Le quedaban apenas cuatro días para cumplir los 77. Pero un cáncer de páncreas no le permitió llegar al número redondo, acaso el de una doble suerte, la que repite dos veces el siete supersticioso, y esa otra que se pega a las palabras como la vocación a quienes la poseen. Se trata de Félix Grande Lara (Mérida, 1937- Madrid, 2014), fallecido este jueves en Madrid, y que deja tras de sí, además de una obra de poesía, narrativa y ensayo, un sonido: el del flamenco, música que estudió con pasión.
Aunque no quería que se le viese como alguien "fanáticamente modesto", Félix Grande se consideró siempre un “aprendiz de poeta”, uno que llegó a hacerse con premios que iban desde el Adonais, en 1963; el Nacional de Poesía, en 1978, hasta el Nacional de las Letras, en 2004. Autor de una obra que suma más de 40 libros, Grande salió de su Mérida natal siendo casi un bebé. Vivió su infancia y juventud en Tomelloso (Ciudad Real); allí trabajó como pastor de cabras, un oficio heredado del abuelo y el padre. También fue vaquero, vinatero y vendedor ambulante.
En 1957, Félix Grande dejó las cabras y se trasladó a Madrid. Eran los años de una posguerra larga y fría que él mitigaba vendiendo cremas de puerta en puerta. Era un joven antifranquista enamorado del flamenco: "En casa, de niño, ya había mucha afición; recuerdo a mi padre y a mi abuelo discutiendo sobre los fandangos del Niño Gloria y el Niño de Almadén. Luego me fui drogando, porque el flamenco es una droga, no una afición”, declaró en 2004.
Guitarrista antes que poeta, decía, la verdadera razón por la que entró en "el palacio trágico del flamenco" fue de otro tipo, con algo más que notas musicales. "Cuando uno tiene una llaga de la infancia que no se cierra, el hilo musical no basta, necesitas música desconsolada. Una reunión con Bach, Chopin, el Mozart del Réquiem, Astor Piazzolla, Camarón y Paco de Lucía serviría de lujo para distraer esa herida".
Quienes se refieren a Grande reconocen, por encima de todo, al poeta. Sin embargo resulta inevitable mencionar que, a la par de una obra poética, ensayística y narrativa, se convirtió en flamencólogo, acaso uno de los más enjundiosos. Dedicó buena parte de su producción intelectual a ese arte. Su título más importante es Memoria del flamenco, que ganó en 1980 el Premio Nacional de Flamencología y reeditó en 2001 Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores en edición ilustrada y de gran formato. En sus páginas, narra desde el origen de los gitanos hasta la historia de los cafés-cantantes,pasando por el mundo del bandolerismo hasta los cantos mineros, Manuel de Falla, los intérpretes primitivos así como el inigualable Paco de Lucía.
Grande decía que su poesía se enmarcaba "en una generación sin generación", en esa tierra de nadie situada entre la generación del 50 y los novísimos.
Poeta, por encima de cualquier cosa
Ocho años después de llegar a la capital, en 1963, Grande se hizo con el Premio Adonais, con Las piedras (su primer libro). Se consolidó en 1978 con el Nacional de Poesía, obtenido por Las rubaiyatas de Horacio Martín, un renovado y complejo cancionero amoroso en el que muchos han identificado un punto de inflexión de la posía española. Ya en los últimos años, Féliz Grande admitía que escribía poco, casi nada. "La puñetera inspiración se ha ido con otro", dijo al diario El País. Y sin embargo publicó sentre 2011 y 2012 dos poemarios: La cabellera de la Shoá, un poema-libro de 1.000 versos con el que se cerró la edición de su poesía reunida Biografía (Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores) y Libro de familia. Según él, su poesía se enmarcaba “en una generación sin generación, en esa tierra de nadie situada entre la generación del 50 y los novísimos", acaso junto a Antonio Hernández, Diego Jesús Jiménez, Manuel Ríos Ruiz o la propia esposa de Grande, Francisca Aguirre, la mayoría de ellos antifranquistas y con una estética vinculada a la ruptura del lenguaje.
Con una obra de tono confesional, muchos apunta en Grande la conciliación entre el compromiso y la rigurosidad poética. En libros como Blanco Spirituals, reconocido con el Premio Casa de América, habla Grande de Vietnam, el racismo, la vigilancia de la España franquista, las generaciones perdidas. Sin embargo, para muchos, la obra de Grande no se circunscribe a un libro, sino a su conjunto. Estudioso de Luis Rosales, Félix Grande usó la poesía para explorar la soledad y crear un lugar desde el cual relacionarse con el tiempo que le tocó vivir, aprovechando en ese intento también el juego de máscaras y espejos que le llevaron a inventar a Horacio Martín, apócrifo autor de las Rubáiyátas.
La balada del abuelo Palancas (2003) sobrepasó las cinco ediciones. Es una autobiografía novelada en la que narra la saga de tres generaciones de una familia manchega del siglo XX.
Una obra que lo abarcó todo
Entre su narrativa destacan los relatos Por ejemplo, doscientas (1968), Parábolas (1975), Lugar siniestro este mundo, caballeros (1980), Fábula (1991), Decepción (1994), El marido de Alicia (1995), Sobre el amor y la separación (1996), Té con pastas (2000), así como las novelas Las calles (1980) o La balada del abuelo Palancas (2003), un libro que sobrepasó las cinco ediciones. En sus páginas, Grande acometió una autobiografía novelada en la que narra la saga de tres generaciones de una familia manchega del siglo XX: la crónica evoca los horrores de la Guerra Civil y la posguerra, la vida de los campesinos, la intimidad llena de encanto y sufrimiento de un puñado de vencidos a los que la historia quebró pero no rompió del todo.
Su obra en ensayo comenzó con Occidente, ficciones, yo (1968) a la que siguieron Apuntes sobre poesía española de posguerra (1970), Mi música es para esta gente (1975), el ya mencionado Memoria del flamenco, Elogio de la libertad (1984), Agenda flamenca (1985), Once artistas y un dios (1986), La calumnia (1987), García Lorca y el flamenco (1992), La vida breve (1985) y Paco de Lucía y Camarón de la Isla (1998).
Escribió la obra de teatro Persecución (1978) y en su producción destacan obras mixtas como Grandes del flamenco (seis discos más antología, de 1981) o Poema de amor (con música de Paco de Lucía, de 1983). Su poesía fue reconocida no sólo con el Adonáis y el Premio Nacional, obtuvo también los premios Alcaraván(1962), Guipúzcoa (1965), Casa de las Américas (1967) y Manuel Alcántara (1996), y en narrativa, el Eugenio D'Ors (1965), Gabriel Miró (1966), Barcarola (1989), Felipe Trigo (1994), y el Premio Extremadura a la Creación (2004).
Hijo adoptivo de la ciudad de San Roque (Cádiz), Grande entendió la poesía como un estado de gracia, no como un género literario. "Me encontré con las palabras. Dios las bendiga. Me salvaron la vida. Me ayudaron a sobrellevar la vida y a entender a una madre que amenazaba con tirarse al pozo o con colgarse de un árbol", dijo hace apenas un par de años al periodista Javier Rodríguez Marcos.