Feito (Madrid, 1929), fundador junto a Canogar, Rivera, Saura y otros del Grupo El Paso y uno de los diez artistas españoles más cotizados en el mercado del arte mundial, abre hoy una exposición de sus últimas obras en el Museo Salvador Victoria de Rubielos de Mora (Teruel). El centro está dedicado a la obra de este artista y de sus compañeros de la generación abstracta de 1950, que abrió las fronteras de la España de la posguerra al arte de vanguardia.
"Damien Hirst de artista no tiene absolutamente nada -ha manifestado Feito en una entrevista-. Él mismo lo dice, que iba para pintor, pero como no servía, se dedicó a inventar trucos para ganar dinero". "En eso está resumido lo que llaman hoy 'arte de vanguardia' y lo que la gente va a ver, porque como algunos han gastado millones de dólares en eso, todos los demás, los que tienen dinero, van detrás a comprar eso y es como una dictadura total", añade.
Una dictadura de "artefactos" que llaman arte, dice Feito. ¿Morirá la pintura? "No, nunca morirá. Es el desafío que tienen hoy los jóvenes; mi generación tenía el desafío de una lucha desesperada contra la sociedad, que ni nos entendía ni podíamos vivir del arte, ni trabajar". El reto "de los jóvenes hoy es resistir a la tentación de todos estos farolillos que les ponen delante: el dinero, la fama, la gloria y esos museos que hacen esas cosas que salen en todos los periódicos del mundo. Signos de una sociedad absurda y aberrante volcada en el dinero, sin ningún criterio", añade.
El arte, recuerda Feito, es "un misterio que enriquece la vida," es "un muro que tenemos delante los artistas y que día a día empujamos para descubrir lo que hay detrás, no llegaremos nunca al misterio, pero lo fundamental para mí es a ver si se conoce un poco más de ese misterio, que es el cosmos, eso que llamamos alma, eso que llevamos dentro que no sabemos lo que es". "Y esa es la lucha del artista y eso es lo que aporta una visión nueva, diferente del mundo, un enriquecimiento. Esa lucha es lo más difícil y lo más duro, pero lo más apasionante", subraya.
"Feito: el gesto en conflicto" es el título de la exposición que estará en el Museo Salvador Victoria de Rubielos hasta octubre y que ofrece una veintena de obras de los últimos cuatro años, en los que el pintor, de un estilo absolutamente personal, inicia un nuevo ciclo en su trayectoria de 60 años marcados por la constante evolución, la seriedad y la coherencia, como se pudo comprobar en la retrospectiva que le dedicó el Museo Reina Sofía en 2002.
El pintor, que declaró hace años haber "vivido en una permanente situación de conflicto interior, de tensiones: cielo e infierno, luz y tiniebla, negro y blanco, reconoce que "hay mucho de rebeldía en esta pintura, mucho de inconformidad porque somos el resultado de lo que vivimos y esta evidentemente es una época horrible". "Esta es una pintura muy dramática -ha explicado el artista- y yo diría que hay una lucha, yo me doy cuenta después, no me preparo física ni intelectualmente a una tela, al revés, intento olvidar todo lo anterior y partir de cero, seguir adelante, pero al final veo que hay explosión y hay un conflicto en ese vacío de la tela entre la vida y la muerte. No hay otra verdad intangible como esa".
En las salas del Museo de Rubielos las telas que presenta Feito son una explosión de color, de blancos, rojos y negros con algo de púrpura, que nos atraen al misterio de un centro profundo, desconocido, y nos hacen sentir el estallido de un mundo en crisis. Alfonso de la Torre, crítico e historiador del arte, considera las creaciones de esta nueva etapa "obras soberbias", impregnadas de "tensiones vertiginosas", en un "ejercicio de incontenida exuberancia de la superficie pictórica, también de libertad del gesto y de la composición"
Feito, escribe Alfonso de la Torre, ha concebido su pintura siempre al modo de "un vertiginoso fuego interior, una llama jamás extinguida". La luz de esa llama inunda el estudio en el que el artista sigue pintando a los 82 años, en la madrileña Plaza de la Villa de París, la primera ciudad de una vida cosmopolita, en la que triunfó muy joven, nada más instalarse allí en 1956 con una beca del Gobierno francés. Continuó su vida en la canadiense Montreal (1981) y Nueva York (1983) y volvió a Madrid a principios de los noventa, a esta plaza de nombre y luz providencial.