Cultura

El suicidio silencioso de la crítica musical

El pasado 11 de septiembre, Ignacio Echevarría utilizaba su tribuna en el suplemento El Cultural para llamar la atención sobre una muerte silenciosa: la de los críticos de literatura, gremio al que él mismo pertenece. Para ello se apoyaba en la publicación del volumen Críticos, monstruos, fanáticos y otros ensayos literarios (Mardulce, 2020), de la novelista neoyorquina Cynthia Ozick, de 92 años. La columna comenzaba con una frase demoledora: “Si las revistas y suplementos culturales, o lo que queda de ellos, tuvieran en algo la función que idealmente están llamados a ejercer, si no se conformaran -como pasa tantas veces- con hacer de simples pantallas de la industria editorial…” Es un buen resumen de las carencias del periodismo cultural, pero mejor todavía es la frase de Ozick que citaba: “El verdadero problema no reside en lo que está sucediendo, sino en lo que no está sucediendo”. Eso que “no sucede” es critica literaria, pero el diagnóstico puede aplicarse a la crítica de música popular, que ha ido muriendo sin hacer ruido.

Hace un par de meses, la edición estadounidense de la legendaria revista Rolling Stone publicaba una lista de ‘Los 500 mejores álbumes de la todos los tiempos’, que llamó la atención por muchas cosas, sobre todo por los cambios de criterio frente a los anteriores listados. Poca broma con este tipo de piezas, que son las más leídas de la historia de la revista, con ediciones especialmente exitosas en 2003 y 2012. La de este año tuvo cambios significativos: el clásico Sgt. Pepper’s de los Beatles bajó del primer puesto al veinticuatro, para dejar el lugar de honor a What’s Goin’ On, del mítico artista soul Marvin Gaye. Este bandazo se ha interpretado de manera unánime como un guiño a las revueltas sociales del movimiento Black Lives Matter.

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Algoritmos y revueltas

Así lo explica su director: “Este año, más que ningún otro, hemos tomado en serio el canon, a quién celebramos y a quién ponemos en el pedestal”, declaraba Jason Fine, haciendo clara alusión al derribo de estatuas. Además, una de las subidas más importantes fue la del rapero Kendrick Lamar, banda sonora de muchos de los activistas que tomaron las calles. También entraron en el listado álbumes de divas pujantes o consolidadas como Billie Eilish, Taylor Swift y Shakira, rompiendo lamentables inercias machistas del gremio, pero también como bandera para enganchar nuevos públicos. En resumidas cuentas, la lista manda un mensaje claro: a Rolling Stone no le importa lo que opinen sus críticos, sino que espera de estos que se adapten a lo que los oyentes consideran relevante, tanto en el plano musical como en el sociológico. ¿De qué sirve un crítico si debe someter su criterio al dominante en su época?

"La posición jerárquica entre crítico y oyente ha quebrado", explica el periodista musical David Saavedra

Decido preguntar por la situación a un par de periodistas musicales españoles. El primero, David Saavedra, que en poco tiempo ha visto cómo se cerraba la sección de discos donde trabajaba (la de Metrópoli en El Mundo) y la revista musical con la que tenía mayor sintonía (Rockdelux). “Tanto la crítica de conciertos como de discos han ido perdiendo espacio en los diarios generalistas y suplementos culturales hasta desaparecer. Las célebres rimas de La Polla Records en la canción Críticos quedan como un testimonio de otro tiempo: ‘Tuyo es el poder/ tuyo es el espacio en el papel’. Los hábitos de consumo y acceso a la información han cambiado: si antes las críticas servían como guía para orientarte a la hora de comprar en la tienda, ahora basta que entres en una plataforma de streaming o una red social, escuches por ti mismo y, si quieres indagar más, pinches en los apartados de ‘artistas relacionados’ y similares. La posición jerárquica entre crítico y oyente ha quebrado -algo aparentemente positivo- al aparecer Internet como mediador y el algoritmo como mano invisible”, explica.

Sobrada con Sidonie

No escojo a Saavedra al azar, sino porque recientemente ha denunciado la falta de criterio de las reseñas musicales. “Octubre de 2020. Don Disturbios le planta un 10 sobre 10 al nuevo disco de Sidonie en Mondo Sonoro. No hay más preguntas, señoría: quedan oficialmente cancelados el año y la prensa musical”, escribía en su cuenta de Twitter. No es una exageración: puntuar el nuevo disco de Sidonie como si fuera una obra maestra de Frank Sinatra, Camarón o John Coltrane es cambiar por completo las reglas del oficio, no necesariamente a mejor. “Esa reseña es algo poco creíble y difícilmente defendible, que denota más amiguismo, forofismo, conservadurismo, autocomplacencia y pereza que verdadero amor por la música. Además, la firma el director de la publicación”, lamenta.

"La crítica de discos es un género viciado por naturaleza. Se mezclan amiguismos, automatismos, ansias de protagonismo…", dice Nando Cruz

Luego anticipa las consecuencias: “Esa falta de credibilidad, de rigor crítico y de intención a la hora de elaborar un canon perdurable es lo que va a provocar que la crítica de discos desaparezca y acabe dando la razón a los jefes de sección de periódicos que sostenían que ya no interesaban a nadie. Y es una pena, ya que su desaparición conlleva que se pierda el espíritu cuestionador y que se dejen de analizar las obras musicales desde enfoques o perspectivas diferentes. Se pierde también un contrapeso importante y se devuelve todo el poder al mercado y a las grandes plataformas que tienen la capacidad de promocionar y posicionar mejor a sus artistas”, lamenta Saavedra.

Otra voz relevante es la de Nando Cruz, una de las firmas más respetadas de la crítica de Barcelona, que ha contribuido a cabeceras como El Periódico, Rockdelux, Nativa y programas de la televisión catalana. Su visión tampoco es optimista: “La crítica de discos es un género periodístico viciado por naturaleza. Ahí se mezclan amiguismos, automatismos, sesgos de clase, raza y género, cánones estéticos, filias y fobias particulares, la presión de la industria, las ansias de protagonismo… En España todo eso hay que conjugarlo en piezas de extensión a menudo microscópica elaboradas bajo otras dos influencias clave: la prisa por opinar antes que nadie y la precariedad laboral del oficio. Lo que nos queda, casi siempre, son textos insulsos cuya principal fuente de inspiración no es el disco sino la hoja de promoción que proporciona la discográfica. Textos cuyos principales destinatarios, para colmo, son el artista y la industria que lo lanza, en vez del público”, denuncia.

Quien paga, manda

Cruz no tiene una visión edulcorada del oficio, pero sigue confiando en sus posibilidades: “Me encantaría leer críticas de ocho folios profundizando en un disco -incluso en uno que no me interesa especialmente-, pero el formato que se ha acabado imponiendo en la prensa escrita es el del párrafo largo, o dos párrafos o ¡335 caracteres! Ese tipo de crítica de disco dejé de consumirla hace muchísimos años. Prefiero antes los análisis puramente formalistas de algún youtuber”, confiesa. “Tal vez la crítica de discos carezca de sentido hoy en día, pero esa es solo una de las múltiples facetas que puede desarrollar el periodismo musical. Durante años fue la más importante, pero para mí, ahora mismo, es la menos relevante. Hay mil enfoques, temáticas, rincones e historias que abordar desde el periodismo musical. Especialmente, ahora que todo está en la cuerda floja. Preguntas que hacer, investigaciones que desarrollar, personas a las que dar voz, experiencias que visibilizar… La crítica musical habrá perdido su razón de ser, pero el periodismo musical aún tiene que muchísimo terreno por explorar”, subraya.

La última rebelión contra esta marea tuvo lugar el pasado febrero en las oficinas de la mítica cabecera de Cahiers Du Cinéma, cuando sus editores amenazaron con renunciar si un grupo de productores se hacía con el control empresarial, ya que podría comprometer el rigor de las reseñas. Desde el año 2000, la situación en España es justamente la contraria: micromedios desesperados por conseguir patrocinios para poder subsistir sin apoyo del público. Las revistas culturales son de quien las paga y en España ya nos hemos olvidado de lo que era hacer eso. Ni que decir tiene que la agencia de Sidonie (Emerge) se anuncia generosamente en las páginas de Mondo Sonoro.

Seamos honestos: el terreno de la música popular, quedan ya pocas firmas con el tirón de clásicos como Diego Manrique, Patricia Godes e Ignacio Juliá, que no parecen tener recambio. Tampoco se han vuelto a repetir figuras de la talla de Manuel Vázquez Montalbán, capaz de combinar un alto voltaje intelectual con enfoques sugerentes para el público general, caso de su libro superventas Crónica sentimental de España (1971). Si salimos a preguntar a la calle, es improbable que alguien supiera decirnos el nombre de un crítico de arte, arquitectura o tauromaquia. ¿Qué perdemos con el suicidio silencioso de la crítica cultural? Quizá sea una pregunta irrelevante, pero a cosas más tontas hemos dedicado el tiempo.

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