Antes que un sustantivo, el populismo es un insulto y se prodiga por igual a políticos de izquierdas y derechas: desde Syriza o Podemos hasta el Frente Nacional, todos reciben el ominoso manguerazo de la demagogia. Ése es el punto de partida de la historiadora, ensayista y académica francesa Chantal Delsol en Populismos. Una defensa de lo indefendible (Ariel, 2015), un libro en el que Delsol se propone hacer una revisión del populismo partiendo de la premisa de que éste ha experimentado no sólo una deriva histórica sino una demonización contemporánea. ¿Qué ocurrió entre el XIX y el XX para precipitar en naufragio aquello que pretendía la emancipación?
“Hace un siglo el populismo no era un insulto, sino un término que designaba a un partido o a un grupo político específico, en Estados Unidos o en Rusia"
"Hace un siglo el populismo no era un insulto, sino un término que designaba a un partido o a un grupo político específico, en Estados Unidos o en Rusia. La palabra tomó su acepción peyorativa a principios del siglo XXI”. Entre los dos sentidos se produjo un cambio importante, plantea Delsol: el movimiento emancipador de La Ilustración perdió en gran parte el apoyo popular. Y esa pérdida se vio como una traición. Para clarificarlo, cita el fallo de ambos modelos, aunque de manera bastante más clara el ruso.
"Lenin ya había sufrido una decepción de este tipo -la mengua de los sectores populares en nombre de los cuales se pretende el asalto al poder-, al darse cuenta de que el pueblo ruso quería hacer algo distinto de la revolución, cosa que le condujo a utilizar el terror. Hoy día asistimos a ese mismo fenómeno: la izquierda tiene la sensación, bastante justa, de haber perdido al pueblo”, escribe la investigadora y miembro de la Academia de Ciencias Morales y Políticas de Francia en unas palabras introductorias que tienen como punto de partida la pérdida de sustancia en el sentido original a la palabra: lo popular.
A través de un recorrido histórico y político, el libro plantea cómo pierde su principal sujeto político. En ese repaso, DelSol encadena una serie de interrogantes que apuntan en una misma dirección: dónde residen las causas del ostracismo al que, según ella, ha sido condenado el populismo. Parte de la respuesta –asegura- apunta hacia la deriva de los populismos en denostada verborrea, en signo de una democracia que se debilita: “El elemento popular ya no se adhiere propiamente a las convicciones de la izquierda, de ahí el populismo, una palabra despectiva que responde a la tradición del pueblo a sus defensores”. Todos los movimientos definidos contemporáneamente como populistas, asegura, tienen unas características comunes que la autora explica y relaciona con la noción de secuestro o traición al deseo de participación popular y el naufragio que semejante hecho en la demagogia.
"La izquierda tiene la sensación bastante justa, de haber perdido al pueblo”, escribe Chantal Delsol.
“Según la opinión habitual, el populismo contemporáneo nace desde el rencor: el pueblo se siente instrumentalizado por la democracia, la democracia se siente traicionada por un hombre que va al pueblo directamente, sin transitar por el aparato racional legal –escribe Chantal aludiendo a los mecanismos de seducción de determinados liderazgos y discursos-. El populismo pone de manifiesto los problemas de la democracia. En realidad, es mucho más que eso. La mejor manera de descubrir su especificidad contemporánea es comparar los motivos populistas antes y después de que se expresa una verdadera conciencia popular”.
Chantal Delsol se propone así hallar qué relación tiene la demolición pública del populismo con los graves problemas de desafección política en Europa. “Esta constante estigmatización no es más que el claro ejemplo de la pervivencia de una lucha de clases, y de la enfermedad de una democracia que, lejos de aceptar su pluralismo inherente, utiliza el desprestigio para rechazar aquellas ideas que son contrarias a las de la élite dominante”, afirma para dar cuerpo a una tesis que parece hacer aguas a veces en lecturas forzadas, travestidas en una cierta ambiguedad.
La historiadora y directora del Instituto Hanna Arendt sitúa el eje del debate actual del Populismo en Europa, un contexto que según ella enarbola un falso pluralismo dominado por el exceso de lo políticamente correcto y por tanto, una mirada que aplana el verdadero debate político."Los populismos europeos no reivindican la supresión de la democracia, ni la amenazan cuando llegan al poder (...) Reclaman es una alternativa, un debate". La lectura, selectiva en cierta medida, deja por fuera o toca tangencialmente la naturaleza de los populismos en América Latina. Se centra Delsol en las conceptos opuestos: emancipación y arraigo, individualismo y participación, también e la calidad de una democracia a la que, según ella, le faltan verdaderos aprestos para discutirse a sí misma.
La revisión del concepto de Europa que plantea Delsol atraviesa la idea de arraigo, pero todavía más la de ciudadanía. No se trata pues, del ciudadano como aquel que "supera su interés privado para ponserse al servicio de la sociedad a la cual peretenece", sino de una escala más amplia. Es decir, según la académica francesa no es el abandono del individualismo para convenirse como parte de un grupo; el ciudadano pasa de oponerse de lo privado a oponerse a lo público, justamente por un pensamiento universalista que adquiere forma en las distintas manifestaciones políticas de esa noción más amplia del ejercicio cívico.