De Nobel a novel. La distancia de un abismo; una vida entera, o varias, despeñándose en el acantilado de una obra… o la tragedia de una vida. Pero a cada cual le toca la suya. Vicente Aleixandre (Sevilla, 1898- Madrid, 1984), el último poeta Premio Nobel español, vivió 86 años. El poeta y dramaturgo Miguel Hernández (Orihuela, 1910-Alicante 1942), apenas 31.
Hernández murió de tuberculosis, en una cárcel de Alicante, cuatro años después de la derrota republicana en la Guerra Civil –‘Cuánto penar para morirse uno’, que dijo el oriolano en El rayo que no cesa-. Aleixandre falleció en una clínica, a finales de 1984, dos años después de que Felipe González ganara por mayoría absoluta en las segundas elecciones de la España de la Transición.
Paradojas a un lado –como si fuera tan fácil, ¿verdad?-, a ambos lo unió a una copiosa correspondencia, una amistad remota: más de 300 cartas -600 páginas- que hoy se publican en el magnífico volumen De Nobel a novel. Epistolario inédito de Vicente Aleixandre a Miguel Hernández y Josefina Manresa (Espasa), que reúne el intercambio de cartas entre ambos y la esposa de Hernández, y que ha sido editado por Jesús Riquelme, estudioso de la obra del poeta levantino. “Porque en la historia de la literatura, lo escrito incumbe mas que el escritor”.
"Miguel Hernández tenía apenas 24 años cuando La destrucción o el amor hizo a Vicente Aleixandre merecedor del Premio Nacional de Narrativa"
Vicente Aleixandre profesó una amistad “fraternal y cómplice” con el poeta oriolano, una amistad basada en “la dignidad ética y literaria”, asegura el editor y lo refrendan las cartas. “Me alegró mucho tu carta. Qué bocanada de tu caliente tierra; qué chirriar de chicharras y qué frescura de río, y qué oreo de piel mojada me trajo tu carta. Miguel, Miguel, yo aquí estoy solo”, escribió el sevillano, en 1935. Y no se detuvo la correspondencia. “Yo adivino en ti al escritor que escribe saturado de futuro. Tuyo es el porvenir”, le dijo al joven Hernández. Y así fue. Pero acaso, en buena parte, por el talento de Hernández y también porque Aleixandre se aseguró de que su obra no palideciera en la cárcel, la muerte o el olvido.
Aquellos fueron afectos desconocidos, pero profundos. Miguel Hernández tenía apenas 24 años cuando La destrucción o el amor hizo a Vicente Aleixandre merecedor del Premio Nacional de Narrativa. Sin conocerlo siquiera, le escribió a Aleixandre para pedirle un ejemplar. La carta nunca llegó a manos a de Aleixandre, pero sí tuvo noticia de ella, años después. “Lo recuerdo perfectamente –escribió el sevillano-. Era una cuartilla de papel basto y en ella unas líneas apretadas, escritas con letra rodada y enérgica. No quisiera atribuirle palabras que no dijese, pero sí hago memoria transparente de su sentido: ‘He visto su libro La destrucción o el amor, que acaba de aparecer… No me es posible adquirirlo… Yo le quedaría muy agradecido si pudiera usted proporcionarme un ejemplar… y firmaba así: Miguel Hernández, pastor de Orihuela”.
Los allegados, aseguran, no se trataba de un amor homosexual, sino de una filia literaria que Vicente Aleixandre proyectó sobre Josefina y el joven Miguel
Se conocieron al poco tiempo. Y entonces el intercambio de cartas se convirtió en la fe escrita de una relación mucho más compleja… y dramática. Mientras uno se acercaba a la consagración, el otro lo hacía hacia la fosa. Una vez que Miguel Hernández cae preso, Aleixandre se convirtió en tutor y consejero del joven poeta, a quien apoyó moral, económica y literariamente.
Los allegados, aseguran, no se trataba de un amor homosexual, sino de una filia literaria que Vicente Aleixandre proyectó sobre Josefina y el joven Miguel. Mentor y pupilo, a veces. Poeta y poeta, la mayoría. Las cartas que atestiguan aquella relación permanecieron a la sombra hasta que en 2011, el archivo de Miguel Hernández pasó a manos de la Diputación de Jaén tras pagar tres millones de euros a la familia del poeta, y en el que se encontraban más de cinco mil objetos, entre ellos las 309 cartas inéditas entre Aleixandre, Hernández y Josefina Manresa, la viuda del oriolano. Un mosaico esencial para analizar la influencia mutua entre ambos poetas. La poesía universalista de uno y el apego a la tierra del otro.
Cuando Miguel Hernández murió, preso, y pasó a ocupar un nicho en el cementerio de Nuestra Señora del Remedio, Vicente Aleixandre no solo se encarga de apoyar a Josefina y a su hijo Manuel Miguel, de tres años, a quien están dedicadas las Nanas de la cebolla; se encargó también de preservar una obra y la voz que la levantó. Años después, el papel manuscrito los acerca, todavía más.