Cultura

Burke, el cazapederastas que arrasó antes que 'El sonido de la libertad'

Mucho antes del taquillazo del momento, el escritor Andrew Vachss se condenó a que Hollywood le diera la espalda al convertir a los pedófilos en villanos de todas sus novelas

  • Andrew Vachss.

«Todos los editores decían lo maravilloso escritor que yo era, el portentoso oído que tenía para el diálogo, que era una “poderosa voz narradora”, pero… que el material era “simplemente imposible de reproducir”. En aquella época, los primeros años 80, el material que motiva toda mi obra se despachaba con desdén bajo la etiqueta de “historias de terror” o “exageraciones grotescas”». Así contaba Andrew Vachss en 1997, desde el prólogo a una edición recopilatoria de sus exitosas novelas negras del ciclo Burke, lo difícil que había sido usar la ficción como plataforma de sus denuncias de la pederastia, una realidad criminal —las más de las veces cometida bajo el mismo techo familiar— en aquel entonces ignorada por las masas y silenciada por los medios: «En cuanto el periodismo “descubrió” el abuso infantil, de repente cayeron en la cuenta de que yo no me había “inventado” ni “imaginado” nada… Simplemente, transmitía mi testimonio desde la zona cero. La misma desde la que he trabajado durante tres feas décadas».

¿Pero quién es y de dónde surgió Andrew Vachss, uno de los mejores autores de novela negra estadounidense de su generación, junto a James Ellroy o Elmore Leonard, amigo íntimo de Oprah Winfrey y creador de Burke, el detective sin licencia más carismático de los 80-90 y un tipo duro, jocoso y tierno perfecto para la gran pantalla… si no fuera por el detalle de que sus enemigos son siempre pederastas?

El cruzado de los niños

Si su antihéroe Burke presume de haber sido mercenario en la guerra de Biafra, la cuestión tiene su fundamento: sorprendentemente, Andrew Vachss (Nueva York, 1942) sí participó allí en acciones humanitarias, tratando de llevar comida y medicamentos al vórtice del conflicto. Recuperado a duras penas de la malaria y la desnutrición africanas, se reintegró en los EE. UU. como director de una prisión de máxima seguridad para delincuentes juveniles.

Antes de su bautismo como escritor fue ininterrumpidamente, desde 1976, abogado especializado en la defensa de niños y jóvenes y, antes aún, investigador federal de enfermedades sexuales y asistente social. En esa labor decidió consagrar su vida a la denuncia del abuso de menores, un crimen acallado que en las décadas de los 60 y 70 nunca protagonizaba titulares. Como explica en este vídeo, un sujeto acudió al hospital quejándose de que se había pillado los genitales con la cremallera: la curtida enfermera reconoció los indicios de una penetración sexual sin vaselina y advirtió a Vachss. A continuación descubrieron que el «paciente» y varios miembros de su familia sodomizaban regularmente a un bebé en su casa. «Sentí que había conocido a Satanás, al peor ser humano que haya pisado la Tierra», ha declarado Vachss en múltiples ocasiones.

Como abogado centrado en delitos de abusos de menores, ha declarado que «la gente que sabe a qué me dedico siempre me pregunta “¿cuál es el peor caso que te ha tocado manejar?”. Cuando te dedicas a un campo en el que un bebé que muere prematuramente puede que sea el miembro más feliz de una familia, no existe una respuesta fácil». Su postura contra el crimen también es meridiana: no acepta ningún tipo de violencia condonada con la excusa de que forma parte de una tradición cultural, como la lapidación a esposas infieles o la ablación genital. «No creo que los cristianos que dicen que el sida fue un castigo divino contra la homosexualidad sean auténticos cristianos».

Otra pregunta que siempre le hacen: ¿qué le pasó a su ojo? La verdad es que Vachss fue tuerto en términos prácticos desde los siete años, debido al ataque con una cadena de un chico diez años mayor durante una reyerta en el Lower West Side de Manhattan. A partir de entonces vistió su característico parche sobre el ojo derecho. El parche y sus enormes mascotas caninas (auténticas fierecillas domadas de las razas más intimidantes) fueron sus señas públicas de identidad más llamativas: su amor por los perros también le motivó a entrenarlos para que sirvieran como compañeros terapéuticos para niños abusados, al descubrir que ejercen sobre los críos un efecto de serenidad muy beneficioso.

Como literato, su serie más conocida es la del cazapederastas Burke, que le permitió ser publicado en más de veinte países y obtener varios premios en varios puntos del orbe: el Deutscher Krimi Preis por la primera entrega, Flood (1985); el Grand Prix de Littérature Policière y el Falcon Award por la segunda aportación de la saga, Strega, considerada su mejor novela; y también el Premio Raymond Chandler por toda su carrera. En España solamente se han editado los tres primeros volúmenes con estos títulos: Bajos fondos (Eds. Martínez Roca), Strega y Blue Belle (ambos por Ediciones B). En los años 80 suponía una delicia poder encontrar en las librerías españolas un autor que reflejara a la perfección la alienación que muchos jóvenes sentíamos frente a la estúpida sociedad, sus mentiras consensuadas y sus tiranías cotidianas: «La corrupción política no es noticia en Nueva York, pero siguen informando sobre ella de la misma manera que siguen transmitiendo las previsiones meteorológicas. A la gente le gusta enterarse de esas cosas sobre las cuales no puede hacer nada». (Strega).

El efecto Oprah

En 1993, Andrew Vachss fue entrevistado en el todopoderoso magacín televisivo The Oprah Winfrey Show, hito que no sólo disparó las ventas de sus libros, sino que puso en primer plano la cuestión del abuso a menores. El apoyo de la presentadora (víctima ella misma de abuso en su niñez por parte de su tío paterno, abuso del que habla con el escritor en la propia entrevista) facilitó que ese mismo año el Congreso aprobara una Ley Nacional de Protección Infantil que, entre otros logros, financió la creación de una base de datos que permitiera seguir el rastro interestatal de abusadores probados.

En su primera entrevista con Oprah Winfrey, Vassch detalla cómo el céntrico Times Square se convierte de noche en otro tipo de mercado. Describe el perfil psicológico de los depredadores sexuales y declara que no cree en la reeducación de estos, abogando por su condena a cadena perpetua (tampoco cree en la pena de muerte debido a los posibles errores en las sentencias y a la conversión instantánea de los condenados en estrellas mediáticas durante los años de espera hasta su ejecución). Su obsesión de justicia no le resta sentido del humor: ante la pregunta a bocajarro de Oprah sobre si sufrió abusos en su infancia, responde con un rotundo «no, todo lo contrario… a no ser que uno tenga en cuenta cómo cocinaba mi madre». Una joven madre que se encargó de criarlo sola mientras su padre «mataba nazis». Ya de regreso en el hogar, eso sí, su progenitor jamás empleó con Andrew el castigo físico.

Un festival de cultura popular

Lo más interesante de las novelas en torno a Burke es el talento de su autor para, mediante una prosa acerada de ritmo implacable —en la tradición hardboiled de Dashiell Hammett o Mickey Spillane— crear un universo propio, cruel, pero también divertidísimo, en los bajos fondos neoyorquinos: el pintoresquismo de sus personajes y la violencia desatada de sus tramas convierten la saga en episodios de una colorida serie B que uno podría visualizar perfectamente como franquicia de películas protagonizadas por Bruce Willis a inicios de los 90. Cómo no imaginar a su actor de doblaje Ramón Langa recitando con tono descreído este párrafo sentencioso: «Todo el mundo tiene reglas que acata en su vida. Las mías eran: No voy a morir. No voy a regresar a prisión. Y no voy a trabajar como cualquier ciudadano normal para ganarme la vida. En ese orden».

La troupe de marginalesque rodea a este Quijote paranoico, expresidiario y abstemio, un autodenominado superviviente urbano que subsiste totalmente fuera del sistema —sus datos personales no figuran en ningún registro—, no le va a la zaga en excentricidad: entre sus aliados contra el crimen, además de su agresivo mastín napolitano de nombre muy políticamente incorrecto (Pansy —«Mariquita»—), se encuentran Michelle, una coqueta prostituta transexual; Max, un guerrero tibetano cuya sordera no le impide ser experto en artes marciales; Ma, una señora china «entre los 50 y los 90 años» cuyo restaurante sirve a Burke de refectorio y cuartel general; el Topo, friqui judío y genio de la electrónica que casi nunca sale de su madriguera subterránea; y El Profeta, un viejo rapero negro que se las da de mesías. Es como si Burke hubiera enrolado su equipo en la mesa de asociales que coreaba El amor apesta junto al cantante de bodas Adam Sandler en El chico ideal. Todos individuos únicos, todos supervivientes natos, todos ovejas negras de la manada. Ovejas dispuestas a enfrentarse juntas a los lobos.

Según Vachss, Burke es una víctima de abuso infantil devenida cazador de monstruos en su edad adulta: «Burke es el prototípico niño abusado: hipervigilante, desconfiado. Se compromete tanto con su familia de elección —no su familia biológica, que lo torturó, ni el Estado que lo crio, sino la familia que él escogió— que el homicidio es una consecuencia natural de cualquier agresión a esa familia. Él no es un asesino profesional. Pero sí comparte mi misma religión: la venganza».

Ese gusto por unos ingredientes propios de los subgéneros escapistas —en la primera novela de la saga, el climax es un duelo mortal de kárate entre la gigante rubia que da nombre a la obra (Flood) y el abusador de su sobrina— contribuyó a hacer muy lógicas las nada infrecuentes incursiones de Vachss como guionista de cómics: por ejemplo, en 1993 firmó una miniserie del célebre eté homicida Depredador (Predator: Race War). Incluso llegaría a escribir una novela protagonizada por el mismísimo Batman (The Ultimate Evil, 1995), en la que el Hombre Murciélago descubre que el asesinato de sus padres estaba conectado con una red de prostitución infantil y actúa en consecuencia. Eso sí, pese a la crudeza del contenido, el autor hubo de plegarse a las reglas de la casa: Batman no podía ni matar ni blasfemar ni mantener relaciones sexuales… En 2012, Vachss también firmó la novelización del fabuloso cómic The Shaolin Cowboy, creaciónde su amigo y virtuoso dibujante Geof Darrow.

Legado lastrado por el tabú anglosajón

A día de hoy, IMDB nos muestra que, pese al éxito internacional de su obra literaria, Vachss no cuenta con un solo largometraje que adapte sus novelas, algo insólito en el show business estadounidense. Nadie se ha atrevido a hacerlo en los casi cuarenta años transcurridos desde su primera ficción impresa. HBO estuvo a punto de crear una serie de TV con la saga de Burke, pero en algún momento de la negociación (probablemente por diferencias creativas) el proyecto se cayó para no volver a levantarse, tal y como el propio Vachss explica aquí:

El éxito de un peliculón como Sonido de libertad (Alejandro Gómez Monteverde, 2023) puede que diluya el tabú existente para Hollywood en torno a los abusos de menores, telón de fondo de toda la obra de Vachss, y que acabe por fin con el miedo a afrontar ese tema en la ficción audiovisual con fines comerciales. Es posible que la autopercepción del propio Vachss como cruzado iluminado en una batalla contra ese Mal que encarnan los depredadores sexuales no le ayudara a posicionarse en Hollywood: «Si pudiera meter a todos esos gusanos en una habitación llena de explosivos, estaría orgulloso y honrado de entrar ahí a fumarme mi último cigarrillo. Hasta ese punto los odio, y no exagero». Tampoco ayudan, seguramente, sus viscerales opiniones sobre cineastas «redimidos» por la industria como Roman Polanski.

Vachss y su personaje Burke dedicaron sus vidas a la persecución de pederastas de todo pelaje, desde el más solitario hasta los inmersos en redes organizadas, y lo cierto es que algunos ciudadanos se creyeron también esa misión. Por ejemplo, un asesino de pedófilos que terminó carteándose desde la prisión con el propio autor, quien recibiría una última misiva cuando el remitente ya había consumado su suicidio entre rejas.

Andrew Vachss falleció a su vez el 23 de noviembre de 2021 de enfermedad coronaria, hace ya casi dos años: ni un solo medio periodístico español se hizo eco de su muerte. Pese a su marginación del escenario mainstream, Vachss no era una personalidad amargada: «Descubrí que había un mercado para un material que me juraban, jamás conseguiría un mercado y sobre todo, siendo un muchacho de clase trabajadora, logré la oportunidad de viajar literalmente por todo el mundo para predicar este evangelio mío». Un evangelio pregonado en forma de magníficas novelas para honrar y proteger a los Niños del Secreto, que era como él denominaba a los niños abusados que no han encontrado justicia.

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