Su amiga le había robado su muerte. La llamó ladrona. Lo hizo por dejarla sola o por haber cumplido un anhelo que le pertenecía. Más de diez años después, se vistió con pieles heredadas, tomó dos vodkas y se suicidó con la radio del Cougar rojo encendida y un tercer trago en la mano. Con 32 años y siendo ya una habitual de los divanes de los psiquiatras había escrito los versos contenidos en Al manicomio y casi de vuelta: “Una vez fui bella, ahora soy yo misma”.
Anne Sexton, íntima de Sylvia Plath –ambas fantaseaban con la idea de la muerte mientras bebían martinis en el Ritz- era una reconocida poeta, ganadora de un Pulitzer. Era una mujer atormentada, esbelta, socialmente exitosa y poseedora de talento y belleza cuando decidió quitarse la vida en el garaje de su casa. Tenía 45 años.
Los versos de Sexton dan nombre a la recién publicada novela de la periodista Beatriz Manjón (Ferrol, 1976). La relación tormentosa con el propio atractivo, una maldición atávica que la exposición al ojo crítico de las masas y los avances de la medicina estética no ha hecho más que exacerbar, subyacen en la trama que Manjón desarrolla en su segunda incursión narrativa.
Sin embargo, no es la historia particular de la poeta que presta sus versos al título de la obra la que actúa de germen en la escritura del sexto libro de la joven editorial Monóculo. Tampoco que la edad a la que ésta decidiera acabar con su vida sea la misma con la que las protagonistas de Una vez fui bella comienzan a perder las riendas de las suyas.
Mujeres que vivieron de sus encantos, que sedujeron y han sido abducidas por la tiranía de la imagen. Esposas que miden la firmeza de sus vínculos matrimoniales en función de las de sus fibras de colágeno. Presentadoras de televisión sin más alma que su reflejo en el monitor. Vidas rotas que esperan ser cosidas en el quirófano.
El detonante del libro son las aberraciones estéticas que la escritora encuentra en sus caminatas por el paseo marítimo de Marbella, ciudad en la que reside y donde localiza la acción. Beatriz Manjón ha escrito una sátira. Una novela de ficción que caricaturiza y que avisa. Que nos pone frente al espejo para que le demos la espalda.
El detonante del libro son las aberraciones estéticas que la escritora encuentra en sus caminatas por el paseo marítimo de Marbella, ciudad en la que reside y donde localiza la acción
Ligero aire de novela policiaca
Acierta en la ejecución al darle un ligero aire de novela policíaca, dotando de misterio a la desaparición de cuatro mujeres, cuyo único vínculo es su cirujano estético. Y en este devenir arrasa con los reality shows –la parodia a cierto programa de bajos fondos de la cadena amiga es definitiva- con la política y con las prácticas de médicos sin escrúpulos.
Entusiasmará a los entusiastas de Bea. Hará adeptos a los que aún no la siguen. Quienes ya la conocen por sus columnas, la reconocerán en la ficción. En ningún momento abdica de su estilo característico, de la pluma inteligente y los juegos de palabras. Traslada con maestría un modo particular de escribir en los cinco mil caracteres a la narrativa. El también escritor gallego, Domingo Villar, recientemente fallecido, decía que no le gustaban los textos largos, que si conseguía novelas de cientos de páginas era a base de escribir relatos cortos. Algo así hace Manjón –cosas galaicas, imagino- capítulos de un par de páginas, aparentemente sin relación entre sí, que acaban urdiendo una historia dramática, actual, grotesca. Deliciosa.
Otro problema con el que se encuentra, inherente a este tipo de construcción, es el reto de que el lector retenga en su memoria a los personajes y sus vicisitudes. La escritora resuelve, a mi entender, del mejor modo posible: esto es, a lo Eduardo Mendoza. Otorga nombres inverosímiles y divertidos a sus personajes deslumbrando con su característico ingenio; juguetea con sus filiaciones como lo hace con su flacidez y sus arrugas.
La reflexión profunda que trasciende la historia sobre la pérdida de la juventud, el desmoronamiento de una autoestima que nunca estuvo y unas relaciones humanas tejidas desde el puro sex appeal atribuido al cuerpo terso y magro, se entremezcla con miserias o parafilias inextricables. En un club que recuerda vagamente al de aquella novela de Tusset de 2001 (Lo mejor que le puede pasar a un cruasán) pero inspirado en La casa de las bellas durmientes (Kawabata, 1961) se recrea la asfixia de almas a la deriva y de cuerpos de aséptica sexualidad. Un giro vampírico acaba cerrando el catálogo de horrores en el que somos sumergidos entre esperpento y guasa.
Beatriz Manjón está hecha de lecturas, de una agudeza envidiable y de fracasos. La naturalidad con la que habla de ellos se refleja en una novela que es sátira pero no es cínica. Que es brillante pero no pretenciosa. Que sobrevuela lo mundano y que vale su lectura. Eso sí, para exprimir su prosa y deleitarse con su talento hay que hacerlo con la atención debida. Se la pueden –deben- llevar a la piscina, pero no le quiten ojo, como si de un niño chapoteando se tratara. Ediciones Mónoculo -qué bien editan- apuesta por un libro para el verano y nos descubre a una autora con voz propia, chispeante y analítica. Lo que van a leer en Una vez fui bella es lo que hay en muchos tocadores, tras muchas puertas de cuartos de baño cerradas con pestillos, en muchas camillas de clínicas de rejuvenecimiento. Y en algún que otro onanismo.