Cada nación requiere de una serie de mitos que refuercen al grupo. Entre batallas decisivas y personajes ilustres aparecen frecuentemente los episodios de resistencia y las fortalezas inexpugnables rodeadas por el enemigo. Derrotas aniquiladoras como Masada o Numancia o discretas victorias que enarbolan una futura victoria como la de la conquista del ‘faro’ de Stalingrado. Episodios o lugares que simbolizan el sacrificio colectivo y que se presentan como el camino a seguir por las generaciones venideras. En el caso de la conquista del ‘faro’ de Stalingrado, la resistencia de un grupo de soldados soviéticos no se esperó a ser utilizada siglos después como cimiento de la nación, sino durante el peor momento de la batalla de Stalingrado cuando los alemanes ocupaban el 90% de la ciudad.
En estos mismos días de julio pero del año 1941, Hitler había lanzado el mayor órdago en sus conquistas territoriales con el inicio de la operación Barbarroja, por la que el Ejército alemán invadió por sorpresa la Unión Soviética. El tablero de la guerra en Europa tenía ahora un nuevo frente que a la postre iba a significar el de mayor desgaste para la Wehrmacht. Este frente acogió en Stalingrado (actual Volgogrado, Rusia), la mayor de las batallas de la historia con más de dos millones de muertes en el medio año que duró, entre el verano de 1942 y la rendición alemana del 2 de febrero de 1943. La ciudad sureña asentada en río Volga y a mitad de camino entre el mar Negro y el mar Caspio era un enclave estratégico en el avance alemán hacia los campos petrolíferos del Caucaso. Además de esta importancia en la ruta de suministros, el simbolismo de poder perder una ciudad bautizada con su nombre, hizo que Stalin ordenara resistir hasta el último hombre.
La batalla comenzó a mitad de julio de 1942 y en el mes de septiembre, tras fuertes bombardeos que habían destrozado la ciudad, los alemanes se hicieron con el control de la mayor parte de la urbe. Los soviéticos aguantaban en una de las orillas del Volga y las grandes operaciones de los ejércitos fueron sustituidas por unos nuevos tipos de combates conocidos como Rattenkrieg (‘guerra de ratas’), en los que pequeñas unidades de hombres combatían en entornos urbanos, casa por casa, calle por calle, habitación por habitación. Emboscadas, asaltos callejeros, incursiones nocturnas y la precisión de los francotiradores podían desactivar grandes operaciones y equilibrar cualquier superioridad material alemana. En entornos con casi nula capacidad de maniobrabilidad para los grandes carros de combates y en los que muchas ocasiones la cercanía con el enemigo imposibilitaba un bombardeo aéreo, el enfrentamiento cuerpo a cuerpo con bayonetas, cuchillos o granadas era la mejor e incluso la única baza posible.
La conquista del ‘faro’
Grupos de asalto rusos de entre cuatro y ocho hombres asaltaban y conquistaban edificios que rápidamente se reforzaban para repeler ataques enemigos y convertían en fortalezas. Así fue como un equipo de cinco hombres del 42.º Regimiento de Guardias, que pertenecía a la 13.ª División de Fusileros de la Guardia, recibió la orden de volver a tomar un bloque de apartamentos que dominaba una sección vital de las líneas rusas en el centro de la ciudad y por el que se había luchado de manera encarnizada desde el comienzo de la batalla. El grupo de asalto estaba dirigido por Yákov Fedótovich Pávlov, un sargento inferior de 24 años, de origen campesino en el noroeste de Rusia y que pronto se convertiría en una leyenda.
El edificio era un gran baluarte desde el que lanzar salvas precisas sobre el enemigo cuando, cada día al amanecer, formaban a fin de realizar nuevos ataques. La edificación también servía para cubrir uno de los puntos de cruce del Volga donde se había construido una plataforma de desembarco para transportar tropas y suministros a la línea del frente; quien lo mantuviera en su poder controlaba la cabeza de puente.
No obstante este edificio estaba lejos de las principales operaciones en la ciudad y el enfrentamiento por el edificio fue relativamente insignificante, destaca el historiador Iain MacGregor en El faro de Stalingrado. La verdad oculta en el corazón de la mayor batalla de la Segunda Guerra Mundial. “En cuanto un periódico de la ciudad habló de ello mientras se libraba la incesante lucha, Pavlov se convirtió en una leyenda: debido a los escritores que trabajaban para la sección política del Ejército Rojo, los hechos reales se amoldarían a una nueva trama que tenía poco que ver con la realidad. La prensa soviética bautizó el edificio del Volga como la Casa de Pavlov y ensalzó el espíritu del combatiente campesino como típico de los frontoviki que estaban en primera línea de combate”.
Los textos sobre la resistencia de la casa de Pavlov, cuyo nombre en clave era ‘el Faro’ por ser el edificio más alto de la zona, trataban de insuflar ánimo y contrarrestar el hecho de que, a mediados de noviembre, los alemanes ocupaban el 90% de la ciudad. La primera mención de la Casa de Pávlov apareció el 31 de octubre de 1942 en el periódico ‘Bandera de Stalin’ del 62.° Ejército antes de anunciarse a los cuatro vientos en un movimiento social de reconstrucción tras la batalla. Un artículo similar apareció en el ‘Pravda’ el 19 de noviembre de 1942, día en el que la operación Urano, orquestada por el general Gueorgui Konstantinovich Zhúkov, puso en marcha el cerco y la destrucción final del 6.0 Ejército 16 Más tarde, se relató en la radio nacional.
En este primer texto se enlucían los acontecimientos, se nombraba a los combatientes, se elogiaba el crisol multiétnico de los protagonistas. Rápidamente se hizo muy popular entre las tropas de la ciudad, pronto dio el paso al plano nacional y el 19 de noviembre de 1942 apareció en el Pravda.
Como apunta MacGregor, los hechos aceptados por los rusos que se sigue estudiando a día de hoy es que “la guarnición era una pequeña ‘hermandad de sangre’, una mezcla cultural perfecta de once grupos étnicos procedentes de toda la Unión Soviética que luchó, contra todo pronóstico, durante 58 días seguidos, mató a cientos de enemigos y estuvo bajo el mando de Pavlov. Los valerosos soldados soviéticos que debidamente representaban las repúblicas de la unión, soportaban heroicamente el asedio del invasor fascista”.
Desmontando el mito
En los relatos de los protagonistas de dicha hazaña ya aparecían algunas contradicciones que eran soportadas por la grandeza de la epopeya. Sin embargo, tras una intensa investigación, MacGregor ha desmontado buena parte del relato de Pavlov. En primer lugar, aunque el edificio era un buen punto estratégico, los principales combates se estaban produciendo mucho más al norte, y en esta zona del centro de la ciudad solo había una débil división alemana. También desmonta la obsesión de Paulus con tomar la casa, según la leyenda soviética era uno de los puntos marcados en los mapas alemanes, algo totalmente falso. Más importante aún fue el falseamiento del número de combatientes y el armamento disponible. Siempre hubo al menos un centenar de hombres, llegando hasta los 300, y el baluarte contaba con potentes piezas de artillería y se excavaron trincheras, se plantaron minas, se tiraron metros de alambre de espino.
Según cuenta MacGregor,:“hoy en día, todavía existe controversia sobre si, efectivamente, el grupo de asalto de Pávlov encontró y mató a la guarnición alemana, o si la casa estaba desocupada cuando llegaron". De lo que no cabe duda es que Pávlov tampoco fue el responsable de la defensa durante las siguientes semanas. “Tras su captura, la casa entró en el sistema de la zona defensiva del 3.er Batallón de Fusileros. Se asignó la responsabilidad de la defensa al comandante de batallón Zhúkov y este se la asignó al comandante de la 7.ªCompañía de Fusileros, Náumov”, según señaló el coronel Elin, comandante del 42.ºRegimiento de Fusileros de la Guardia.
En la Rusia actual, el mito sigue vivo y en el camino autocrático en el que Putin se ha embarcado desde hace años, difícilmente se podrá reescribir la propia historia nacional cuando desde el régimen consideran y castigan estas investigaciones como un ataque contra la Madre patria.
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