate.
¿Tertulia y “periodismo de trinchera” pueden ser términos análogos a la luz de su experiencia en las tertulias?
El tertuliano que vive exclusivamente de eso que se ha dado en llamar “periodismo de trinchera” está condenado a que los cambios políticos o los de la dirección de los medios se lo lleven por delante. Si no consigues construir un cierto perfil propio como tertuliano, que sea fácilmente identificable por el público, al final quedarás al albur del capricho de quien programa las tertulias.
¿Es bueno que en las tertulias participen políticos? Muchos espectadores pueden pensar que únicamente van a aportar las claves y las consignas de los partidos de turno. ¿Cabe pedirles a los políticos objetividad y contexto?
No pasa nada si un político interviene en una tertulia, siempre que se explique a la audiencia que es un político. No sólo son políticos los diputados o los secretarios de Estado, o los consejeros o los alcaldes. También es político el presidente de una empresa pública, el asesor de un político… Muchas veces, a algunos invitados a tertulias se les oculta su filiación política con la etiqueta de profesor universitario, columnista, etc. Y se le está hurtando a la gente la información.
En las tertulias, a un periodista profesional le interesará dar las claves de lo que está ocurriendo, mientras que el político lo que suele hacer es vender una mercancía y convencer a un electorado.
¿Cuál ha sido el mayor disparate o el momento más patético que has escuchado o visto en una tertulia?
El momento más delirante o histriónico que yo he vivido en una tertulia fue la noche del falso referéndum del 9 de noviembre de 2015 en Cataluña. Se estaba organizando una noche electoral que era como el show de Truman, una mera ficción, con la comparecencia del presidente de la Generalitat como si fuera un jefe de gobierno analizando los resultados electorales, y dando la sensación de que a partir de ahí, y en 48 horas, Cataluña iba a ser independiente.