La Inteligencia Artificial ha explotado por los aires. Los algoritmos para la interacción hombre- máquina previos a 2023 son ya como esos prototipos fallidos que anteceden a otros hitos históricos, algo parecido a los intentos torpes de volar previos al avión de los hermanos Wright. Es cierto que algunas herramientas de contenido ya conocían nuestro comportamiento mejor que nosotros mismos, pero ChatGPT ha tirado por el retrete todo lo desarrollado en los últimos años por la milmillonaria industria de la programación.
No estamos ante un chatbot especialmente bueno ni ante la evolución de un asistente digital al estilo de Siri o de Alexa; mucho más allá, ChatGPT ha conseguido comprender información humana de enorme complejidad y procesarla para responder con tal nivel de creatividad y precisión que no sé si hablamos de procesar, de pensar o si deberíamos inventar un verbo nuevo. La lógica que aplica la herramienta (su código fuente) es la puerta de un cambio histórico que el pensador canadiense Jordan Peterson ha comparado con la imprenta de Gutemberg.
Llevo unos días conversando con ChatGPT y quiero escribir unas reflexiones iniciales en tres vertientes: La naturaleza de la herramienta, su impacto humano y su repercusión social. Sobre todo, porque dentro de unos años me gustaría volver a este texto y analizar si estaba equivocado.
Con respecto a su naturaleza, ChatGPT no es un sujeto con identidad propia. Me explico, el chat no responde a un nombre propio, le incomoda referirse a sí mismo y como mucho – tras insistirle- se autodefine como una simple herramienta. El hecho de no pretender individualizarse contrasta con las ortopédicas “inteligencias” de Amazon y Apple, entregadas al estilo peliculero de robot-persona de El hombre bicentenario. En este cambio de paradigma de los programadores de OpenAI está quizás el secreto de su éxito. Tras muchas horas cruzando con amigos distintas experiencias de usuario, creo que ChatGPT soy yo y eres tú. Es decir, que no hay un sujeto independiente, sino que la máquina proyecta los mecanismos de razonamiento del propio usuario que interactúa detrás del dispositivo.
Llevamos veinte años acostumbrados a lanzar preguntas a Google sin más respuesta que un índice de URLs. El proceso con ChatGPT exige un cambio de mentalidad y se basa en la conversación profunda. Si le pides algo a bocajarro, aunque sea una idea compleja, escupirá una magnífica primera respuesta con las variables que hayas introducido. Puede que esa primera respuesta sea fascinante, pero la revolución está en la conversación que sigue a partir de ahí. Conforme se va adentrando en círculos cada vez más complejos, no pares: Corrígele errores, pídele detalles, induce reflexiones conjuntas, dile que cruce datos, referencias, que reinterprete, que modifique… ahí descubrirás la magnitud de las infinitas opciones y el cambio con respecto a cualquier otra herramienta que hayas probado antes.
ChatGPT incorpora errores humanos
Pasados los apriorismos de las primeras tomas de contacto, a lo largo de una conversación ChatGPT va traspasando círculos de complejidad, llegando a un punto en el que entrelaza sus respuestas con tus mecanismos de razonamiento. Desde un punto de vista antropológico resulta tranquilizador, ya que no estamos ante un potencial Terminator súper-poderoso, sino ante algo más parecido a un exo-cerebro al servicio de nuestro propio raciocinio; una herramienta que va a multiplicar nuestra capacidad de trabajar, pensar, escribir, programar o filosofar, y que básicamente extiende y agiliza tus propios procesos cognitivos a través de múltiples mecanismos, pero siempre como proyección del usuario.
Si ChatGPT fuese totalmente honesto, tras unos minutos de charla, cuando la conversación empieza a rebasar los límites genéricos de las primeras respuestas, ante la pregunta de “¿quién eres?” debería responder, “Soy tú, ¿no te has dado cuenta?”.
En segundo lugar, ChatGPT incorpora defectos humanos: No esperes una máquina de precisión, al revés, ChatGPT te provee datos imprecisos, comete errores de razonamiento en el cumplimiento de tus órdenes e incluso se cuela con la ortografía. Es posible que su éxito resida también en esta osadía, hilada con la premisa universal de que el error es parte imprescindible del aprendizaje. Probablemente los errores burdos desaparezcan pronto de los primeros círculos de conversación, pero conforme más lejos llevemos a la herramienta, ChatGPT seguirá usando el mismo método de aprendizaje y, teniendo en cuenta que el conocimiento es infinito, el error va a ser una constante presente en la Inteligencia Artificial.
La presencia del error incide en que ChatGPT es un espejo aumentador de las capacidades del usuario, y contra algunos análisis, creo que su consecuencia no será la homogenización del nivel cultural de la sociedad, sino todo contrario: las personas inteligentes y cultas pueden multiplicar exponencialmente su conocimiento y su capacidad de trabajo, mientras las personas poco inteligentes e incultas pueden hacerlo de forma mucho más moderada, abriéndose una brecha peligrosa. ¿Por qué? Porque ChatGPT es más potente cuanto más lejos lo llevas, y eso requiere un humano a los mandos con conocimiento previo y una gran habilidad intuitiva. Si una inteligencia limitada se queda en los círculos de las conversaciones obvias, encontrará algunas facilidades, pero su rendimiento será ínfimo en comparación al potencial de la herramienta.
Se abre una etapa de reestructuración del trabajo de la magnitud de la llegada de la cadena de producción o la Revolución Agrícola
En tercer lugar, y esta es una reflexión más social, se abre una etapa de reestructuración del trabajo de la magnitud de la llegada de la cadena de producción o la Revolución Agrícola. En términos generales se ha demostrado que la humanidad sobrevive a los cambios de paradigma; es cierto que la desaparición de los gremios y de la mano de obra agrícola se ha solventado con cierto éxito. Es más, en cada redistribución traumática del trabajo la humanidad ha encontrado espacios para aspirar a nuevas metas y ha avanzado. Es decir, que una humanidad desempleada y sin trabajar es imposible, por cuanto está inscrito en nuestra naturaleza la vocación al trabajo. Si nos quitan la hoz porque llega un tractor o si nos cierran la ebanistería poque llega Ikea, los sapiens nos ponemos a desintegrar átomos, a industrializar Siberia, vamos a las estrellas o tiramos cables al océano y nos interconectamos.
Pero este análisis general no excluye la existencia de dolorosas brechas generacionales y momentos dramáticos de transición, donde la sociedad en conjunto debe estar a la altura. Los ludistas que destruían máquinas en el siglo XIX no tenían razón de fondo, pero protestaban ante una coyuntura desgarradora que sí era legítima. Que a largo plazo nos acabemos reinventando no excluye que una generación corra el riesgo de quedar expuesta a la miseria.
Detrás de la puerta que acaba de abrir ChatGPT puede pasar lo mismo que con las anteriores revoluciones del trabajo. El aumento de la capacidad productiva del individuo apoyado en la Inteligencia Artificial es una realidad que acaba de explotar. Es difícil negar que en todos los trabajos el rendimiento del individuo se va a multiplicar, la duda solo es qué número reflejará el exponencial en cada profesión. Por ejemplo, si un programador de código multiplica por diez su rendimiento, nueve programadores de código son prescindibles en un nuevo plan de negocio; si un secretario de administración multiplica por dos su rendimiento, un secretario de administración es prescindible. Prueben ChatGPT y evalúen la mejora del rendimiento por individuo y la optimización del tiempo que puede generar, ¿cuántos puestos de trabajo se pueden ver afectados en el corto plazo?
El problema es que las disrupciones previas vinieron acompañadas de Estados fuertes que industrializaron masivamente sus economías. No sin revoluciones políticas y cambios traumáticos; no sin una generación que sufrió con dureza, pero el siglo XX integró en las periferias de las grandes ciudades a las generaciones desplazadas por el tractor, y las introdujo en la industria y en nuevos sectores económicos aupados por esos Estados nuevos, que por entonces eran realidades emergentes y en plena etapa de crecimiento. Hoy la situación es diferente, nos encontramos con una industria privatizada, una estructura política y estatal hipertrofiada por saturación y un liderazgo partidocrático inconsciente de la situación que se puede venir encima y definitivamente incapacitado para coser una sangría de semejantes dimensiones. Quizás estoy sobrevalorando un chatbot maravilloso, o quizás es uno de esos momentos de la Historia que exigen recuperar las causas colectivas.