“Buenas noches, cobarde, triste amenazado de la vida, buenas noches. Sí, hermoso cobarde, también a nosotros nos asusta la vida. La amamos como tú, pero nos asusta”. A sus 20 años, Francisco Umbral se desvelaba y leía. No para sí mismo ni para espantar el insomnio, lo hacía para el borracho abandonado en la taberna, para la solitaria señora que reza, para el suicida que vela desde un puente la que será su muerte voluntaria. A todos ellos dirigía una plegaria bella e inmisericorde: una noche una, a la siguiente otra, y otra, y otra, y otra. Lo hacía en La Voz de León, emisora de radio para la que trabajó entre 1958 y 1961, y cuyas alocuciones se publican ahora a manera de textos inéditos en el volumen Diario de un noctámbulo (Planeta).
En ese entonces perteneciente a la Red de Emisoras del Movimiento, La Voz de León era dirigida en aquellos años por el periodista vallisoletano José Luis Perelétegui, primo de Francisco Umbral. Fue él quien le brindó la oportunidad de abandonar su trabajo en un banco para probar en la escritura diaria de una sección. Tras haber publicado esporádicamente en El Norte de Castilla, a Umbral le llegó al fin el turno de escribir ya no como atildado aspirante sino como experto oficiante. Ha de ser por eso que cada texto incluido en este volumen parece una celebración de la vocación, un abrazo apretado al idioma que un Francisco Umbral de apenas 26 años ejecuta con belleza y personalidad propia.
Cada texto incluido en este volumen es una celebración de la vocación, un abrazo apretado al idioma
La primera parte del libro lleva por título Buenas noches, el nombre de la sección que le fue asignada al autor de Trilogía de Madrid y en la que se suceden las bellas peroratas que Umbral dedicaba a sus oyentes para despedir el día. “Buenas noches, fracasado, hombre de corazón enronquecido…. Buenas noches, Baltasar, rey negro, oscura epifanía del mundo… Buenas noches, molino, braceador alzado en el paisaje de España … Buenas noches, corazón, rojo equilibrista que me salta en el pecho… ”. Existiesen o no su Caín, su suicida, su corazón, su miedo, su borracho, su señora que teje, su viajante y su farmaceuta, Francisco Umbral les confiere a cada uno la existencia y la salvación. Al nombrarlos les procura la vida, los insufla con la musculatura de quien escucha un transistor a solas en la penumbra. No sólo a los hipotéticos oyentes ofrece Umbral sus palabras ásperas y hermosas, las dedica también a ideas, circunstancias, a los meses, a los días, incluso hasta a los personajes literarios: desde La Celestina hasta Don Pablos.
Más claro no puede explicarlo el joven periodista a quien habrá de escucharlo: “Sí, amigo oyente, cuando voces intrusas te han invitado a resolver enigma, a complicarte en concursos y adivinar números o palabras, yo no pretendo sino, de amigo a amigo, darte las buenas noches. No necesitas decirme la fecha de nacimiento de Enrique el Doliente ni acertar nada a propósito de la batalla de Lepanto. Puedes creerlo, oyente, sólo se trata de darte las buenas noches, de desearte un sueño tranquilo y un despertar animoso. No voy a venderte nada. No tengo nada que vender”. Ni falta que le hacía a aquel Umbral insultantemente joven y talentoso; alguien que para brillar en la oscuridad compone la metáfora del a día, robada a la vida y ofrecida a la vigilia de quienes, solos, ofrecen su costado al desvelo.
Escritas en el aire, sujetas en el lugar invisible que ocupan las voces en el dial, estas 320 páginas sobrecogen
No permanece Umbral sólo en la clave íntima y cercana del desvelado, también usa sus alocuciones para ejercitar su precocidad intelectual y su buena puntería de lector aventajado. Hay frases suyas que en lugar de ahuyentar la vocación en el aspirante a periodista que las lee, invitan a insistir en el largo pasillo de la literatura y el periodismo en el que Umbral se movió a sus anchas con el paso elegante del filósofo y la chulería de los poetas y los marineros. ¿La muestra? Pues este magnífico botón: "El existencialismo, ese romanticismo atroz y sin musa".
Pero si los textos reunidos en ese primer apartado –Buenas noches- sobrecogen y arrullan, los que forman parte de El piano del pobre (1959-1960), muestran al Umbral periodista, quien, pegadito a la tubería de la actualidad –ésa que estalla a cada rato ensayando la inundación del a día a día- se muestra inmisericorde y brillante. “Françoise Sagan, fea y experimentada, musa poco agraciada del amor escéptico, anda en pleitos y vuelve a la actualidad de los periódicos. Con su fealdad inteligente, Françoise viene de la negación, de la nada existencial, y va al sensacionalismo, pero entre los dos extremos ha pasado por un punto de sinceridad que la acerca a nosotros. Toda una juventud está como ella estuvo: encerrada en su cuarto, negándose a sí misma con música de Jazz”.
Escritas en el aire, sujetas en el lugar invisible que ocupan las voces en el dial, las 320 páginas de este volumen distan mucho de ser ejercicios para una columna radiofónica. Son piezas perfectas, ejecutadas a conciencia por un escritor aventajado que nada tiene que aprender, que ya parece haberlo entendido todo de un oficio en el que apenas se iniciaba. Diario de un noctámbulo deja a quien lo consulta con la boca abierta, a la espera de poder escuchar las frases impresas en la voz con texturas del Umbral que acudía, día a día, a leer sus cuartillas ante un micrófono.
En la tercera parte, El tiempo y su estribillo, se incluye una selección de textos escritos entre 1960 y 1961 y que hacen las veces de crónica local. Desde la Semana Santa, el sonido de una salva o el andar de una mujer, pasando por una conferencia de Miguel Delibes o el recital de una orquesta filarmónica, León entero, toda una provincia, se levanta sobre una prosa lo suficientemente potente como para no necesitar la anécdota que le sirvió a Umbral de excusa para escribirlo. Su cercanía en el tiempo, la tremenda vigencia de sus evocaciones dejan más que clara la sustancia de la que estaba hecha la escritura de Umbral, que en nada necesitan la actualidad para tenerse en pie.