Su biblioteca era más grande que la de cualquier monarca europeo. El Escorial llegó a ser el palacio con la mejor colección de cuadros de Tiziano y El Bosco, ambos coleccionados con especial gusto por Felipe II, monarca español a quien el hispanista británico Hugh Thomas ha dedicado un enjundioso volumen que pretende arrojar luz sobre facetas poco conocidas del monarca.
Thomas, enamorado de España y América Latina, presenta así El señor del mundo. Felipe II y su imperio (Planeta), un libro donde explora el lado más desconocido del hijo de Carlos V e Isabel de Portugal y los avatares de su vasto imperio. Aunque abunda en el perfil de Felipe II (1527-1598), el volumen no es biográfico, sino que pone fin a una trilogía sobre el imperio español iniciada en 2003 y dedica varios capítulos a la vida en los territorios conquistados.
Durante el reinado de Felipe "El Prudente", el imperio -que llegaba allí "no se ponía el sol"- alcanzó su máxima expansión. En las páginas de este ensayo Thomas admite que, históricamente, la descripción del monarca ha variado según procediera de partidarios o detractores, desde un ser virtuoso y caritativo hasta un déspota fanático y cruel. "Sabemos que tenía muy buenas maneras, trataba bien a sus hijas -no tanto a su primer hijo, estaba decepcionado porque estaba loco- y compensó con pensiones a las familias de los soldados muertos en la caída de la Armada Invencible", afirma el historiador.
Sus simpatizantes le llaman 'El Prudente', sus adversarios 'El Indeciso'
Inteligente y elegante, amante también de la arquitectura, fue descrito por el embajador veneciano Paolo Tiepolo, primo del pintor del mismo nombre, como corto de estatura y piel sonrosada, tranquilo y atento, y, por el poderío de su reino, "el árbitro del mundo". Su principal debilidad -dice el historiador- consistía en su lentitud para tomar decisiones. Sus simpatizantes le llamaban 'El Prudente', sus adversarios 'El Indeciso'", señala Thomas.
Fue esta indecisión, apunta, la que le llevó a no viajar a las diecisiete provincias de los Países Bajos españoles, por reticencia a tratar con "los herejes protestantes", lo que en última instancia alentó la insurrección en ese territorio. "A diferencia de su padre, a Felipe no le gustaba viajar, prefería quedarse en Madrid, adonde había trasladado la corte en 1561, o en El Escorial", lo que compensaba nombrando a delegados de su confianza, relata el historiador.
Felipe II dedicó buena parte de su tiempo y la riqueza procedente de América a expandir el catolicismo y detener el avance en Europea de la Reforma Protestante, así como el frente musulmán de los otomanos. "Él sí creía que la cristiandad era un gran regalo para el Nuevo Mundo y valoraba mucho las conversiones, incluso más que el oro o la gloria que por ejemplo motivó a Hernán Cortés", dice Thomas.
Fue esta indecisión, apunta, la que le llevó a no viajar a las diecisiete provincias de los Países Bajos españoles, por reticencia a tratar con "los herejes protestantes"
Fue la defensa del catolicismo la que llevó al rey español, viudo de la católica María Tudor, a enfrentarse con la protestante Isabel I de Inglaterra, a la que previamente había propuesto matrimonio, en lo que culminó con la repulsa de la Armada Invencible en 1588. Aunque este episodio ha sido exagerado por algunos cronistas anglosajones, lThomas opina que "sin duda, fue un revés para el imperio español", y la Armada fue derrotada "por la eficiencia de la Marina inglesa en aquellos tiempos".
El fracaso de aquella expedición pudo motivar que Felipe II decidiera no emprender, "por prudencia", la conquista de China, uno de los aspectos más interesantes que cubre el libro del historiador británico, que narra ese "acto de imaginación increíble". Según Thomas, hubo la tentación de usar las islas Filipinas como trampolín, aunque el plan no llegó a ejecutarse.
Durante su largo reinado (1556-1598), el Estado español sufrió varias bancarrotas, entre 1557 y 1596, por el peso de los gastos militares
"Los jesuitas y los agustinos pensaron que las islas, donde mantenían contacto con comerciantes chinos, podían servir de base para liberar o cristianizar primero una provincia y luego el resto" y, a través del gobernador Gonzalo Ronquillo, se le planteó al rey, recuenta. Con su consabida prudencia, Felipe II decidió "esperar", tras lo cual abandonaron sus aspiraciones expansionistas los colonos de las Filipinas, que precisamente deben su nombre al soberano español.
Durante su largo reinado (1556-1598), el Estado español sufrió varias bancarrotas, entre 1557 y 1596, por el peso de los gastos militares y la deuda acumulada del periodo anterior. Con todo, Thomas opina que el mayor logro del rey fue "estabilizar la corte en Madrid" y "reformar la administración, con comités y subcomités o el Consejo de Indias, que sirvieron a España hasta las Guerras Napoleónicas". En cuanto a su imperio, el hispanista valora "el tremendo impulso que él y su Gobierno dieron a importantes trabajos arquitectónicos: fue un logro maravilloso, la expansión de la arquitectura gótica".