Cultura

Parejas literarias: hasta que el manuscrito nos separe (III)

María Teresa León y Rafael Alberti. Lo compartieron todo: la juventud, la guerra, el exilio. Entre la muerte de uno y otro transcurrieron diez años. Tras décadas fuera, pudieron regresar. Él recibió los honores; ella desmemoria y la enfermedad.

  • De izquierda a derecha: Federico García Lorca, María Teresa León y rafael Alberti. (Foto: Junta de Andalucía).

María Teresa León, dijo Rafael Alberti, "fue una persona maravillosa, pero maravillosamente desdichada”. La frase fue pronunciada por el poeta ante un auditorio de estudiantes en El Escorial, a pocos meses de la muerte de la autora de Memorias de la melancolía, su  compañera durante 60 años. Con él compartió el exilio en Francia, Argentina y Roma. Fue militante activa del PCE y, tras la legalización de este partido en España volvió con él a Madrid en 1977.

Con ella -"la chica más guapa de Madrid”- y una de las escritoras más recias y potentes de aquellos años, Alberti vivió la España republicana y la España de la diáspora. "Cuando conocí a María Teresa León estaba casada, pero separada, y lo primero que hicimos fue marcharnos a la isla de Mallorca, y todos los periódicos dijeron: 'George Sand y Federico Chopin se acaban de marchar a las islas Baleares'. Ese Federico Chopin, esa George Sand éramos María Teresa y yo. Hicieron su pequeña crónica de escándalo. Pequeña porque entonces el escándalo en los periódicos era más pacífico que ahora, y no traían tantos líos como meten ahora. Total, unas cuantas crónicas divertidas y yo empecé a vivir con ella. Estalló la guerra".

El gaditano y María Teresa León se conocieron en 1930. Él ya había ganado el Premio Nacional de Poesía por Marinero en tierra. No llegaba a los treinta y ya formaba parte de un compacto grupo, la Generación del 27. Era amigo de Federico García Lorca, Pedro Salinas, Jorge Guillén, Vicente Aleixandre, Gerardo Diego, a quienes conoció en la Residencia de Estudiantes. Ella era jna escritora joven, hermosa y de una inteligencia desafiante, como quedó claro desde muy pronto.

Alberti ya había ganado el Nacional de Poesía. Ella era una escritora joven hermosa y de una inteligencia desafiante.

Coincidieron en casa de la profesora y activista María Goyri y el historiador y filólogo Ramón Menéndez Pidal, tíos de María Teresa León. La entonces joven escritora, formada al calor de una familia de la burguesía presidida por la figura del padre militar, se reveló contra los valores conservadores y abrazó, gustosa, la influencia que su tía María Goyri le transmitió durante aquellos años. Como ella, una de las primeras mujeres españolas en obtener un doctorado en Filosofía y Letras, María Teresa León escogió la misma vocación –pensamiento y escritura-. Y a ella se dedicó, sin contemplaciones, aunque para conseguirlo tuviese que llevarse por delante unos cuantos muros.

En una sociedad en la que decidir no era un verbo femenino, León puso fin a un matrimonio fracasado con Sebastián Alfaro, con quien se casó a los 16 años y tuvo dos hijos. Eligió el divorcio, pero también la autodeterminación de dirigir su propia vida y lo más importante: su obra. Forjó su papel de intelectual y escritora comprometida con un feminismo –que hoy se entiende acaso como pulsión ciudadana- y decidió compartir su compromiso ideológico y estético con un hombre como Rafael Alberti, con quien se casó por lo civil en 1932.

En una sociedad en la que decidir no era un verbo femenino, León puso fin a un matrimonio fracasado con Sebastián Alfaro.

Formada en la Institución Libre de Enseñanza, eligió Filosofía y Letras y dedicó buena parte de su vida a construir una voz literaria. Para 1929, los años en que conoció a Alberti, ya había escrito Cuentos para soñar y  La bella del mal amor. También colaboraba en el Diario de Burgos bajo el seudónimo de la heroína de D'annunzio, Isabel Inghirami. En 1933, fundó junto a su esposo la revista Octubre, en cuyas páginas publicó su Huelga en el huerto.  En la Unión Soviética participó en el Primer Congreso de Escritores Soviéticos, en 1934, allí conoció a Gorki. “Cuando Máximo Gorki escribía en Rusia, eran todos los desheredados del mundo los que tomaba por modelo”, apuntó sobre él en su autobiografía Memoria de la melancolía, que terminó en 1968.

"Estalló la guerra, y María Teresa era una mujer muy valiente, muy audaz, excesivamente. Llevaba una pistola al cinto que no disparó nunca, iba a los frentes, dirigía la Alianza de Intelectuales conmigo y con José Bergamín. Un día llegaron a incautar el edificio de la Alianza para una organización que llamaban la Contraguerra. Entonces recibió una tunda de trompadas y de bofetadas. Pensaba que la iban a matar, pero no sacaba para nada la pistola". Tal y como contó hace unos años Rafael Alberti, el pronunciamiento del 17 y 18 de julio de 1936 que dio inicio a la Guerra Civil los sorprendió en Ibiza. Pero la vuelta a Madrid en plena guerra, los colocó en el centro de una tormenta a la que hicieron frente ambos.  Fundaron la revista El Mono Azul, se metieron en las trincheras, recorrieron calles y arengaron soldados, a la vez que pertrechaban una obra tan literaria como ciudadana. Ella, junto a Alberti, acudió al rescate de las obras de arte  -1.300 en total- del Museo del Prado y el Palacio Real de Madrid, en aquel entonces bombardeados por las fuerzas golpistas. Buena parte de sus vivencias en el Madrid bélico las reflejó María Teresa León en dos novelas: Contra viento y marea (1941), que se convirtió de hecho en la novela más temprana sobre la guerra civil de la literatura del exilio y Juego limpio.

"María Teresa era una mujer muy valiente, muy audaz, excesivamente. Llevaba una pistola al cinto".

"Fuimos a Toledo con idea de salvar el cuadro del Conde de Orgaz, pero no nos dejaron sacar nada, quizá intuyendo la próxima llegada del general Franco. Teníamos idea de sacar el San Mauricio del Greco, y sacamos del Museo del Prado un Velázquez y dos Goyas. Hicimos con ellos un tubo, como un anteojo enorme, y lo mentamos en un camión. En la mitad del camino nos sorprendió un bombardeo. Ardieron los pinares. Pero fortuitamente no fuimos alcanzados. Los llevamos al Banco de España, pero no hubo forma de bajar aquel tubo enorme, y finalmente tuvimos que dejarlos en los sótanos del Museo del Prado (…) Largo Caballero nos autorizó a María Teresa y a mí para entrar en el Museo del Prado. María Teresa y yo evacuamos el Carlos V de Tiziano y Las Meninas. Pedimos al Ejército el camión más grande que tuvieran. Alguien de las Brigadas Internacionales nos procuró uno. Salimos con él en dirección a Valencia. Antes de partir arengamos a los soldados que se hacían cargo del convoy diciéndoles: Llevamos las obras más colosales del arte universal. Nadie hablará de los muertos de esta guerra, pero si los cuadros se pierden será un desastre para la humanidad”.

¿Cuánto más compartieron María Teresa León y Alberti en aquellos años de fuego? Pues mucho, o casi todo. "María Teresa intervino en tantas cosas en, la guerra, en el frente de Toledo, en la retirada de Talavera –contó Alberti años después-. Su actuación en la guerra fue eficaz y magnífica –dijo refiriéndose a León-. El Ejército del centro, sobre todo el V Regimiento, sacó unos cuantos actores jóvenes que estaban haciendo el servicio militar y se los entregó a ella para hacer las guerrillas del teatro. A la vez dirigía el teatro de la Zarzuela en Madrid. Nada menos, el mejor teatro que había en esos momentos. Trabajó en la guerra con gran pánico, porque en medio de las obras que se estaban representando había bombardeos tremendos y la gente se tenía que aguantar en el teatro. Se hicieron obras magníficas”.

"Ella, junto a Alberti, acudió al rescate de las obras de arte  del Museo del Prado y el Palacio Real de Madrid".

María Teresa León dirigió entonces el Consejo Central del Teatro y se involucró en toda acción cultural que supusiese, a su vez, un espacio de creación en medio de la guerra. Dirigió lo que Alberti ha referido como “la guerrilla del teatro”, una serie de intervenciones de calle en las que León dirigía, de un lado a otro, a actores y autores. “No era broma ir a hacer el teatro en la misma trinchera. Íbamos al borde de las trincheras y salían los soldados, que siempre eran campesinos españoles, gentes del pueblo. Allí montábamos un teatrito ambulante que llevábamos en un gran camión. Se daban a la vez obras breves, muy preciosas, de Calderón, Lope de Vega y Tirso de Molina. Comprobamos que el humor del teatro clásico español estaba completamente vivo entre el pueblo. Las cosas que más se celebraban eran las obras de estos autores. Había un silencio extraordinario que a veces era interrumpido por la aviación, y todos los actores, toda la gente, se tiraba al suelo mientras duraba el bombardeo”

La derrota del bando republicano en la guerra los obligó a sobrellevar un largo exilio. Primero a París, donde trabajaron ambos como traductores y locutores en la radio. En marzo de 1940 en Marsella embarcaron rumbo a hacia Argentina, donde vivirían en Buenos Aires durante veintitrés años. Allí nació su hija, Aitana, quien en la actualidad vive en Cuba. Durante esos años,  María Teresa desarrolla una intensa labor literaria como guionista –Los ojos más bellos del mundo y La dama duende se cuentan entre los más hermosos- además de traductora. También en esos días se vuelca por completo en las que serían algunas de sus obras más importantes y en la que ya se contaban títulos como por ejemplo Rosa Fría, patinadora de la luna, un volumen de relatos que ilustró Rafael con verdaderas innovaciones vanguardistas al diseño del relato infantil; Cuentos de la España actual y por supuesto, Contra viento y marea, que se publicó en Buenos Aires, ciudad a la que Alberti dedicó el poemario Buenos aires, en tinta china.

Tras 24 años en Buenos Aires, llegaron a Roma en 1963. Se establecieron en una casa en Vía Garibaldi.

En la década de los 50,  Alberti había publicado una obra política y teatral comprometida de la que se conservan volúmenes como Noche de guerra en el Museo del Prado (1956), pero en la que también surgieron libros musculazos por la nostalgia como Entre el clavel y la espada (1941); Retornos de lo vivo lejano (1952) y Oda marítima seguida de Baladas y canciones del Paraná (1953). Realizaron juntos varios viajes por Europa y, en 1958, a China, travesía de la que surgió una importante obra en colaboración: Sonríe China, una especie de poemario a la vez que libro de viaje que retrata la China surgida del régimen comunista. Escrito por María Teresa León, en sus páginas se intercalan poemas y dibujos de Alberti.

En 1963 se instalan en Roma. La casa de Via Garibaldi era, efectivamente, el hogar donde Rafael Alberti y María Teresa León pasaron  gran parte de su destierro en Italia, un país al que llegaron después de vivir 24 años en Buenos Aires. Era, a su manera, un santuario civil al que peregrinaban escritores y políticos antifranquistas ansiosos de conocer a aquella pareja mítica que simbolizaba tantas cosas: la Generación del 27, la República, la Guerra Civil, el éxodo de los derrotados, el Partido Comunista. No era extraño encontrar entre las visitas a Pasolini, Fellini, Vittorio Gassman. Contaba el mismo Alberti, a modo de chanza, que sus compatriotas solo iban a Roma por dos motivos: a ver al Papa o a verlo a él.

En Italia, los Alberti habían vivido en Milán y en otra casa en Roma, pero cuando el poeta recibió el Premio Lenin de la Paz, en 1965, utilizaron el dinero del galardón para comprar el piso de Via Garibaldi, que todos los que conocieron definen como un auténtico museo: "Las habitaciones estaban repletas de cuadros de Picasso, Miró, Guinovart, Quatrucci", contaba en 1976 el pintor y crítico Francisco Arniz Sanz en el libro Aproximación a Rafael Alberti y María Teresa León.

Con la muerte de Franco, Rafael Alberti y María Teresa León volvieron a España en abril de 1977. Y es allí, justo en esos años, donde se cuece la desdicha.

Con la muerte de Franco, Rafael Alberti y María Teresa León volvieron a España en abril de 1977. Y es allí, justo en esos años, donde se cuece la desdicha de la que habla el poeta en las primeras líneas de este reportaje. La democracia llegó, pero trajo con ella otra potente, y acaso injusta fiebre a la vida de León. Aquejada del mal de Alzheimer, fue ingresada en un sanatorio de las cercanías de Madrid. La potente mujer de vida exagerada y comprometida, la misma que vivió años lejos de su país, no gozó en vida de la lucidez necesaria para disfrutar el ansiado regreso.

Mientras ella se apagaba, de a poco, en las lagunas de la memoria, Alberti cosechó en aquellos años reconocimientos que a ella nunca le tocarían. Desde espacios políticos –fue diputado por el Partido Comunista- hasta laureles literarios. Fue reconocido con el Premio Nacional de Teatro, en 1980, y el Cervantes, en 1983. Seis años más tarde, en 1989, rechazó su nominación al Premio Príncipe de Asturias. Era la primera vez que ocurría en la historia del galardón. En un telegrama que envió a la Fundación Principado de Asturias, en Oviedo, Alberti explicó que había tomado la decisión de pedir que se retirase su candidatura del mencionado galardón, "para no mermar la de otros que se presentan a él". Otros, en cambio, achacaron el desplante a sus convicciones republicanas.

Aquejada por el mal de Alzheimer, María Teresa león murió en una residencia de ancianos. A su entierro acudieron sólo 15 personas.

María León había muerto hacía poco menos de un año: el 13 de diciembre de 1988. Tenía 85 años  vividos y escritos intensamente. A su entierro sólo asistieron unas 15 personas. Rafael Alberti, algunos familiares, Julio Anguita y Cristina Almeida. Algunos más se acercaron al cementerio de Majadahonda donde recibió sepultura. La desdicha, cebada en forma de desmemoria para una vida que lo tuvo todo, empozó en la confusión y la soledad un regreso que merecía la lucidez y la celebración. Pero no fue así.

“Rafael, ¡vida!, se me caen las alas de estar sola”, escribió ella al poeta en 1940. Y piensa quien la lee acaso no en la fiel compañera, sino en la desplumada escritora, en la potente dueña de una voz que perdió todo vuelo en los últimos días de una vida que la olvidó, de a poco y con crueldad. Es verdad; ella compartió con Alberti una vocación y una pasión. Pero tampoco hay que equivocarse. Su corazón, letra a letra, late por sí solo. No es ella tan sólo el amor que se ofrece; que ablanda los nombres y entierra a unos mientras enaltece a otros. No. Su soledad le perteneció tanto como sus palabras. Son suyas -sólo suyas- y acaso, en alguna medida, nuestras, pero sólo acaso por las páginas de una obra, ese otro amor más potente que el que se entrega a otro. 

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