El escritor chileno Luis Sepúlveda tenía una deuda consigo mismo, dice. Sentía una fuerte necesidad de escribir una historia sobre los mapuches, como se conoce a los indios de la Araucanía, en el Sur de Chile. Con Historia de un perro llamado Leal (Tusquets), Sepúlveda no solo reivindica los derechos de los arucanos, también se permite contar una historia sobre la lealtad. Aunque está escrita en el registro de la literatura juvenil, esta fábula puede leerla alguien que tenga entre los seis años o noventa. porque no hay edades para los temas importantes. Así, Sepúlveda vuelve a la fábula, al registro de libros como Historia de una gaviota y del gato que le enseñó a volar, Historia de Max, Mix y Mex e Historia de un caracol que descubrió la importancia de la lentitud.
Luis Sepúlveda (Ovalle, Chile, 1949) supo que tenía que escribir este ibro a raíz de un episodio que vivió en Chile después del terremoto de febrero de 2010. El terremoto lo destruyó casi todo, entre los edificios derruidos se encontraba una escuela en la que estudiaban unos 200 niños mapuches. Fue durante unas jornadas para recaudar dinero para reconstruir la escuela cuando Sepúlveda encontró niño mapuche de unos 8 años llorando. La policía le había quitado a su perro, un pastor alemán, un animal de raza. Aquello le parecía al policía un motivo suficiente para concluir que el animal era robado. El niño, arrancado de todo, depojado de lo más mínimo, parecía condenado a que todo se viene abajo: hasta el derecho de conservar a su amigo. A partir de esa vivencia, Sepúlveda comenzó a escribir este libro, en el que quedan retratados todos los que resisten a perder algo.
Descendiente de españoles, pero también del pueblo mapuche, Luis Sepúlveda explica que la historia de este pueblo, cuyo nombre se traduce como "gente de la tierra", ha sido muy dura desde la independencia de Chile. Ese registro, el de la propia tierra, entra y sale de de la biografía de Sepúlveda, quien conoce de cerca la experiencia de la desolación, el exilio y la soledad. Militante del Partido Comunista, sufrió en sus carnes la represión contra quienes se resistieron a la dictadura. Después del golpe militar encabezado por Augusto Pinochet, Sepúlveda estuvo detenido en el Regimiento Tucapel de Temuco. En 1977 abandonó Chile, estuvo en Buenos Aires, luego pasó a Montevideo y después a Brasil. Se ha construido en ese exilio, en el trasiego de quienes se mantienen fieles a un espíritu, a una forma de ver la vida.
-Se encontró usted la historia de este libro, literalmente, entre un montón de escombros. Pero, ¿es un homenaje al pasado o un desagravio?
-Siempre he sabido que las historias están ahí, esperando al que habrá de contarlas, a veces entre los escombros de un cataclismo, otras veces entre los escombros de la memoria. La intención es homenajear a esa gente que vive en el mundo austral, los mapuches, que son abnegadamente leales a sus tradiciones, a su cultura, a su espíritu de pueblo resistente. Y es a través de dos de los personajes, el perro y el niño, que quise también homenajear al que para mí es el valor supremo y que se llama lealtad.
-Usted, como Leal, ha sido arrancado de su lugar. Ha estado en prisión y ha sufrido el exilio, conoce de sobra la importancia y la esencia de la lealtad. ¿Por qué eligió una fábula, somos capaces de desarrollar más empatía en un personaje no humano?
-Elegí la fábula como género literario, y es la cuarta fábula que escribo, destinada a todos los lectores independientemente de la edad que tengan, porque la fábula permite establecer metáforas muy concisas, precisas, nítidas, y porque la fábula, al otorgar características humanas a los animales, permite ese efecto "V" del que habló Brecht, es decir permite distanciar el comportamiento humano y a través de ese distanciamiento conocerlo mejor, entenderlo mejor, narrarlo mejor. Como escritor, lo que me gusta lograr es empatía no sólo con personajes aislados, sino con la historia que se lee, con el todo complejo de la historia que se lee.
-¿Se siente usted a veces como Leal, arrancado y perdido, o la literatura redime?
-Al inicio de mi exilio y por algún breve tiempo me sentí así, como un perro apaleado y con su lealtad a cuestas. Pero la vida, la sociedad, es rica y compleja, y permite descubrir que el primer deber de un exiliado es seguir viviendo , construir de nuevo su fuerza y seguir en la brecha. No soy un escritor encerrado en una torre, antes de escritor soy ciudadano y nunca olvido una frase que me dijo mi abuelo andaluz cuando ingresé a las Juventudes Comunistas, a los trece años: "Tú, ustedes, luchan para ser libres y eso está bien, pero yo lucho para no olvidar que soy un hombre libre". Nunca busqué en la literatura ni redenciones ni curas psicoanalíticas, respeto demasiado la literatura como para caer en eso. Yo sé que mi literatura, todo lo que escribo, muchas veces es más que mi propia voz, es también la voz de mucha gente que no tiene voz.
-Cómo separar la lealtad de la obediencia, en nombre de ambas se han perpetrado verdaderas atrocidades.
-No hay que confundir la lealtad con la sumisión. Los que han cometido atrocidades no han sido leales con nadie ni con nada. Han sido sumisos ante el poder que les ordenó cometer crímenes, atrocidades, violaciones de los Derechos Humanos.
-¿Cómo dialoga este libro con otros como 'Historia de una gaviota y del gato que le enseñó a volar' y 'Un viejo que leía novelas de amor'?
-Supongo que dialoga sobre la base de lo que a mí me procura como escritor: permitir que la literatura sea un espacio vital para la ética que nos humaniza. En esos dos libros narré historias diferentes, pero que tienen un común denominador ; los valores que mueven a los personajes.
-¿Existe algún valor superior a la lealtad?
-Sinceramente creo que no, creo que es el falo supremo en que se edifican una serie de sentimientos y actitudes. No existe amor sin lealtad, no existe amistad sin lealtad, no existen los principios si no se es leal con ellos.