María Cereijo y Ana Alejandro se han metido en algo más serio que una hipoteca. Lo saben, o al menos así parece; y no les preocupa en lo más mínimo. Al contrario, ríen -lo hacen continuamente-. Y no porque se lo tomen a la ligera, sino porque lo que hacen les gusta. Ambas -una periodista, la otra filóloga- forman Amy Lab, el nombre detrás de Nunca digas nunca (Alfaguara, 2012), una novela dirigida al público juvenil con la que consiguieron arrasar no sólo entre lectores adolescentes sino también adultos, quienes comenzaron a seguir sus historias con la misma voracidad con la que ahora reciben Pero a tu lado (Alfaguara, 2013), su segundo libro, recién llegado a las librerías.
No son el primer dúo literario de la historia, ni mucho menos. Antes lo hicieron Charles Dickens y Wilkie Collins; Joseph Conrad y Ford Madox; Borges y Bioy Casares; Roberto Bolaño y A.G Porta… Y aunque las autoras de Amy Lab no pretenden, en absoluto, compararse con tales nombres, algo parecido a lo que ocurrió a los primeros les pasó a ellas. Detrás de las páginas en colaboración hubo primero una amistad profunda. Y no es de extrañar. Si ya escribir es un acto complejo, hacerlo a cuatro manos puede ser el comienzo de una carrera literaria o el fin de una entrañable amistad. A juzgar por cómo hablan –y cómo escriben- este, de momento, no parece el caso.
Una es periodista, la otra filóloga. Juntas, crean el dúo literario Amy Lab.
María Cereijo y Ana Alejandro ríen de buena gana al contar su historia. Se conocían de hacía tiempo, cada una con unas inquietudes literarias y creativas propias. Sin embargo, crear una novela a cuatro manos era una idea que acariciaban desde hacía tiempo, que fue cociéndose a fuego lento, entre conversaciones, cenas y cañas. Y así surgió Nunca digas nunca, novela que tiene como protagonista a Jacq, una chica que debe sobreponerse a la muerte de sus padres y se ve obligada a trasladarse desde Estados Unidos a un pueblo de la sierra madrileña junto a sus tíos. Mientras la joven trata de recuperarse del golpe, precisamente en esos años que suponen el tránsito a la vida adulta, también tendrá que adaptarse a un país que le resulta ajeno. Es allí, justo allí, donde surgirá la historia de amor que esponja el libro.
También en clave de historia romántica Pero a tu lado (Alfaguara, 2013) recupera el universo hostil de la vida en la que toca crecer: la pérdida de alguien cercano pero también la que experimenta quien constata que la infancia se ha desvanecido; la extrañeza que surge ante la propia madurez; incluso, la sensación de aprehensión que el paso del tiempo genera por sí solo. Como en su novela anterior, una chica, Alexia, lleva el hilo narrativo. Es una adolescente normal, una muchacha que vive acomodadamente y cursa su último año de instituto. Sin embargo, su encuentro con un nuevo vecino, Olivier, trastocará sus días en una experiencia tan afectiva como humana y de la que entran y salen personajes hilarantes -algunos- con otros más sustanciosos. Y puede que ahí radique la ecuación de Amy Lab. Son historias que parecen blandas, pero que no se reblandecen. Y eso es lo que buscan: una literatura realista –son tramas adultas, protagonizadas por jóvenes a los que ni le salen colmillos ni mueven objetos con la mente- que pueda decir a quienes las leen algo más sobre la vida.
Las de Amy Lab son historias que parecen blandas, pero que no se reblandecen.
“Existe la idea de que el lector juvenil es menos avezado. Y el hecho de que sea joven no quiere decir que el lector sea menos competente. Buscamos no adaptar el lenguaje, no hacer concesiones”, dice Ana, la filóloga de este dúo. “Actualmente, la literatura juvenil ofrece una imagen parcial de los adolescentes, como si sólo les interesara adónde van a salir o qué se van a poner. Y eso es falso. Hay gente muy joven que ha tenido grandes pérdidas, experiencias traumáticas y vitales que les han hecho madurar. Los adolescentes no son descerebrados”, completa María –la periodista- al hablar de lo que su búsqueda literaria pretende.
Cuesta pensar en una literatura juvenil en la era del whastapp. Entre los clásicos como Dumas o Verne con los que crecieron generaciones de lectores, se han introducido raras esquirlas, como los empalagosos vampiros de Stephenie Meyer o el omnipotente Harry Potter de J.K Rowling. Cruzan el espectro también autores de literatura fantástica, clásicos como Tolkien y su Señor de los anillos, que alimentan sin embargo a un lector que fácilmente sobrepasa la treintena. ¿Cómo entenderse en todo este asunto? ¿Cómo mezclar a los clásicos y los nuevos sin vulnerar alguna frontera? ¿Son sinónimos la literatura juvenil y la literatura fantástica? ¿Los autores que leíamos de adolescentes eran realmente literatura juvenil? ¿Lo fue El retrato de Dorian Gray, acaso también Sherlock Holmes? Las preguntas son muchas y no del todo sencillas de responder. Para Amy Lab la respuesta parte de un hecho clave: “Si pescas a un lector a los 15, pescas a un lector para toda la vida”, responden. Y después de todo, ¿no es eso cierto?
"Buscamos no adaptar el lenguaje, no hacer concesiones. El lector juvenil no es menos competente que otro".
En cuanto al método de Amy Lab, la cosa tiene miga. Y mucha. No se reparten los personajes, tampoco los capítulos ni las escenas. Sobre la base de una historia ya establecida y de una línea narrativa, el capítulo que escribe la una pasa a la otra. Y así sucesivamente. Son, a la vez, autoras y correctoras. Espejo la una de la otra. Un método literariamente fecundo que, hasta ahora, les ha dado buenos resultados, al menos a juzgar por el entusiasmo de sus lectores –existen foros enteros en las redes dedicados al trabajo de estas dos mujeres unidas en un raro nombre-. Lo cierto es que la prosa que consiguen es compacta, no se perciben quiebres ni saltos e incluso quienes más las conocen llegan a confundir sus voces. “A veces, me dicen: este diálogo es tuyo, ¿verdad? No, es de Ana”, cuenta María.
En su segundo libro, Amy Lab busca lo mismo que con el primero: contar una historia. Así, sin mayores elaboraciones. “No buscamos hacer un relato generacional, sino un libro que sea ameno. Que la gente se ría, que se plantee otras cosas, que se vuelva a enamorar”, dicen, tomándose la palabra la una a la otra estas dos escritoras.