El año 2003 nos estaba dejando un sabor agridulce en lo que a música se refiere. Con la primera edición de Operación Triunfo recién terminada, muchos de sus concursantes se aventuraban a sacar disco, como Álex Casademunt, Chenoa, David Bustamante o la ganadora, Rosa López. Otros artistas de renombre también lanzaban álbum, como Blondie o hasta los Beach Boys y algunos cantantes y bandas se daban a conocer con su cd debut. En este último grupo se encontraba Amy Winehouse.
Prácticamente desde la década de los 60, época de auge del soul, no había surgido otra voz ni otra personalidad carismática que estuviese a la altura de las grandes voces femeninas del género, como Etta James o Aretha Franklin. Voces negras que se caracterizaban por su potencia y sentimiento.
Entonces llegó Amy Winehouse para revolucionar el panorama. Con una imagen más que reconocible, pero sobre todo, la textura vocal, saltó al mercado con Frank, su primer trabajo de estudio para dejarnos boquiabiertos. El título iba dedicado a Frank Sinatra, cuyas canciones solía cantar su padre cuando era niña, costumbre que ella misma adoptó.
Amy Winehouse fue comparada con Sarah Vaughan y Macy Gray en su debut.
Frank fue sacado por Island Records y producido principalmente por Salaam Remi. Con muchos tintes de jazz, contenía temas que la propia Amy había escrito, salvo dos: There is No Greater Love y Moody’s Mood For Love que eran covers de Billie Holiday y King Pleasure respectivamente. Tuvo una estupenda acogida entre el público y entre los críticos, que la compararon con Sarah Vaughan y Macy Gray.
Su popularidad creció pronto y grabó un segundo álbum, Back to Black, que fue realmente la catapulta definitiva hacia la fama desmedida internacional. Un disco en el que el toque Motown de la cantante quedaba claramente definido. Ganó un Brit Award en la categoría de Mejor Artista Británica, un disco de platino en Estados Unidos y tres nominaciones a los MTV Video Muisc Awards de 2007. Ante las ventas, sacó una segunda parte: Back To Black: B-Side.
Sin embargo, su controvertido estilo de vida dio tanto que hablar como su voz. Su polémico matrimonio con Blake Fielder-Civil, de quien se divorció en 2009 y su ‘amistad’ con Pete Doherty, quien, tras su muerte, reconoció haber tenido una relación tóxica con Winehouse. Así como su excesivo consumo de alcohol, que le pasó factura en más de un concierto y su coqueteo con múltiple variedad de drogas que, por desgracia y en conjunto, fue lo que la llevó a la tumba en 2011 a la edad de 27, como otros GRANDES -sí, en mayúsculas-. Esa edad maldita que comparte con Janis Joplin, Jimmy Hendrix, Jim Morrison o Kurt Cobain.
Un disco póstumo, Lioness: Hidden Treasures, no es el único legado que nos ha dejado. Ha logrado convertirse en un personaje representativo de lo vintage para los menos familiarizados con las épocas pasadas, porque, además, su estética es de lo más reconocible, ¿quién no recuerda su cardado de dimensiones inabarcables y de relleno indeterminado? Sin salirse de lo clásico, con unos toques más que personales, ha aportado distinción al ska, funk, jazz, soul, R n’ B, y blues, pero sin llegar a reinventarlo.
Con el reciente estreno de su película documental: Amy (La chica detrás del nombre), se aporta un granito más a que la figura de Amy siga presente.