Meryl Streep citó a Ward Kimball, colaborador de Disney, que aseguró en su momento que el artista "no confiaba ni en las mujeres ni en los gatos". Y sacó a colación una carta escrita a una joven artista que quería formar parte del plantel de animadores a quien Disney espetaba que "las mujeres no realizan ningún tipo de trabajo creativo" en el estudio, una tarea que corresponde "en su totalidad a hombres jóvenes". El autor emplazaba a la chica a "trazar las hojas de celuloide con tinta china", el único trabajo abierto a las mujeres disponible en su empresa. Allí fue donde Walt conoció a su esposa Lillian.
Las sospechas y acusaciones de antisemita, racista y machista realizadas a Disney han asomado durante mucho tiempo.
Lejos de la dulcificada versión corporativa de Disney que interpreta Hanks (el largometraje está producido por el mismo estudio) lo cierto es que las sospechas y acusaciones de antisemita, racista y machista realizadas al artista han asomado durante mucho tiempo. Ríanse ustedes de las de Hergé.
El asunto llega a extremos casi conspiracionistas, repletos de símbolos fálicos y masónicos. De acuerdo con estas hipótesis, animadores demasiado animados habrían dejado mensajes subliminales en forma de fotogramas traviesos perdidos entre la infinita sucesión de imágenes en movimiento. Desde una mujer desnuda perdida en algún lugar de Los Rescatadores, la famosa estela que conforma la palabra "sexo" en El Rey León, o ese miembro erecto que aparece en el cartel de La Sirenita, pasando por las suculentas bragas de Jessica Rabbit ("me dibujaron así") en la célebre película de Zemeckis.
Mensajes en bandas sonoras
El fenómeno llega también a la banda sonora de sus películas. En la versión española de Hércules, parece como si se pudiera distinguir a una fan histérica gritando “¡Quiero follarte!”. Bien es cierto que la mayoría de estas pistas después de 1966, el año de su muerte: el mago habría despedido a todos los animadores de haber descubierto la broma.
Lo cierto es que indagar en el lado oscuro de Walt Disney implica atravesar décadas de trabajo de imagen corporativa y biografías demasiado autorizadas, pero también de rumorología malintencionada, según la cual Disney sería poco menos que un pedófilo casi animal, un monstruo que utilizaba sus dibujos para atraer a los niños a su mazmorra de Disneyland. Entre un extremo y otro, volúmenes como el del escritor Marc Eliot, autor de Walt Disney: Hollywood's Dark Prince, profundizan en una vida de una persona de carne y hueso con, eso sí, ciertas resonancias freudianas, en la que una infancia infeliz y la conflictiva relación con sus padres derivaron en un matrimonio insatisfactorio repleto de problemas sexuales y alguna que otra amante (la actriz latina Dolores del Río).
Traiciones, envidias y complicaciones
Disney también habría sufrido la paradoja de saberse un artista revolucionario, pero a la vez un dibujante no demasiado brillante que necesitaba de mano de obra para plasmar su visión. Todo ello mientras construía un imperio basado en el entretenimiento familiar, una dura lucha plagada de las consabidas traiciones, envidias y complicaciones de una industria azotada entonces por varios escándalos sexuales. La construcción de toda una serie de parques de atracciones destinados a los más pequeños también ha inspirado fantasías un tanto pervertidas sobre los secretos sexuales casi macabros que se esconderían tras las atracciones de Disneylandia.
En un mundo de extremos bipolares, el olfato de Disney para crear ídolos puros destinados a la infancia resulta fácil de corromper. Sólo así se entiende que a chicas Disney como Britney Spears o Miley Cyrus les haya sido tan fácil invertir su imagen de ídolo adolescente de una manera tan calculadora que el coqueteo con las drogas de Joe Jonas, otra estrella del grupo, quede reducida casi a anécdota. El caso de Cyrus es trascendental por su contundencia, pasando de ser la joven castaña de belleza angelical que protagonizó la serie musical de la factoría a un descontrolado remedo obsceno de Madonna que acapara un titular tras otro. Una construcción que parece funcionar a ritmo de twerking casi como el alter ego de la anterior Miley, como si de un Dr. Jekyll y Hyde se tratara. A lo mejor el propio Walt Disney pensaba que la maldad era mujer, dada su insistencia en erigir brujas, hechiceras y madrastras como villanas de la función, aunque quizá se hubiera sorprendido por la fruición de Miley a la hora de fumar marihuana y tuitear fotos obscenas.