Hay tres voces. Tres personajes. Incluso, tres libros. El del que cuida, el del que juega y el del que va a morir. Esposa, hijo y padre, unidos en la circunstancia de un viaje. Ella, Elena, se queda, a lidiar con la angustia; ellos, Mario y Lito, se marchan, a recuperar en el descuento el tiempo que un padre no ha podido pasar con su hijo y que ahora se le echa encima en forma de enfermedad terminal. Hablar solos (Alfaguara, 2012), la nueva novela de escritor Andrés Neuman, es una historia breve pero fulminante, que en apenas 180 páginas se permite el repertorio de una narrativa emocional, inteligente, literariamente bien armada sin que para ello deba prescindir de una prosa con distintos registros: desde lo poético hasta lo ensayístico. Es, a secas, una novela que sigue leyéndose, sola, muchas veces, de otra forma, a pesar de darla por terminada.
A primera hora de la mañana, sentando frente a un doble espresso en el madrileño Hotel de Las Letras, Andrés Neuman , ganador del Premio Alfaguara 2009 y elegido en el Hay Festival entre los 39 mejores narradores iberoamericanos, habla del libro mientras se espanta a pestañazos el sueño. “Yo quería que ésta fuese la novela del cuidador y no la novela del enfermo. Hay muchas novelas sobre enfermos pero muy pocas sobre cuidadores y a mí me interesaba saber cómo enfermamos de la enfermedad del ser querido”, dice entrando en vigilia mientras da sorbos a la taza humeante.
Desde sus primeras páginas, Hablar solos se revela como un libro efectivo. Que hace lo que debe. Se comporta con honestidad. Para ello se vale de Elena, madre de Lito y esposa de Mario, una lectora compulsiva y profesora de Lengua, que domina desde un comienzo la lectura hasta crecer por completo para arropar la historia.
Neuman: “Yo quería que ésta fuese la novela del cuidador y no la novela del enfermo".
“Entre los personajes de la ficción no siempre hay democracia y Elena se reveló como una potencia autoritaria, y a mí me pareció bien que así fuera. Había imaginado y planeado una estructura más simétrica; y aunque la simetría casi siempre es un plan que haces por miedo, luego aparece la acción de la escritura, o de la vida, y desproporciona las cosas”, explica Neuman, ya completamente despierto, con los ojos muy abiertos.
Elena es la esposa que atiende, la madre que espera, pero también la mujer que enloquece de cansancio, la que para escapar de la angustia se arroja en la culpa, a la vez que disfruta de ella. Una infidelidad –con el médico de su marido- se convierte así en el detonante de un personaje complejo, que contradice las pegatinas sin profundidad con la que suele resolverse este tipo de personajes en la ficción. Ella se expresa limpiamente, a través de cartas y una especie de diario que acapara el tríptico de la lectura.
“Había de hecho dos periferias ideológicas que me interesaban en el mismo personaje: la de qué pasa con Penélope mientras Ulises se va, cuál es el viaje de Elena mientras los dos hombres de la casa reafirman su identidad masculina, y la otra periferia es cuál es la novela del que cuida al enfermo mientras éste agoniza. Como son dos territorios tradicionalmente más inexplorados, porque las historias de carretera suelen ser más agobiantemente masculinas siempre, desde Grecia hasta La carretera de McCarthy y las historias de enfermedades suelen ser tan trágicamente narcisistas en la medida en que el enfermo no tiene otro remedio que acaparar despóticamente la atención”.
En una estructura donde aparecen paréntesis de lectura, entre ellos la voz de Lito, un delgado e inocente niño de 10 años enganchado a los juegos de golf con el móvil y luego una riquísima antología de la enfermedad hecha de los textos que lee Elena en su espera, Hablar solos despliega en su desenlace el repertorio de la culpa. La que siente Elena como madre, como esposa, como amante e incluso como persona sana o superviviente, pero también la de Mario, por consumir la energía de su mujer, por no haber pasado suficiente tiempo con su hijo, por no poder gozar de la salud suficiente en esa especie de viaje calvario que ahora emprende con él en un momento en el que ni respira bien, ni ve bien y cuando apenas puede con su cuerpo. Todo en medio de una situación en la que las cosas se dan por dichas y en el que cada personaje emprende una batalla propia consigo mismo.
“Las situaciones de enfermedad generan varios problemas. Uno es un narrativo, nadie sabe cómo hablarle al otro, de ahí Hablar solos: el médico no sabe cómo hablarle al paciente, cómo comunicarse con sus cuidadores, que no saben hasta dónde contarle al enfermo, los padres hasta dónde contarle a los hijos y se produce una impotencia narrativa general”, explica Neuman al ser preguntado sobre hasta dónde llega el universo de cada personaje en esta historia.
El que lee para hacerse cargo
Existe un elemento de la novela que merece mención aparte. Primero por su riqueza y, segundo, porque genera un segundo nivel de lectura dentro de la propia historia. Se trata de una especie de antología de la enfermedad que Neuman pone en marcha en los capítulos reservados para Elena. Citas de Virginia Woolf, John Banville, Roberto Bolaño, dedicados exclusivamente a la enfermedad. En medio de un ritmo que va a más, Neuman intercala momentos reflexivos que suponen una tregua para el lector y la propia historia.
“La lectora compulsiva que es Elena la vemos asentir, subrayar, aceptar o refutar lo que lee, entonces es un juego que me divirtió hacer, que fue poner en marcha el espectáculo de la lectura para el lector de mi propia novela , un personaje que reflejara al lector , dice Neuman. “Quizás lo que sí me parezca divertido es tratar de unir los dos extremos que en nuestro imaginario parecen irreconciliables. Esto Bolaño lo hizo maravillosamente y yo trato de aprender, en la medida del humilde discípulo que podría ser. Por un lado está la literatura de la literatura, pues entonces todo tiene que ser Borgiano abstracto o conceptual, y por supuesto, nadie follará nunca y nunca habrá un culo porque eso es literatura de la literatura o, por otro lado, una novela donde hay sexo y vida, y vísceras, pues no hay tiempo para reflexiones conceptuales porque la vida no lo permite y porque la vida es muy dura para ponernos a leer un ensayo de Virginia Woolf, ¿y por qué tiene que ser eso así? Si precisamente la complejidad de las cosas dan para pasar de la reflexión a la visceralidad en un minuto”.