Guitarra; nylon, cedro y compás. Suena porque tiene que sonar, pero hacerla sonar como es debido no está al alcance de tantos mortales. Amir John Haddad (Freiburg, Alemania, 1975), más conocido como El Amir, controla el arte de las seis cuerdas, sobre todo la parte flamenca, pero también la eléctrica, pues suyas son las influencias de aquí a otro lejano confín. Su sangre es alemana y colombiana, y su vida late española. Vozpópuli habló con él antes de sus actuaciones en el Teatro Real de Madrid.
Si uno recurre a la estética del entrevistado, El Amir bien podría ser un músico de metal (bandana, pelo largo, collares…), que tampoco es algo descabellado, aunque lo suyo es lo clásico. Habiendo formado parte de Radio Tarifa o Zoobazar, El Amir cuenta con tres discos propios y una carrera de cine que en estos días culmina con su aportación a la banda sonora de Sin tiempo para morir, la nueva película de James Bond, el agente 007. Y es más: el 4 y 5 de noviembre, este guitarrista estará actuando en el Teatro Real de Madrid con el espectáculo El Amir Flamenco Quintet Andalucía, cita a la que se le suma otra fecha, la del 10 de diciembre en el Teatro Monumental, también en Madrid, pero con el formato del sexteto. Prejuicios, ninguno; arte, todo el del mundo.
Pregunta: Madre colombiana, padre palestino… ¿Dónde se conocieron?
Respuesta: En Alemania. Mi abuelo materno era de Hamburgo y mi madre iba a Alemania de visita. Ella estudiaba en Italia, pero en uno de esos viajes fue a Dortmund y allí fue donde encontró a mi padre, que estaba estudiando Física. Aparte, él había sido músico, tocaba el laúd desde joven.
¿Cómo te ha influido en lo musical?
La música bebe de una fuente –por lo menos para mí– emocional. Cuando la escuchas de pequeño te transmite sensaciones, pero hasta el momento no sabes de dónde es esa música. Luego, vas entendiendo que los diferentes géneros tienen sus raíces en diferentes zonas geográficas, en las cuales se expresan de una manera emocional y a ti te afecta de una manera más o menos afín. En mi caso, y por parte de mi padre, escuchaba música árabe, música clásica y flamenco, porque él era un enamorado; escuchaba a todos los viejos del cante y de la guitarra, como Ramón Montoya o Sabicas. Vengo de esa escuela –hablando de flamenco– antigua de base.
¿Qué escuchaba tu madre?
Mi madre escuchaba mucho folclore suramericano. Ambas músicas son muy rítmicas, muy melódicas, y de alguna manera me han marcado desde pequeño. Después está la música que escuchaba por la radio en Alemania: funk, rock, pop, jazz… Estuve expuesto a mucha música diferente desde pequeño. Y mi padre, más que el amor por el instrumento, me trasladó el amor por la música. Eso se canalizó luego a través del laúd que él tocaba y de la guitarra flamenca a la que era aficionado y con la que me enseñó los primeros pasos.
Enrique de Melchor me invitó al escenario y me cedió su silla, los más grandes son los más humildes", recuerda
¿Cuándo te vas a España?
La primera vez que voy a España tenía ocho años. Fuimos a veranear a Almería. Desde entonces tuve la suerte también de conectar con el carácter andaluz, con esa forma de vivir, con los primeros festivales flamencos en plazas de toros que empezaban a las diez de la noche y terminaban a las cuatro de la madrugada… José Mercé, Tomatito… Todos los grandes del flamenco tocaban ahí. Durante muchos años íbamos a visitar Andalucía, pero fue a principios del 97 cuando decido irme de Alemania y mudarme a España. Me fui directamente a Jerez de la Frontera.
¿Hiciste caso a Paco de Lucía? ¿Terminaste la escuela?
(Risas) Sí, terminé la escuela. Esa es una buena anécdota. Vi por primera vez a Paco de Lucía a los 12 años en Friburgo, en Alemania. Me llevó mi madre al concierto. Ella se enteró dónde iban a cenar y coincidimos allí. Conocíamos a algunos de los aficionados flamencos, inmigrantes andaluces que vivían en Alemania, y ellos me conocían, sabían que yo de pequeño tocaba, así que le dijeron a Paco de Lucía: “El el niño toca la guitarra, Paco”. Me habían sentado a su lado. Me miró y me dijo: “Termina la escuela, niño”. Yo nunca lo entendí. Luego, viendo los documentales, lo entendí y entonces pensé que era un muy buen consejo.
¿Qué era El Jaleo?
El Jaleo era uno de los grupos pioneros de flamenco en Alemania. Tenía músicos alemanes y cantaores andaluces. Sonaba muy auténtico, porque el cante es muy importante. Si el cante no es autentico, el flamenco pierde carácter. Yo era alumno de uno de los guitarristas, un alemán al que llamaban El Niño. Y había otro que era El Rubio, también alemán. En algún momento vieron que con doce años tenía un nivel como para tocar mis primeras piezas en directo y me invitaron. Fue una experiencia maravillosa.
¿Qué importancia tuvo para ti Pepe Justicia?
Es uno de los exponentes de la guitarra flamenca a nivel solista y compositor. Todo un Premio Nacional de España en su momento. Lo conocí cuando tenía 14 años. Fue a Alemania a dar un cursillo y ahí tomé las primeras clases con él. Más tarde, cuando decidí ir a Jerez, supe que él entonces vivía allí. Era casi de cajón tener que empezar mi camino en Jerez, con todo el aprendizaje que tuve con Pepe Justicia, como las bases para ser solista y compositor ya con más fundamento. Fue importantísimo para mi carrera.
Pero conoces el flamenco en primer lugar en Alemania. ¿Qué decían los puristas de esto?
Pues he tenido suerte con eso, porque mi aspecto no es el del típico alemán rubio con ojos azules que no entiende nada. Yo hablaba español y podía comunicarme muy directamente, y mi forma encajaba con algún estereotipo de personaje andaluz con pelo largo, más moreno… Como ya tocaba y tenía un nivel con el que podía comunicar, se me aceptó de otra manera. Siempre te encuentras en algunos momentos con alguien que igual duda, pero ha sido muy puntual y nunca me ha afectado. He podido conectar con grandísimos artistas, figuras del flamenco que han sido los que más sitio me han dado, como Enrique de Melchor, que incluso en un concierto, para el último tema, me pidió que subiera al escenario. Ya no quedaban sillas ni micros y él me ofreció su silla mientras se levantaba para tocar las palmas. Los más grandes son los más humildes.
Tocabas las guitarras de José López Bellido. ¿Pero cuál es la primera que recibes?
En casa teníamos una guitarra clásica a la que mi padre le había rebajado un poquito el hueso para que se quedara más pegadita y cogiera una sensación más flamenca. Con esa también empecé. Pero luego, cuando comencé a tomar clases de verdad, el maestro alemán sugirió comprarme una guitarra pequeña y me compraron una de tres cuartos. Empecé con eso. Al tiempo, mi padre compró una guitarra del maestro Pepe Bellido y con ella, a partir de los 14, toqué durante veinticinco o treinta años hasta hace tres que empecé a tocar las guitarras de José Salinas con mi propio modelo.
Sobre la guitarra de Salinas dices que es una “hermosa guitarra” de cuerpo de ciprés con una capa de cerro que suena potente, cálida y brillante. “Las maderas viejas y nobles de antaño son las que hacen el sonido de hoy”. ¿Tiene que ser así?
En las guitarras flamencas, especialmente se utiliza para el cuerpo, el fondo trasero y los aros ciprés o palo santo, ya sea de Brasil, la India o Madagascar. Luego, las tapas pueden ser o de pino o de abeto alemán o de cedro, según el color que quieras sacarle a la guitarra.
Las fusiones normalmente son como 'collages' que no tienen ni pies ni cabeza
También tocas una Kramer eléctrica…
Sí. Es una historia muy interesante. Yo tengo una afición y un fetiche con las guitarras eléctricas desde joven y a lo largo de mi vida he comprado, me han regalado o he conseguido varias guitarras eléctricas de diferentes marcas. Cuando dije de hacer un endorsement o conseguir un patrocinador, pensé que ya no iba a poder tocar las mías, porque te piden solo tocar esa marca, así que me pregunté cuál podría ser, porque emocionalmente me tenía que sentir identificado. Kramer es la marca con la que yo crecí y todos los grupos de metal de los ochenta y los noventa tocaban Kramer. Me puse en contacto con ellos, y aunque tardó un tiempo, porque había que pasar algunos filtros, a través de una amistad pude contactar y llegar en un buen momento en el que Kramer se estaba reactivando mucho, porque hoy en día es parte de Gibson.
Flamenco con guitarra eléctrica… ¿Cómo lo ves?
Lo veo bien, porque se trata de entender muy bien y en profundidad el lenguaje flamenco y el lenguaje de la guitarra eléctrica. Si controlas ambos lenguajes puedes hacer una fusión. Las fusiones, normalmente, son como collages que muchas veces no tienen ni pies ni cabeza y solo se mezclan a nivel sonoro. Pero eso no vale; tiene que encontrarse en la mitad. Jorge Gómez, de Navajita Plateá, es un guitarrista que sabe mezclar ese sonido rock con el flamenco por bulerías, como Pata Negra, lo que pasa es que Pata Negra lo llevaba más desde el punto blues. Yo, cuando estoy en casa, pongo el ampli a tope, que hace una distorsión tremenda, y salen riffs muy metaleros. Entonces me pongo un loop de bulerías y empezó a investigar. Es una sensación muy poderosa
¡Flametal!
Yo he visto a un compañero que hacía flametal. Cogían sonido del metal con algunas bases flamencas. Pero bueno, se puede investigar mucho más todavía.
¿Cómo conoces a la gente de Radio Tarifa?
Lo de Radio Tarifa fue una experiencia muy interesante. Tenía 17 años y estaba en Alemania acompañando un curso de baile del maestro Joaquín Ruiz. La mujer que nos contrató me pagó el honorario de la semana de cursillo y me regaló un disco, Rumba Argelina, de Radio Tarifa. Llegué a casa y lo escuché con mi familia y… ¡Guau! Hacían una mezcla como árabe, mediterránea y flamenca. Me parecía muy interesante. Cinco años más tarde, a los 23 o por ahí, cuando me encontraba en Madrid, fui con Joaquín Ruiz a tocar al Teatro Albéniz, detrás de la Puerta del Sol, porque era el Día Internacional de la Danza. Yo tocaba el laúd y casualmente ahí estaban los músicos de Radio Tarifa, que conocían a Joaquín. Entraron al camerino y lo primero que me preguntaron es si quería formar parte del grupo, porque les había encantado y su guitarrista y laudista se iban. ¡Claro! Yo flipaba. ¿Cómo puede ser eso? Era una conexión casi astral, una cosa muy curiosa. Al final estuve diez años con ellos de gira y participé en el disco Fiebre.
Has publicado tres discos. El primero se tituló Pasando por tabernas.
El primer disco fue todo un reto. Llevaba un tiempo componiendo mi música, siempre estaba muy preocupado por tocarla, y entonces llegó un momento en que junté muchas piezas que igual había estado utilizando por separado en diferentes espectáculos o acompañando a artistas o a bailaores… Empecé a componer y tenía esas ocho canciones. Un amigo mío en Alemania, que tiene un estudio y también es guitarrista clásico y flamenco, me regaló el estudio durante un día para hacer lo que quisiera. Yo vivía en Madrid, pero me preparé como un loco durante meses y fui para allá y grabé todo el disco. Entré a las nueve de la mañana y salí a las nueve de la noche. En doce horas grabé todas las guitarras que se escuchan en el disco. Estaban tocadas en directo, como quien dice. Luego, al mes volví y metí las percusiones con un amigo que venía de Madrid. Mi primer disco fue así.
¿Esperabas algo de los demás?
Más que esperar algo de los demás y ver cómo lo iban a recibir, yo en esa época no tenía esa conciencia, entonces era como quitarme todo el peso de unos años de composición intensa que tenía para plasmarlo y limpiar mi mente para seguir con algo nuevo.
Ese primer disco sale en 2006, pero para el segundo, 9 guitarras, han de pasar siete años.
Me tiré mucho tiempo de gira con Radio Tarifa y tocando con muchísima gente sin parar. Fueron años de giras frenéticas, de no pasar por casa, porque estaba hambriento de música y me metía en muchos proyectos a la vez, me aprendía miles de repertorios… Pero me gustaba eso. Al hacer un segundo disco tomaba más consciencia y tenía que ser algo diferente, no podía repetir lo mismo. Y como estaba tan disperso a nivel musical, pero también aprendiendo y abriéndome, pues llegó el momento de hacer ese segundo disco al que también añadí una cosa más, que era darle un concepto, por eso se llama 9 guitarras, porque son nueve guitarras de diferentes constructores y también quería hacerles un homenaje.
Trabajando con Hans Zimmer aprendes que en la sencillez está la grandeza y no en expresarnos a través del ego
E igual que entre el primero y el segundo, para el tercero, Andalucía, pasan otros siete años.
Claro, porque entre medias saqué otro otros dos discos con un grupo de músicas del mundo que tenía yo: Zoobazar con Carlos Raya. Estuve con ese grupo más de diez años también girando por todo el mundo. Había escuchado una vez a Paco de Lucía decir que él solo grababa cuando tenía la sensación de que podía decir algo nuevo y eso es algo que se me ha quedado ahí. No quería convertirme en un producto que cada año y medio o dos está sacando algo solo por el hecho de sacarlo. De hecho, nunca he tenido un contrato con un sello discográfico, si no que siempre lo he producido y lo he distribuido yo con una distribuidora, pero sin sello. Es otra forma de funcionar. Pero llegó un momento en el que sentía que tenía que dar algo y hacer también ese homenaje a Andalucía. No compongo por componer; cada cosa tiene un sentido.
¿Escuchando tus discos se puede adivinar lo que estabas haciendo en ese tiempo antes de grabar?
Yo creo que sí. La persona que escuche un disco con una apertura mental y emocional, queriendo dejarse llevar por las notas y por las melodías, va a ver que en todos ellos hay algo en común que es mi personalidad, pero esa personalidad ha ido cambiando y madurando. Igual en los últimos dos discos hay algunas melodías que lo mismo brillan por su simpleza. No es que sean más fáciles de tocar, pero tienen su concepto; no me da miedo repetir una melodía dos o tres veces dentro de un tema para conseguir un leitmotiv. También, trabajar con compositores y en otro tipo de espectáculo como el de Hans Zimmer aprendes que en la sencillez está la grandeza y que no siempre tenemos que expresarnos a través del ego del músico.
Llevas colaborando tres años con Hans Zimmer…
En 2018 fue el primer concierto que hice.
¿Cómo fue aquello?
Un día, mi management recibió un e-mail en el que decían que Hans Zimmer estaba buscando un solista de guitarra y multiinstrumentista para su nuevo espectáculo, The World of Hans Zimmer, y que si me interesaba. ¡Era increíble! Uno de mis sueños era conocer a Hans Zimmer o estar en su estudio o compartir un rato musical con él. Llevaba muchos años con ese pensamiento. Me hicieron grabar una serie de pruebas de pistas de guitarra encima de música de Hans y a las tres o cuatro semanas me dijeron que sí. Y así empecé. Lo siguiente fue estar delante de mucha gente en las arenas más grandes de Europa, como Wembley, WiZink Center o el O2 Arena de Londres. Fue un viaje muy bonito que ha durado hasta ahora después de estos tres o cuatro años.
¿Cómo suena tu guitarra en Wembley?
Suena enorme. Tengo la suerte de hacer momentos de solista, de tocar intros yo solo antes de que empiece la orquesta. Y estás ahí, en silencio, y empiezas tú ante veinte mil personas que están escuchando eso que tú estás haciendo. El equipo técnico que hay hace un trabajo tremendo. Ha sido una sensación muy fuerte, porque recibes la energía de mucha gente y eso también te hace dar mucha energía, como una bola que crece.
¿De qué manera surgió la historia de aparecer en la banda sonora de Sin tiempo para morir, la nueva película de James Bond?
Nos encontrábamos en Nukutepipi, la isla privada de Guy Laliberté, en el Pacífico Sur, componiendo música para unos futuros proyectos. También estaba Rory Kaplan, que era el teclista de Michael Jackson. Había gente muy interesante. Total, que recibo una llamada y me preguntan si podía ir a Londres. Tenía que volar desde Tahití a Los Ángeles, de Los Ángeles a París, y de París a Londres. Pero había dos tormentas en el Pacífico, lo que significaba que no se podía volar ni de un lado a otro. Entonces nos quedamos en Tahití y perdimos el primer vuelo. Finalmente llegamos a París con un día de retraso. Mi idea era llegar un día antes para tener tiempo, pero el día de la grabación en Londres yo llego a París y por un fallo que hubo en la oficina mis tarjetas de embarque no estaban registradas. En fin. Allí mismo saqué otro billete, porque no había otra manera, y llegué a Londres justo por la tarde, al estudio, donde estaba reunido Hans con Cary Fukunaga, el director de la película, y estaban hablando sobre los últimos retoques de la banda sonora y los cambios que podían hacer en la orquestación mientras veían el material en crudo de la película. Había partes en las que todavía se veían los muñecos digitales que iban a ser luego sustituidos por imágenes de personas reales haciendo las diferentes escenas de acción o lo que fuera. Hans me explicó un poco la emoción de cada parte, porque me hizo grabar en diferentes sitios. De ahí fuimos al estudio del productor Stephen Lipson. Estuvimos allí como tres horas en ese estudio junto con el asistente de Hans, Steve Mazzaro. Fue muy intenso, porque en tres horas sabes que lo que hagas ahí con ese material ellos lo cogen y lo van a colocar. O sea, no todo lo que grabas se queda, pero lo que realmente les llama la atención lo colocan dentro.
¿Cómo de exótico es volver a casa?
Mi casa es el sitio que he elegido, donde más cobijo siento, porque he elegido vivir en España y he elegido las ciudades o las zonas en las que me he ido a vivir en todos estos años. Entonces, para mí volver a casa siempre es conectar con mi ser, con mi esencia, porque me permito estar muy tranquilo y más alejado. Me he ido a vivir al campo. De hecho, llego y ya se me ha olvidado la gira. Mentalmente, siempre tardas unos días en aterrizar, pero como puedes soltar tanto viviendo en la naturaleza es algo muy interesante para mí, y eso que yo he crecido en ciudades, he vivido en Madrid… Me encanta Madrid. Durante veinte años he hecho de todo en la ciudad y he trasnochado como nadie, pero llevo quince o dieciséis años viviendo en el campo y me ha cambiado mucho el enfoque de mi vida. La capacidad de crear y la energía que tienes es muy diferente.