Momento histórico. El jueves arrancaba en Cataluña “el primer festival sin distanciamiento social”. Así se ha anunciado durante semanas el Vida, macrofestival ‘boutique’ ubicado en la localidad costera de Vilanova i la Geltrú con aforo para diez mil personas por día. Este sábado se celebra el Canet Rock, en Canet de Mar: una única y maratoniana jornada de conciertos con grupos principalmente catalanes con aforo para 22.000 personas que podrán moverse libremente por el recinto que acabará tras la salida del sol. Y el próximo fin de semana es el turno del Cruïlla, el tercer y último macroevento que ha conseguido autorización para reunir hasta 25.000 personas por jornada en el Parc del Fòrum de Barcelona cuando la pandemia aún no ha remitido. Las tres citas musicales tienen el mismo cabeza de cartel. Pero no es un grupo. Es su patrocinador: Estrella Damm.
Podría parecer casualidad, pero no lo es. Desde hace años, el logo de la cervecera catalana es omnipresente en los festivales a lo largo y ancho de la geografía catalana, así como en fiestas mayores, jornadas de castellers y todo tipo de actos culturales. Era inevitable que Estrella Damm figurase como patrocinadora de alguno de los contadísimos macrofestivales de este verano sin macrofestivales. Pero patrocina los tres y eso significa, de entrada, que nadie podrá brindar en su primer festival al aire libre con una cerveza que no sea del emporio Damm. ¿A alguien se le ocurre mejor estrategia de marketing que asociar tu marca a ese ansiado día en el que por fin la gente bailará despreocupadamente en un festival mientras en el escenario actúan sus grupos favoritos?
La broma de Ferrán Mascarell, conseller de Cultura, mostraba la alfombra roja que pone la administración...
Antes de la llegada de la pandemia ya era creciente la sensación de que los festivales españoles llevan lustros copados por los mismos cabezas de cartel. En Cataluña, también. Pero el cabeza de cartel que más se repite en los festivales catalanes no es Love Of Lesbian. Ni siquiera Manel. Es Estrella Damm. ¿Cómo ha consumado su monopolio cervecero en el circuito musical?
La consellería de Cultura en la sombra
Hace ya una década, el entonces conseller de Cultura de la Generalitat Ferran Mascarell acudía, una mañana más, al edificio central de la cervecera, la Antiga Fàbrica Damm, para bendecir con su oratoria la rueda de prensa de un festival. En las últimas semanas había asistido a tantas presentaciones de eventos patrocinados por Damm que, a modo de broma, soltó que aquel edificio parecía ya la consellería de Cultura. Su broma era de las que no se olvidan pues desnudaba los planes de la empresa y, al mismo tiempo, mostraba la alfombra roja que le tendía una administración. La implantación de Estrella Damm ha sido tan imparable en la última década que todo el que se plantea montar un evento cultural suspira antes por el apoyo de la cervecera que el de la administración. En el imaginario cultural catalán ya se ha interiorizado que la cervecera es un actor crucial. Crucial y, por lo tanto, apenas cuestionado en el sector.
Que la cultura es un blanqueador ideal de empresas con prácticas cuestionables no es ningún secreto. Demetrio Carceller Coll afrontó un juicio por más de una docena de delitos económicos. Era una de las tramas de evasión más voluminosas del país. La sentencia condenó a los Carceller a pagar 92,4 millones de euros. Eso o 62 años de cárcel, 14 de los cuales recaerían en Demetrio Carceller Arce, su hijo y heredero de la empresa. Damm tiene un pasado tan poco reivindicable que ha decidido centrarse en el futuro y encarar últimamente su particular transición ecológica. Particular, entre otros motivos, porque uno de los principales accionistas es DISA, la cuarta red de gasolineras más potente de España.
Los estamentos culturales también han tirado la toalla hace tiempo. Cedieron el timón a Damm encantados"
Aun así, las inversiones publicitarias de Estrella son tan aplastantes que pocos medios de comunicación cuestionan la veracidad de su márketing y pocos artistas con voluntad de profesionalizarse logran escapar de sus tentáculos. El camino para quien quiera desarrollar una carrera al margen de Damm es cada vez más empinado. Operar fuera de su coto es como competir en los 400 metros vallas con los pies atados.
El cantante Pau Vallvé, uno de los más respetados y activos del circuito catalán, lo exponía abiertamente en 2017 en una entrevista al diario ‘Ara’: “Ya intenté no tocar en conciertos patrocinados y es imposible porque entonces no puedes tocar en ningún festival ni sala. (…) Desistí de esta lucha. Por suerte o por desgracia, la cultura pasa por las cerveceras. Esta lucha está un poco perdida si no nos ponemos en serio”. Los estamentos culturales también han tirado la toalla hace tiempo. Cedieron el timón a Damm encantados de que alguien aporte el dinero que ellos no pueden garantizar. No existe un contrapoder. Y si lo hubiera, sería otra cervecera peleando por su cuota de mercado.
El cánon musical catalán
En un entorno tan precario e inestable como el de la música en vivo, el impacto de una empresa privada con ánimo monopolístico es letal. Damm diseña sus estrategias, como no puede ser de otro modo. Pero en ellas hay modelos de festival que encajan y modelos que no, artistas que encajan y artistas que chirrían, perfiles de público idóneo y perfiles más prescindibles. Sus inyecciones de dinero a unos festivales y la negativa de patrocinar otros ha consolidado dos ligas cuya distancia es cada vez más insalvable. Por un lado, el entramado afín a Damm (un clan no oficial de festivales, salas y artistas afines), y por otro los que no han pasado el corte: los descastados. En medio, una trinchera invisible que muchos quisieran saltar, pero no pueden. Y aquí ya no entran méritos artísticos o comerciales sino encajar o no en el modelo por el que apuesta el departamento de márketing de una empresa cuyas decisiones no responden a argumentos culturales. Dejar que los publicistas de una cervecera incidan en el canon musical de un país no parece muy buena idea. Pero ahí estamos. La música catalana actual es como es, en buena medida, por culpa de Estrella Damm.
Nadie en su sano juicio abogaría por la desaparición del patrocinio en el sector cultural, otro asunto es cuestionar los pros y contras de un patrocinador tan hegemónico", explica Cruz
En la última década, Estrella Damm ha definido de un sonido (eufórico, despreocupado, ligero, alérgico al conflicto), una estética (sombreros de paja, camisetas de rayas azules, chiringuito de madera, bombillas de colorines) y un espacio de ocio (el festival cuqui playero) a través de campañas publicitarias veraniegas en las que han participado desde Love of Lesbian (haciendo una paella) hasta Me And The Bees (haciendo de extras). El hartazgo ante el ‘buen rollito Estrella’ ha desatado hasta parodias. “Cada veranito con la misma mierda: mucha playa, gente guapa y pijos puestos de rayas”, resume el cantautor barcelonés Renato Al Aparato con el inconfundible sonido de un ukelele.
Todo tiene su origen. En 2011, la cervecera eligió la canción ‘I wish that I could see you soon’ para ilustrar su anuncio de verano. Aquel año, sus autores, el grupo Herman Düne, actuaría en el escenario de la Antiga Fàbrica Damm durante el festival BAM (patrocinado por Damm) y celebrado en el marco de las Festes de la Mercè (también patrocinadas por Damm). Campaña redonda. El grupo franco-sueco interpretaba su canción más popular a la sombra del logotipo de Estrella mientras el público escuchaba el anuncio de la cerveza jefa. Product placement a la enésima potencia. Y con el beneplácito del ayuntamiento. En 1984 el grupo californiano de punk rock Minutemen cantaba aquello de “Nuestro grupo podría ser vuestra vida”. Tres décadas después, su apasionada sentencia sería más bien: “Nuestro grupo podría ser tu bebida”.
Y ahora, a por las salas
Nadie en su sano juicio abogaría por la desaparición del patrocinio en el sector cultural. Es inevitable. Otro asunto es cuestionar los pros y contras de un patrocinador tan hegemónico. Y en Cataluña la ubicuidad de Estrella ya ha trascendido el circo de los festivales. La Associació de Sales de Concerts de Cataluña organiza un ciclo de conciertos por pequeños locales de Barcelona, el Curt Circuit, que durante años ha funcionado como un caballo de Troya con el que Damm ha ido ganando visibilidad y ampliando cuota de mercado en el circuito de salas. Una estrategia de expansión perfectamente legal, aunque con un recado de fondo transmitido a través de la asociación que debería trabajar para todos por igual: si estuvieses de nuestro lado el viento soplaría más a tu favor. Otra maniobra que, desde su posición de dominio y con argumentos empresariales, sigue abriendo brechas en el gremio musical entre quien bebe Estrella y quien no.