Octopussy fue la aventura número trece de la serie James Bond y pese a no contar con una Ursula Andress saliendo del mar enfundada en un bikini blanco, ni con un villano con dientes de hierro apodado Tiburón o una atractiva joven rubia recubierta en pintura dorada, fue un éxito de taquilla. El público estaba ansioso por saber qué le depararía el destino al agente secreto, después de haber viajado al espacio en Moonraker. La saga, además, estaba en uno de sus mejores momentos y los productores recurrieron a una historia típicamente jamesbondiana. Paraísos exóticos, guapas mujeres, peligrosos comunistas y persecuciones imposibles. Poco importaba que Roger Moore estuviera a punto de cumplir sesenta años, el público quería saber qué significaba aquello de Octopussy.
La historia es sencilla. Un agente del servicio secreto británico, 009, aparece muerto, vestido de payaso y portando un huevo de Fabergé que resulta ser una imitación. El original se subasta justo esa misma semana en Sotheby’s y allí se dirige James Bond para descubrir el motivo del asesinato de su colega. El huevo acaba siendo adquirido por Kamal Khan, un vendedor de antigüedades, que llega acompañado de una explosiva rubia. Bond decide seguir la pista del desconocido magnate y acaba viajando a la India, donde Khan reside en un exclusivo palacio. Pero si bien este argumento podría ser el de cualquier película de James Bond -al menos, del James Bond de los primeros tiempos-, hay un aspecto que lo diferencia de cualquier cosa vista hasta el momento. Se trata de Octopussy, una misteriosa coleccionista que reside en una isla habitada únicamente por mujeres. Protegida por un ejercito femenino, atesora en su palacio una auténtica fortuna en joyas que ha ido consiguiendo por medios no demasiado ortodoxos.
Récord de apariciones
Para encarnar a Octopussy, los productores contaron con Maud Adams, una guapísima actriz sueca que ya había sido chica Bond diez años antes en El hombre de la pistola de oro. De hecho, cuenta con el récord de apariciones femeninas -a excepción de la habitual Moneypenny y de M en la época de Judi Dench-, ya que repetiría el año siguiente en Panorama para matar, aunque limitándose a hacer un mero cameo -Adams acudió a visitar el set de rodaje con su novio y Roger Moore les dijo que se caracterizaran y se pusieran en la escena, por los viejos tiempos-. Como toda femme fatale de las películas de 007, Octopussy es egoísta, experta en la lucha cuerpo a cuerpo y lo suficientemente fría como para perseguir su objetivo, pero no tanto como para no sucumbir a los encantos del agente secreto. Poco importaba que le doblara la edad.
Aún así, Octopussy presenta una importante diferencia. La mayoría de femmes fatales viven sometidas al villano. Son sus chicas de compañía, aunque simplemente les hagan eso, compañía -no sabemos si algo más-. Acatan lo que se les dice, se preocupan por estar guapas y cuando pueden, hacen como que echan una canita al aire con James Bond, aunque, en realidad, están siguiendo a la perfección el plan que su villano de cabecera les ha impuesto. Octopussy no es de esas. Tiene su propia isla, su propio ejército y sus propios intereses. Son los hombres los que se someten a sus deseos. Y cuando la cosa se pone fea, desaparece, no sea que acabe pagándolo ella.
La maldad trae popularidad
Este espíritu independiente parecía que se había instalado en la saga, al elegir a Grace Jones como femme fatale en la siguiente y última película de Roger Moore como James Bond, Panorama para matar. El problema fue que, al final, se trató más de promesas que de realidades. May Day, si bien se convirtió en una de los personajes más populares y recordados de toda la saga, acabó sometiéndose a las órdenes del malvado Max Zorin (Christopher Walken), dejando claro que ahí el que mandaba era el hombre. Algo parecido le pasó a Famkie Janssen varios años después en Goldeneye, cuando se metió en la piel de Xania Onatopp, una letal villana que acababa con sus presas asfixiándolos con las piernas mientras mantenían relaciones sexuales. Aunque Famkie consiguió eclipsar a la chica buena de la película, una desconocida Izabella Scorupco, no pudo arrebatarle el título de villano oficial a Gottfried John, que interpretaba al general Ourumov. Eso sí, como en todas las películas de Bond, compartió cama con Pierce Brosnan, que se estrenaba en la piel del agente secreto.
Con el paso del tiempo hemos podido ver como las femme fatales se situaban en lo más alto de los rankings de popularidad de las chicas Bond. ¿Quién no recuerda a la Pussy Galore de Goldfinger? ¿O a la misteriosa Elektra King de El mundo no es suficiente? ¿O a la temible Rosa Klebb de Desde Rusia con amor, una de las pocas villanas que, tal vez por la edad, no acabó en la cama con James Bond? Para que luego digan que la maldad no está bien considerada. Tal vez en la vida real no, pero en las películas es una baza segura.