Leonardo Padura (La Habana, 1955) tiene el bigote cobrizo de los que fuman demasiado. El escritor cubano y Premio Princesa de Asturias de las Letras 2015 apenas acaba de apagar uno, el que le da tiempo de aspirar con rapidez entre entrevista y entrevista. Hace apenas unos días, Padura visitó España para promocionar La transparencia del tiempo (Tusquets), la más reciente entrega de la serie protagonizada por su detective Mario Conde, un personaje equiparable al Montalbano de Camilleri o el Wallander de Mankell, y que Padura describe como nieto de Philip Marlowe e hijo de Pepe Carvalho.
En esta entrega, la novena de la serie, los lectores verán a un héroe escarmentado. A un Mario Conde a punto de cumplir sesenta años, y que se siente más en crisis y más escéptico que de costumbre con su país, le llega de manera inesperada un encargo: recuperar la estatua de una virgen negra. Ese será el episodio base que permite a Padura exprimir el jugo del pasado, al mismo tiempo que retrata una Habana que se cae a pedazos. Que Cuba ocupe más de la mitad de las preguntas en esta entrevista resulta obvio, aunque tiene algo de infortunio. Acaso porque Padura prefiere la ambigüedad a la crítica frontal, o porque cuando dice complejidad, intenta escurrir el bulto.
Leonardo Padura siempre lo ha dicho: Cuba es la materia de su literatura y de su obra periodística. Ya sea en una trama de aventuras escrita en clave noir -desde robos de piezas históricas hasta asesinatos- , todo converge en la isla de la que nunca se fue. Padura vive en La Habana con su mujer, la guionista Lucía López Coll, quien fue la encargada de escribir el guión para la adaptación que hizo Netflix de Las cuatro estaciones, la tetralogía inicial dedicada a Mario Conde. A diferencia de otros personajes como Yoani Sánchez, Padura entra y sale de la isla sin problemas... acaso porque no se busca ninguno con el régimen. Pero eso es algo que él no contestará, al menos no en esta entrevista.
A diferencia de otros personajes, Padura entra y sale de la isla sin problemas... acaso porque no se busca ninguno con el régimen
"Soy un escritor tardío", ha dicho en más de una ocasión, incluyendo ésta. En 1980 desempeñó labores de periodista para la revista literaria El Caimán Barbudo y el periódico Juventud Rebelde. Cuatro años después escribió su primera novela, titulada Fiebre de caballos. El éxito le llegó con la serie policiaca protagonizada por el detective Mario Conde y de la que forman parte Pasado perfecto, Vientos de cuaresma, Máscaras, Paisaje de otoño, Adiós, Hemingway, La neblina del ayer y La cola de la serpiente. El carácter literario de su personaje es justo lo que lo distingue del policiaco al uso. Fuera de esta saga existen otros libros y del que resulta obligatorio mencionar, entre otros, El hombre que amaba a los perros (Tusquets), una reconstrucción de las vidas de Trotsky y Ramón Mercader, traducida a diez idiomas y aclamada por la crítica.
Sus novelas han tenido siempre una impronta histórica. En esta novena entrega de la serie de Mario Cando ese atributo mucho mayor. ¿De qué sirve el pasado a la ficción de Leonardo Padura?
Las primeras cuatro novelas que conforman Las cuatro estaciones las concebí como una serie. Todas ocurren en 1989. Tienen una estructura, un lenguaje, una época y una mirada más o menos similar. Intenté que fueran cuatro grandes episodios de una misma novela. Más de una editorial ha publicado los cuatro volúmenes juntos en un mismo libro. En esas novelas ya hay una presencia del pasado, aunque el presente es fundamental. En la cuarta novela ya es visible, pero a partir de Adiós, Hemingway, que es cuando Mario Conde está fuera de la policía y me encuentro ya escribiendo fuera de la serie, comienzo a utilizar estructuras diferentes en las que se alternan perspectivas distintas. Eso sigue apareciendo en La neblina del ayer, mucho más en Herejes y ahora en La transparencia del tiempo. El pasado adquiere un peso importante.
"La idea es encontrar en el pasado actitudes que reflejen el presente y lo iluminen"
En esta ocasión llega mucho más atrás en el tiempo, hasta la edad media.
Ahora llego hasta 1291 en la toma de San juan de Acre. Todo esto forma parte de la necesidad de abrir el universo de Mario Conde más allá de lo local. Siempre he tratado que las novelas tengan una visión universalista de los conflictos y la condición humana. Esto también ocurre en La novela de mi vida o El hombre que amaba a los perros, mis otras novelas no protagonizadas por Mario Conde y en las que la historia tiene un peso mayor. La idea es esa: encontrar en el pasado actitudes que reflejen el presente y lo iluminen. No me interesa escribir novela histórica propiamente, como tampoco creo que escriba novelas policíacas como tal. Esta mezcla de los géneros me permite moverme con mayor libertad, abarcar más cosas e incluso ser estilística y estructuralmente más ambicioso. Trato de asumir cada novela como un reto de ir un poco más allá, de esforzarme y superarme. Siempre he dicho que cada una de las novelas es la que mejor que he podido escribir para el momento en que las he escrito y si no lo he conseguido, ha sido por falta de capacidad pero no por falta de esfuerzo.
Un detective en La Habana. ¿Se puede averiguar algo como la verdad es una sociedad como la cubana?
Estas novelas tratan de ser un reflejo posible de la realidad cubana desde la mirada de un personaje posible. En algunas de sus características Mario Conde no es verosímil. Como policía era atípico y como detective privado también, porque en Cuba no existen los detectives privados. Mario Conde es un testigo, tanto en su época de policía como en esta época de comprador y vendedor de libros de segunda mano que hace investigaciones y busca cosas, se convierte en un testigo de la realidad cubana. En este testimonio que va dejando Mario Conde hay una verdad posible.
"Estas novelas tratan de ser un reflejo posible de la realidad cubana desde la mirada de un personaje posible"
¿Posible? ¿A qué se refiere con eso?
No hay una única verdad. Hay muchas interpretaciones, dependiendo de la mirada. La de Mario Conde es muy cercana a la mía. Tiene mucho que ver no sólo con mi edad, sino con la evolución de mi experiencia. En todas las novelas, Mario Conde ha ido dejando una crónica de la vida cubana contemporánea. Puede que no sea la única verdad sobre la vida en Cuba, pero de lo que sí estoy convencido es de que no dice ninguna mentira. La verdad es relativa, la mentira es mucho más absoluta. Mario Conde hace un reflejo posible y fiel, desde mi punto de vista, de la realidad cubana.
¿Cuál es la genealogía de Mario Conde?
Mario Conde es nieto de Philip Marlowe e hijo de Pepe Carvalho. Yo creo que esa es la línea fundamental. Es muy cercano a otros personajes que son contemporáneos dentro de ese movimiento de una novela policiaca mucho más literaria e irónica, con una mirada más crítica con respecto a la sociedad: el Wallander de Mankell; el Montalbano de Camilleri, el inspector Jarritos de Markaris, el Belascoarán Shayne, de Paco Ignacio Taibo. Son personajes que tienen un aire de familia porque ya no son el investigador tradicional. Están tras la búsqueda de una verdad y esa búsqueda se mezcla con su propia vida.
"En las novelas hay una visión de esa evolución... o involución de Cuba. Incluso puedo hablar de una deconstrucción de La Habana"
Al entorno de Mario Conde lo recorre una sensación palpable de demolición: desilusión, deseo de marcharse de la isla. Hay algo crepuscular. ¿Cómo ha cambiado esa Habana a lo largo de la serie?
En las mismas novelas hay una visión de esa evolución o involución de Cuba. Incluso puedo hablar de una deconstrucción de La Habana. Hablamos de una deconstrucción física pero también moral, que puede apreciarse en cada una de las novelas de la serie, que va entrando y bajando más en los submundos posibles de la ciudad. Esto tiene que ver con lo que ha ocurrido en Cuba a lo largo de estos años. La larguísima duración de la crisis económica que se inicia en el año 1990, que ha ido acumulando deudas económicas de todo tipo: la infraestructura de la ciudad ha envejecido, las edificaciones van cayendo y todo eso da esa atmósfera que has calificado como crepuscular. Es un mundo que se va oscureciendo. No ha caído la noche, pero se acerca.
Nunca ha dejado de ser de noche en Cuba. Al menos desde hace 50 años, el tiempo de la Revolución.
No creo que tampoco puedan verse las cosas de esa manera. La situación cubana es muy compleja, en la que ha habido resultados de las políticas sociales que han sido beneficiosas. Mi generación fue una de las que mayoritariamente acudió a la universidad. Tuvimos que hacer muchos sacrificios. Nos pidieron que los hiciéramos y los hicimos. Aquellos sacrificios se quedaron en expectativas que no se cumplieron pero ayer lo hablaba con otras personas: sobre cómo en España existe la especulación inmobiliaria, la corrupción, la vileza de la clase política...
Hay una diferencia: Cuba es un régimen autoritario.
Esto….
Esto es una democracia.
Pero pasan todas estas cosas. Creo que a Cuba se le mira con una lupa en la cual se le tratan de ver las manchas únicamente. Una mirada reduccionista te diría: Cuba es el infierno. Y yo siempre digo: Cuba no es el infierno. Es el purgatorio. Hay de todo. En muchos países hay de todo. El sistema de salud de Cuba es mejor que el Norteamericano, qué quieres que te diga. Mueren menos niños que en los Estados Unidos. Si tienes una visión reduccionista de Cuba es porque partes de un prejuicio que no te va a permitir tener un juicio.
"Creo que a Cuba se le mira con una lupa en la cual se le tratan de ver las manchas únicamente"
Cuando recibió el Princesa de Asturias salió con una pelota de béisbol, algo que lo apasiona. ¿Por qué no ha escrito usted una novela sobre béisbol?
En la literatura cubana hay algunas historias de béisbol pero no creo que haya una novela dedicada al béisbol, quienes más se han dedicado a escribir sobre béisbol han sido los americanos que lo hacen, además, muy a la americana, un episodio que termina siempre con finales felices y heroicos.