Alemania no ha podido siempre reivindicarse como modelo conservador a seguir, especialmente en materia de política económica. De hecho, Schröder y Fischer, dos progresistas de talla, fueron los médicos que lidiaron primero con aquellos indicadores macroeconómicos y sociales que hacían del país teutón der kranke Mann Europas -el hombre enfermo de Europa-. Del último gobierno de socialdemócratas y verdes salió la llamada Agenda 2010, famoso paquete de reformas estructurales que explican el buen presente económico germano.
Pero, por aquellas medidas, Schröder, como canciller, y Fischer, en calidad de vicecanciller y ministro de Asuntos Exteriores, tuvieron que apoquinar la peor de las facturas políticas. “La derrota de las elecciones de 2005 fue el alto precio que se tuvo que pagar por las reformas”, dice a Marabilias Georg Meck, periodista del Frankfurter Allgemeine Zeitung y coautor del último libro de entrevistas que ha publicado el ex canciller, Klare Worte -Palabras claras- (Ed. Herder, 2014).
Según Meck, tras la derrota de los socialdemócratas en 2005, “la familia política del SPD abandonó a un Schröder” al que “le hubiera gustado seguir en política como canciller y que quería seguir siendo político y seguir gobernando”. El SPD lo dejó en la cuneta y se alió cuatro años con la Unión Cristiano Demócrata (CDU) de Angela Merkel para seguir en el poder.
El RRPP de empresarios internacionales
No obstante, siete años de canciller no pasan en vano. La agenda de Schröder fue engordando en ese tiempo y ahora desborda de exclusivos contactos. Esto le ha permitido “ser un hombre de negocios aunque su objetivo nunca fue ese”, subraya Meck. Pero Schröder no es un empresario al uso, es más bien un conseguidor. “Sólo tiene una oficina y una secretaria, lo suyo es dar discursos, facilitar contactos, o contactar con gente, juntar gente de la industria alemana con la de Rusia o de Turquía”, explica el periodista del Frankfurter Allgemeine Zeitung.
“A Schröder no le gusta la política que está desarrollando Europa frente a Rusia”
Su proximidad con líderes mundiales, especialmente con el presidente ruso, Vladimir Putin, le ha llevado a ser uno de los referentes en la dirección de Nord Stream AG, empresa que gestiona el gasoducto que lleva gas natural ruso directamente a Alemania a través del mar Báltico. Schröder y Putin, de hecho, gestaron en su día esa infraestructura. La relación del ex canciller con el jefe de Estado ruso es tan buena que es habitual que el germano defienda las posiciones de Rusia en el ámbito internacional, incluso cuando ello implica la anexión de Crimea. “A Schröder no le gusta la política que Europa está desarrollando frente a Rusia”, aclara Meck.
Con todo, a sus 70 años, Schröder está retirado de la política. “No tiene ningún un papel que jugar entre los socialdemócratas”, señala Meck. Es más, el SPD, de nuevo aliado de Merkel en el gobierno, está suavizando los puntos más severos de la Agenda 2010, bajando la edad de jubilación o creando un salario mínimo. Estas iniciativas han servido a Schröder para protagonizar algunos titulares porque ha dicho claramente que no le gustan esas medidas. Así figura en el libro de entrevistas con Meck. “No van en la buena dirección”, ha dicho al respecto el ex canciller.
Fischer es un ‘quiero y no puedo’ estar en la política
El caso de Joschka Fischer se parece mucho al de Schröder, si se atiende a la relación que guarda con su partido, Los Verdes. “Muchos en Los Verdes están encantados de que Fischer no juegue un papel destacado en Alemania ahora”, apunta el periodista del Frankfurter Allgemeine Zeitung. De ahí que Paul Hockenos, reportero afincado en Berlín, señale a este magazine que “Fischer ya no es una figura destacada de Los Verdes”.
"Fischer era una superestrella en un partido con unos principios según los cuales no debería de haber superestrellas en política”
“Siempre tuvo sus diferencias con ellos. Fischer era una superestrella en un partido político con unos principios según los cuales no debería de haber superestrellas en política, ni personas más relevantes que otras, ni más carismáticas, sino más bien movimientos de personas”, añade este periodista y autor de la biografía dedicada al otrora vicecanciller ecologista Joschka Fischer and the Making of the Berlin Republic -Joschka Fischer y la creación de la República de Berlín- (Ed. Oxford University Press, 2008). Por eso tampoco las masas ecologistas le impidieron salir de la escena política tras la derrota electoral de 2005.
Después de aquel fracaso, Fischer se dedicó al siempre rentable negocio de los discursos. Hizo de profesor de la prestigiosa Universidad de Princeton, en Estados Unidos, y ejerció de consultor independiente para gente como Madeleine Albright, ex secretaria de Estado estadounidense. También ha estado “haciendo lobby para empresas como BMW y se ha vinculado al gasoducto Nabucco”, recuerda Hockenos, aludiendo a ese proyecto que busca dar acceso a los países del este europeo al gas del mar Caspio, una alternativa al que viene de Rusia.
Pero si Meck califica a Fischer de “hombre de negocios de verdad, dirigiendo una empresa, con empleados y demás”, es por estar al frente de Joschka Fischer & Company. Desde 2009, esta compañía berlinesa de consultoría está especializada, entre otras cosas, en “las inversiones en mercados internacionales”, facilitando análisis de los “hechos políticos del mundo” que pueden ser útiles en las “estrategias de negocio” de las empresas, indican en dicha organización.
Como buen ex ministro de Asuntos Exteriores, Joschka Fischer, a sus 66 años, sigue muy vinculado a la política internacional, y de eso también dan cuenta sus habituales artículos de opinión, publicados a nivel mundial. “No tiene mejores ofertas, es lo que le toca hacer”, concluye Hockenos, quien imagina a Fischer “aburrido”, pues en realidad es un “hombre de Estado muy capaz” que no ocupa cargos de responsabilidad porque estar en el poder “no es cosa que dependa sólo de ser bueno trabajando”.