Es un robo, el titular de esta noticia, valga la aclaratoria. La frase exacta pertenece al libro publicado por el Premio Nobel de Literatura J.M Coetzee en 2007: Diario de un mal año. Lo único en común entre el nombre escogido por el sudafricano y el que se coge prestado para este reportaje, radica en un asunto: la contundencia. Sí, eso: la contundencia. El golpe fuerte de ciertos hechos –en la novela representados en los orígenes del Estado, la figura de Maquiavelo, el anarquismo o Al Qaeda-. Hechos que hieren y ofenden, pero que también hacen espabilar a quienes los viven con la fuerza de las pedradas.
Al sector cultural en España le ha tocado asistir a una lluvia de pedruscos: recortes continuos; caídas acumuladas; un IVA demoledor; la restricción del consumo; el desdén de los ciudadanos que ven en los creadores sólo gente subvencionada e incluso la constatación de que un modelo de negocio –el cultural- debe ser reinventado, cuanto antes. Desde hace al menos dos años un tifón de guijarros aporrea el tejado de una casa, a lo mejor demasiado blanda, acaso poco pertrechada para reinventarse. Llegó la hora, desde hace rato. Como muestra, esta pequeña bitácora.
Montoro versus la Cultura. Todo comenzó en febrero, aunque tuvo sus previos. A los pocos días de una Gala de los Goya especialmente reivindicativa contra los ajustes y recortes del gobierno, el ministro de Hacienda, Cristóbal Montoro, dijo: “Nuestros actores no pagan impuestos en España”. La frase fue dicha en un pleno del Senado, en respuesta a una pregunta sobre la persecución a narcotraficantes y la lucha contra el fraude. Monotoro arremetió contra los “famosos actores” españoles que, según él, no tributaban en el país. Si lo hicieran, dijo, el Ejecutivo podría bajar los impuestos que tiene que pagar el conjunto de la ciudadanía. “Nosotros no hemos tenido aquí nuestro Depardieu, no ha hecho falta porque algunos de nuestros famosos actores no pagan impuestos en España”, ironizó. El siguiente episodio en su batalla contra el mundo, ocurrió a las puertas del verano ya caluroso y que el ministro regó con bidonazos de gasolina. En una entrevista concedida a 'Cadena Ser', Montoro dijo: “El problema del cine español es la calidad”. Interpelado por la reducción de las ayudas directas al cine en los Presupuestos Generales del Estado, el titular de Hacienda precisó que "los problemas del cine no tienen solo que ver con las subvenciones, también con la calidad de las películas que se hacen y con su comercialización”. Señaló además que la caída de espectadores de cine en los últimos diez años en España en nada tenía que ver con la subida del IVA cultural –desde la implantación de esta medida han cerrado más de 150 salas en toda España-. Depués de convertir en sinónimos la cultura y el entretenimeinto en 2012, este fue el año de la motosierra.
“Nosotros no hemos tenido aquí nuestro Depardieu, no ha hecho falta porque algunos de nuestros famosos actores no pagan impuestos en España”, ironizó Montoro en el Senado.
Lo peor ocurrió sin embargo con el anuncio de los presupuestos. Días antes, los portavoces de FAPAE habían solicitado al Gobierno más voluntad política para sacar adelante la Comisión Mixta para el nuevo modelo de financiación del cine. Cristóbal Montoro les tomó la palabra, pero al revés, cuando en el Consejo de Ministros anunció que la Cultura recibiría mayor dotación: 81 millones más de euros (17,1%). La cifra no habría sido acogida con tanto recelo de no haber sido porque el Ministro de Hacienda dijo, de antemano, que la mayoría de ese dinero iría al teatro, desoyendo así a otros sectores que han intentado tender puentes para el diálogo desde hace dos años. Entre sectores de la cultura, especialmente el cine –al que se debía el pago de los 21 millones de euros correspondientes al Fondo de Cinematografía de 2011– surgió recelo, y mucho. El ministro de Hacienda hace las veces de cultura, mientras el de cultura permanece en silencio, dijeron muchos.
Sinde, la ex ministra convertida en Premio Planeta. Hubo quienes escribieron, no sin maña uva, que estábamos ante el nacimiento de una escritora… patrocinada. Todo ocurrió durante la Edición 62 del Premio Planeta. Fue una rueda de prensa incómoda. Ni la ganadora del Premio, Clara Sánchez, por su obra El cielo ha vuelto, ni Ángelez González Sinde, finalista por El buen hijo, llegaron explicar por completo de qué trataba cada una de sus historias. Un rumor de desaprobación y suspicacia recorrió la sala justo después del anuncio que premiaba con mención finalista de uno de los premios económicamente mejor dotados de la literatura -150.000 euros, en su caso- a la cineasta, guionista y ex ministra de cultura de José Luis Rodríguez Zapatero Ángeles González Sinde -ocupó ese cargo entre 2009 y 2011-. Al ser preguntada por los dos años de incompatibilidad -todavía no cumplidos- entre sus intereses como ex ministra de cultura, González Sinde ofreció por respuesta un gesto quedo, un silencio vago, un insistente mesarse los cabellos a la vez que respondía: "No veo ninguna incompatibilidad. La Ley lo permite (...)".
"Las mismas suspicacias que se tuvieron cuando pasé del guión a la política ahora la tienen con que escriba, que es mi oficio", dijo la ex ministra González-Sinde al quedar finalista del Planeta.
Sobre las suspicacias que esto pudiese levantar, dijo: "Las mismas suspicacias que se tuvieron cuando pasé del guión a la política ahora la tienen con que escriba, que es mi oficio. Ahora quiero probar otros géneros, al margen del audiovisual y la novela infantil. Cada quien puede reinventarse, como en efecto lo hace el protagonista de la novela", dijo, refiriéndose al protagonista de El buen hijo, una historia que, dice, se le "impuso" en estos últimos dos años. Hasta ahora, el único ministro de Cultura que había recibido el premio Planeta fue Jorge Semprún, en 1977, por Autobiografía de Federico Sánchez, 11 años antes de llegar al Ministerio.
La Librería Catalonia convertida en un Mc Donalds. Tenía 89 años. Había superado una guerra civil, un incendio devastador y un conflicto inmobiliario y sin embargo, la crisis económica logró con ella lo que no había conseguido ni una dictadura ni los estragos del tiempo: obligarla a cerrar. En verano de 2013 la librería Catalònia, emblemático local barcelonés en el número 3 de la Ronda de Sant Pere, creada en 1924, se vio obligada a cerrar asediada por la caída continua de sus ventas en un 40% desde 2009. Su inmenso local de 800 metros fue ocupado por un Mc Donalds. Y si bien es cierto un poemario y un nugget no entran en la misma esclara nutricional, algo en todo esto avergüenza. Este no fue, sin embargo, el único cierre, pero sí uno de los más dolorosos, por la antigüedad de la librería, donde solían reunirse en la década de los cincuenta personajes como Josep Pla, Just Cabot o Francesc Cambó. Otros emblemas del mundo del libro habían echado antes el cierre: las catalanas Áncora y Delfín y la Librería General de Arte Martínez Pérez, en 2012, y de Ona, en 2010; también la madrileña librería Rumor, en Chamartín, que bajó la persiana en otoño de 2012 tras llevar abierta desde 1975. La biblioqueta y Tragaluz también cerraron sus puertas, mientras otras, como la catalana Robafaves se encuentran amenazadas con el fantasma permanente del cierre.En verano de 2013 la librería Catalònia, emblemático local barcelonés, se vio obligada a cerrar asediada por la caída continua de sus ventas en un 40% desde 2009.
Detroit no es la única ciudad que tira de patrimonio artístico o histórico para reducir sus deudas. En junio de este 2013, la alcaldesa de Madrid, Ana Botella, sacó a subasta 26 obras del Ayuntamiento.
Botella malvende la colección de Arte del Ayuntamiento. Detroit no es la única ciudad que tira de patrimonio artístico o histórico para reducir sus deudas. En junio de este 2013, la alcaldesa de Madrid, Ana Botella, anunció un duro plan de ajuste de las empresas públicas para poder seguir pagando los cerca de 8.300 millones de deuda que acumulaba la ciudad con bancos y empresas públicas, además de la lista de facturas sin pagar. El asunto llegó a tal punto que, para 'colaborar' con el plan de la Alcaldesa, Madrid Espacios y Congresos, la empresa dependiente del Ayuntamiento de Madrid, malvendió 26 cuadros pertenecientes a artistas modernos como Manuel Miralles, José Guerrero o Manuel Rivera. Un total de 63 obras fueron a parar a manos de Ansorena, casa madrileña responsable de la subasta. El resultado no pudo ser más desastroso. Los lotes alcanzaron un 40% de su precio y el Ayuntamiento solo ingresó 322.000 euros de los tres millones que tenía previsto obtener el presidente ejecutivo de Madridec, Fernando Villalonga. Aunque Ana Botella había paralizado en primera instancia su venta, esta terminó llevándose a cabo. ¿El resultado? La institución vendió a precios de gallina flaca obras que desde hace más 20 años se encontraban en el Palacio de Exposiciones y Congresos y que formaban una colección más o menos digna y coherente.
Quitar el rótulo de Fernán Gómez a su teatro un día antes del aniversario de su muerte (y volver a colocarlo al día siguiente). Aquello pareció un quita y pon. Ocurrió un miércoles por la mañana. El 20 de noviembre de 2013. Operarios del Ayuntamiento de Madrid retiraban letra a letra, el rótulo del Teatro Fernán Gómez, denominado así en honor al actor, guionista y director teatral español fallecido, justamente un 21 de noviembre de 2007 y de quien, al día siguiente, se conmemoraban los seis años de su muerte. El cambio formaba parte del plan del nuevo gerente del centro, José Tono, quien quería recuperar el nombre Centro Cultural de la Villa. La modificación había sido anunciado meses atrás por el número dos de la empresa cultural del Ayuntamiento, Timothy Chapman, en una reunión con el comité de empresa del centro; entonces, Chapman, afirmó que la nueva denominación sería “Centro de Arte y Centro Cultural de la Villa de Madrid”. Para más señas, la medida ocurrió en medio de una sonada polémica por lo que muchos consideraron los intentos de privatización que quiere llevar Ana Botella tanto del Teatro Fernán Gómez como de otros centros. Ese mismo miércoles, las redes sociales reaccionaron al instante. Al día siguiente, el Ayuntamiento volvió a colocar el rótulo.