Cultura

'Bellas Artes': la serie que retrata el esnobismo y a los trepas de la burbuja del arte contemporáneo

Un equipo argentino ha rodado en Madrid con referencias al mundo del arte moderno español

Unos la disfrutan y otros la detestan, lo que nadie niega es lo divertido que resulta debatir sobre Bellas artes, la nueva serie de Movistar+ ambientada en el mundo del arte contemporáneo. Está dirigida por los argentinos Gastón Duprat y Mariano Cohn, el equipo responsable de éxitos como El encargado y Nada, esta última la primera serie de televisión donde participa el legendario actor estadunidense Robert De Niro. El cameo de lujo en Bellas Artes lo pone José Sacristán y la marca de la casa es un humor cáustico contra las lógicas del mundo moderno, en este caso las del arte contemporáneo. De momento, hay disponibles seis episodios de treinta minutos, todos ellos sustanciosos.

La acción ocurre en un museo de Madrid, pero la información se ha recogido en Argentina, ya que el tercer coguionista es Andrés Duprat, hermano de uno de los creadores y exdirector del Museo Nacional de Bellas Artes en Buenos Aires. El retrato que hacen de los altos cargos del arte contemporáneo es demoledor, gracias a una soberbia actuación del veterano Óscar Martínez, esnob militante, pésimo padre y lamentable abuelo. También se satiriza de manera reconocible a estrellas del arte español como a Beatriz Preciado (que fue codirectora del Macba) y a Elvira Dyangani (la actual dirigente). Movistar estrenó esta ficción el 11 de abril y ya ha asegurado que habrá segunda temporada.

Esta ficción nos muestra que el arte contemporáneo se va convirtiendo en una burbuja para trepas, esnobs y diletantes

El equipo creador de Bellas artes sabe manejar la polémica. Con El encargado se ganaron los reproches de Alberto Fernández, expresidente peronista del país, por el duro retrato que hacían de los porteros de edificio, un gremio potente y bien organizado en el plano sindical. Milei no se ha pronunciado, que se sepa, pero Bellas artes bien podría servirle de excusa para liquidar el presupuesto destinado a museos por el Estado, ya que no se presentan aspectos positivos sobre el sector, que se retrata como vanidoso, elitista y rendido a la peor versión de la corrección política. El capítulo en que el museo acoge a unos migrantes como parte de una performance resulta tan ácido como tronchante.

Bellas artes delirantes

La serie comienza con el concurso que lleva a tres candidatos a competir por la plaza de director del museo, a través de unas pruebas infantiles y delirantes, más propias de un reality show que de un proceso dependiente del ministerio de Cultura. La trama no suena especialmente precisa, ya que no hay en España directores con el perfil del protagonista, pero sí refleja los cambios en los valores de los museos actuales (falta ver a Ernest Urtasun desde la tele dictaminando la descolonización de nuestros museos). La aparición de una ministra despótica y proclive al enchufe también suena familiar en España.

Los creadores pretenden llevar al espectador hasta la cocina de los museos de arte contemporáneo, a las oficinas donde se negocian las facturas, se deciden las actividades y se producen las broncas. La mirada de los creadores sintoniza con la del visitante medio, ese que no termina de entender que un dibujo de trazo infantil valga millones o que un plátano pegado con cinta adhesiva provoque intensos debates estéticos. Tampoco se evita abordar el activismo woke que padecen muchos museos, ese que cubre de pintura estatuas, pretende cancelar artistas clásicos y lanza cualquier cosa sobre lienzos históricos para llamar la atención sobre el cambio climático. Más allá de defensores y detractores, Bellas artes es una ficción que invita a profundizar y debatir sobre el sector del arte, que se ha convertido sin prisa pero sin pausa en burbuja para trepas, esnobs y diletantes.

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