En 2022, la editorial estadounidense Merriam-Webster, especializada en diccionarios, eligió el término "gaslighting" (hacer luz de gas, en español) como palabra del año. Sin embargo, este término, que alude a un tipo de manipulación psicológica consistente en negar la realidad y que se ha extendido en los últimos años con el uso cada vez más frecuente de las redes sociales, tiene su origen en la obra de teatro de 1938 del mismo nombre y que se popularizó en 1944 con la adaptación homónima a la gran pantalla que dirigió George Cukor y protagonizó Ingrid Bergman.
El cine, al igual que ocurre con la tauromaquia, el mundo militar, el ámbito futbolístico o incluso el culinario, ha tenido una gran influencia en el lenguaje popular, llegando incluso a relegar a un segundo plano a otras palabras para instaurar nuevos términos y, en la mayoría de los casos, anglicismos. ¿Quién no habla de "spoiler", esa palabra tan usada en el universo de las series, cuando en una conversación informal alguien adelanta el contenido de una confesión? Solo algunos románticos recurren hoy en día al vocablo "destripe", palabra que prefiere la RAE y que tiene un idéntico significado. Sin embargo, en cuestiones lingüísticas, el pueblo siempre se acaba imponiendo.
Precisamente, el director, productor, guionista y crítico cinematográfico José Luis Borau hizo referencia a esta contaminación lingüística en su discurso de ingreso en la RAE, en 2008, titulado El cine en nuestro lenguaje, que fue contestado por Mario Vargas Llosa. Con aquellas líneas, hizo énfasis en la "huella" que ha tenido el séptimo arte en las expresiones más recurrentes y hasta en la forma de escribir, y se sorprendió asimismo de la falta de curiosidad hasta entonces de este fenómeno, un silencio académico que decidió romper antes de ocupar el sillón B con un buen puñado de ejemplos que recogemos en Vozpópuli.
Hace 15 años, cuando Borau pronunció sus observaciones sobre cómo el cine ha impregnado el español de nuevas palabras, las redes sociales no condicionaban la vida de la gente y el consumo audiovisual en el hogar era, salvo excepciones muy cafeteras y gracias a la piratería, significativamente menor. Por ello, ahora, diez años después de su fallecimiento, este texto cobra aún más sentido, porque esta influencia imparable no ha hecho más que crecer.
Por empezar por algún punto, unas de las fórmulas más famosas son "estar de cine" o "de película", que pueden haberse convertido en dos expresiones un tanto viejunas, pero en la época estival en la que estamos aún son muchos quienes se permiten recurrir a estas palabras un tanto anticuadas porque hay pocas expresiones en el lenguaje más popular que resuman mejor el paraíso en la tierra. En el lado opuesto, ser "el malo de la película" no tiene cabida, en cambio, en ninguna conversación alegre y denota cierto disgusto con el interlocutor. No hay nada peor que reencarnarse en el villano.
"Felliniano", "buñuelesco" o "berlanguiano" condensan cada una de ellas una imagen compleja y difícil de resumir en pocas palabras y, de hecho, la RAE aceptó a finales de 2020 incluir este último adjetivo para hablar de aquello que posee rasgos propios de la obra del director valenciano
Borau alude también a tres términos que convierten la visión de tres cineastas imprescindibles en tres formas de vivir y percibir la realidad. Así, "felliniano", "buñuelesco" o "berlanguiano" condensan cada una de ellas una imagen compleja y difícil de resumir en pocas palabras y, de hecho, la Academia aceptó a finales de 2020 incluir este último adjetivo para hablar de aquello que posee rasgos propios de la obra del cineasta valenciano Luis García-Berlanga, algo que ya avanzó Borau en aquel discurso. "Bien cabría incorporar al Diccionario de la Española, cual homenaje debido a quien nos ha proporcionado una visión agridulce y conmovedora de nosotros mismos, además de ser, de puertas adentro, nuestro primer creador cinematográfico", apuntó entonces.
Friki, rebeca y Macguffin: del cine al lenguaje popular
Sostiene Borau que, a diferencia de lo que se piensa, la palabra friki, tan común en el habla para hacer referencia a aquella persona con gustos y preferencias un tanto alejadas del común de los mortales, no procede del sustantivo inglés "freak" (monstruo o rareza en castellano), como a menudo se piensa, sino de una película de terror de 1932 del mismo nombre. En la actualidad, incluso se celebra el día del orgullo friki cada 25 de mayo, por lo que, según la tesis de Borau, el influjo ha llegado muy lejos.
En la larga lista de palabras no hay que olvidar la famosa chaqueta que vestía la actriz Joan Fontaine en la película de Hitchcock Rebeca (1940), un jersey abotonado que en la actualidad cualquier mujer, tienda de moda o revista especializada se refiere a ella como "rebeca" o incluso "rebequita". "Chaqueta femenina de punto, sin cuello, abrochada por delante, y cuyo primer botón está, por lo general, a la altura de la garganta", define la RAE.
No tan conocido, pero no por ello menos importante, es el término "Macguffin", término acuñado por Hitchcock, que no aparece en el DRAE y que alude a aquel elemento de suspense (ya sea objeto, persona o evento) que hace que los personajes avancen en la trama aunque no tiene mayor relevancia en sí. "El vocablo no ha terminado de cuajar, pero no tardará en hacerlo ante la insistencia con que la prensa lo viene citando", señaló Borau.
Sin duda, la parte más divertida de la influencia del cine en el lenguaje popular es, sin duda, el trasvase de las expresiones cinematográficas en las conversaciones cotidianas o que, en algunos casos, no guardan relación directa con ninguna película, pero aprovechan los sonidos de las palabras para construir rimas. Así, como apreció el académico, "ve al grano" fue sustituida por la graciosa "no te enrolles, Charles Boyer", mientras que "la cagaste, Burt Lancaster" se convirtió incluso en título de un disco de Hombres G.
"Sí, bwana", en referencia a la primera película sonora y en tres dimensiones distribuida en España, Bwana, diablo de la selva (1952), la romántica "siempre nos quedará París" de Casablanca (1942), la archiconocida "que la fuerza te acompañe", de la saga Star Wars, o "el día de la marmota", de la película Atrapado en el tiempo (1993) para hablar de un bucle sin fin, son solo algunos ejemplos. Hay incluso leyendas en torno al origen de otras expresiones, de forma que se atribuye a Groucho Marx aquello de "estos son mis principios, y si no le gustan, tengo otros", aunque la fuente sea otra.
En palabras de Borau, al fin y al cabo, la "tendencia a echar mano del recuerdo cinematográfico, de sus escenarios, de sus personajes, de sus diálogos, de los títulos incluso" no tiene otro fin que el de entendernos mejor. "Para recrearnos o aprender con lo que vimos una vez. Para seguir tirando de la vida sin tanto esfuerzo, en definitiva", agrega.