Cultura

Ignacio Martínez de Pisón: "En las familias, los agravios no prescriben nunca"

Samuel, sefardí formado en la Melilla de la preguerra, y su mujer Mercedes, católica de Zaragoza, son las primeras ramas de una saga que comienza y termina en Melilla. Martínez de Pisón, escritor nacido en Zaragoza en 1960 y que vive en Barcelona desde 1982, ejecuta en La buena reputación (Seix Barral, 2014) una novela que retrata una España menos remota de lo que parece.

  • El escritor Ignacio Martínez de Pisón fotografiado por Elena Blanco.

No es solo una novela sobre la culpa, aunque parezca el mayor parentesco. No es solo una novela sobre el fracaso, aunque todo en ella se venga abajo; tampoco es una novela sobre esa forma rara en que los hilos de una misma sangre alimentan a la vez que envenenan. No es nada de eso. Porque lo es todo a la vez. La buena reputación (Seix Barral, 2014), de Ignacio Martínez de Pisón (Zaragoza, 1960), es una historia total. En sus páginas narra la vida de tres generaciones de una familia española de origen judío; una saga que comienza y termina en Melilla y que al retratar a unos, nos retrata a todos. Ya lo dice su autor: “En las familias los agravios nunca prescriben”. Es cierto. Como en los países o los clanes, las heridas se heredan. Pasan de unos a otros, como ese afecto que abrasa y mantiene a su merced de hogar y hornilla a quienes lo comparten.

Tan hermosa como terrible, a veces; tan cruel como tierna; tan hecha de la vida como de literatura, La buena reputación es una saga que revuelve el tiempo y sorprende al lector. Contada en cinco novelas dedicadas a un miembro de cada generación y por las que se suceden desde la Melilla de la que partió el alzamiento de los nacionales, pasando por la Barcelona y el Madrid del franquismo, la Málaga por la que se paseaba María Félix o la Zaragoza de los ochenta. Aunque prevalece un narrador omnisciente, es sin embargo un libro coral. En apariencia sencilla, es a la vez que complejísima; una historia que se queda prendida, que empapa. Un atlas humano de 600 páginas que se comporta como un retrato de grupo.

'La buena reputación' narra la vida de tres generaciones de una familia española de origen judío; una saga que comienza y termina en Melilla

Una herencia por cobrar hace las veces de prólogo, la piedra que todo lo trastoca a la vez que pone en marcha la pesada maquinaria del tiempo y los afectos. Así, uno a uno, el lector se topa con la historia de Samuel, un próspero e incansable industrial de la Melilla del fin del protectorado, quien se volcará en ayudar a los judíos que deben huir hacia Israel; la de Mercedes, su esposa, una mujer católica nacida en Zaragoza, quien hará las veces de columna y matriarca a lo largo de más 40 años; Miriam, la hija mayor de ese matrimonio, una mujer que intenta resistir, mantenerse en pie y sobrevivir a las querencias que se revuelven; así como Elías y Daniel, los nietos, quienes dibujan el cierre del círculo en la España de los ochenta. A todos los veremos envejecer y cambiar; alejarse y acercarse; haremos nuestras sus demoliciones; caminaremos con ellos hacia la búsqueda de las propias raíces, como si constatando las suyas recuperásemos las nuestras.

Poco antes de comenzar esta entrevista, Martínez de Pisón, quien desde 1982 vive en Barcelona, fuma un cigarrillo –en verdad es uno de esos puros enanos que parecen pitillos-. En el tiempo que tarda en consumirse, entran y salen los temas de la conversación: una Cataluña que tiene al escritor hasta la coronilla –“si lo de la independencia prospera, me voy”, asegura ese hombre cuyos hijos han crecido en esa ciudad-, pero también las series de televisión, sucedáneos audiovisuales del realismo y, cómo no, de literatura, ese oficio en el que Martínez de Pisón acumula ya más de una docena de libros –entre cuentos y novelas- y en la que se mueve como un titán; uno que no necesita presumir. Su sola voz es suficiente para levantar una historia que vuelve sobre algunos de sus temas –España, la familia, la memoria, el tránsito- pero que es a la vez autónoma, firme, y en la que se reafirma como un escritor potente, capaz de incluir en un mismo registro el alcance los muchos otros que domina: el guión, el relato, la novela…

Es una novela tan hermosa como terrible, a veces; tan cruel como tierna; tan hecha de la vida como de literatura

-Tres generaciones de una misma familia atraviesan la historia de España. A todos les une la idea del regreso, la posibilidad de volver a las raíces.

-El pasado sigue pesando en la vida de los personajes. Como esa gente que tuvo una infancia feliz y necesita volver a ella para reiniciarse. Es algo melancólico pero forma parte de los atavismos del ser humano: la necesidad de volver a los orígenes, como si temiésemos al futuro y buscáramos protección en los tiempos ya pasados.

-No importa a la generación que sea, todos miran hacia atrás. Samuel lo hace, también Mercedes; su hijas Miriam y Sara; incluso los nietos regresan al lugar de origen de la familia.

-Son movimientos que se cruzan en diferentes sentidos. Mientras para Mercedes el regreso es a Zaragoza, la ciudad de su infancia; para Miriam, que nació en Melilla y siguió a su madre hasta Zaragoza, el regreso será a Melilla. Eso me permitió darle una estructura circular a la novela, que hace visibles los cambios. Porque es verdad que existe la pulsión del regreso pero al mismo tiempo ocurren cambios. En todas mis novelas narro la historia de alguien y los acontecimientos decisivos que la convirtieron en alguien diferente. Ese es parte del compromiso del escritor, crear personajes que no sean de una sola pieza.

"Volver al origen es algo melancólico, pero forma parte de los atavismos humanos"

-En sus libros predomina lo histórico; la recuperación de algo que ocurrió. También lo familiar. ¿Es la escala que mejor le permite retratar a la vez a los individuos y a una sociedad?

-En La buena reputación la ciudad también forma parte de esa escala. En este caso es Melilla, que se trata de un mundo cerrado que refleja otro más grande. En ese sentido sí hay una estructura de célula: la familia como ese lugar donde las tensiones se magnifican y al mismo tiempo refleja las otras tensiones del mundo. En la pareja, el hecho de que Samuel sea judío y Mercedes católica lo acentúa. Él decide trabajar por los judíos de Melilla; ella volver a la Península. Esa frase: ‘todos tenemos que tener un sitio’…

-Que se repite además en boca de varios personajes….

-Sí, la dicen varios. De hecho, hay una afirmación de Mercedes que es muy tramposa: "Un hijo no tendría que vivir tan lejos de su padre como para que no pudiera llegar a tiempo a su entierro". Es una frase muy redonda, a la vez que suena anticuadísima, como de Escarlata O’Hara. Si algo tiene el mundo es que somos libres de viajar, de vivir o movernos en cualquier sitio. La idea de que tenemos que estar apegados a nuestras raíces es antigua.

"La familia es ese lugar donde las tensiones se magnifican y al mismo tiempo refleja las otras tensiones del mundo"

- Esta es, como las familias, una historia que se sostiene en los personajes femeninos.

-Los personajes hegemónicos son mujeres. Por mucho que en algún momento Mercedes se queje y se presente como una víctima, luego no sólo decide sino que se convierte en la manipuladora; la que decide su vida y las de los demás, incluso desde el futuro. Porque desde el más allá decide la vida de sus nietos. En un comienzo ella se queja de no tener poder pero el que tiene es fundamental. Y por eso es una novela de familia: los acontecimientos decisivos para las vidas de unos y otros suceden en la casa.

-El lector siente que la España de Samuel, en la Melilla de la guerra y luego de la posguerra, es más clara que la España de la transición de sus nietos.

-Los personajes de Daniel y Elías, por su edad, están a medio hacer y la España en la que ellos viven tiene menos grandeza. La clase media ya se ha asentado. De hecho, los nietos son personajes atolondrados que en un principio no nos caen bien. Son unos golfillos sin sustancia. Reflejan una generación como la mía en la que a nadie le faltó de nada, mientras que las anteriores conocieron de cerca las carencias. Y eso fue lo que se produjo en España, la generación de mi madre sabe lo que fue la posguerra, los que nacimos en los sesenta vivimos la prosperidad. No tenemos esa memoria ni esa cultura del esfuerzo que tuvieron otras generaciones. Quizá por eso los personajes están a merced de la vida y se quejan. En esta novela de hecho todo el mundo se queja. El único que no se queja es Samuel.

"En las familias los agravios nunca prescriben. Siempre saldrá el reproche"

-Todos se quejan, sí, pero también todos esperan que el otro haga algo por ellos, incluso sin decírselo.

-Ya, como si hubiese esa especie de telepatía entre los miembros de la familia; una telepatía que está interrumpida, porque ninguno interpreta bien las necesidades, los deseos o las aspiraciones de los otros. Eso coloca constantemente diques en las relaciones. Son agravios que nunca prescriben. Ese es el problema de las familias. Los delitos, cuando se cometen, se resuelven con una condena que se cumple en la cárcel. En las familias los agravios nunca prescriben. Siempre saldrá el reproche: "Tú me dijiste… Sí pero hace 35 años. Me da igual, ¿tú lo dijiste o no lo dijiste?". Es lo que tiene la familia de prisión, pero también de refugio.

-¿Los países pueden llegar a comportarse como familias?

-En España tradicionalmente sí, por aspectos culturales y religiosos. Por la propia importancia de la familia como institución, por el mayor arraigo de la gente en los lugares. Desde luego en Estados Unidos no es así; muy poca gente está arraigada en el lugar en el que nació. De alguna manera España sigue funcionando como una familia llena de tensiones. Y como toda familia, es grande e imperfecta.

"Las familias me interesan tanto por lo que tienen de diferentes y lo que tienen de parecido. Cualquiera puede llegar a ser la nuestra"

-Seré más directa: la familia, en esta novela, ¿qué significa?

-En algún momento de su vida, el escritor tiene que escribir sobre su familia. Todos hemos tenido alguna vez un problema con nuestro padre, nuestra madre o nuestros hijos y me resisto creer que un escritor no sienta la tentación de escribir al respecto. En ese sentido, las familias me interesan tanto por lo que tienen de diferentes y lo que tienen de parecido. Por eso escribimos sobre la familia y seguiremos haciéndolo: cualquier familia puede llegar a ser la nuestra.

-Mientras los escritores más jóvenes no encuentran ningún sentido a la novela realista, hay quienes afirman que ya solo se escriben novelas de escritores que escriben sobre escritores.

-Pero es que esa una de las funciones de la literatura: dar una idea a los lectores del futuro de la sociedad en la que vivió ese escritor y eso es lo que siempre ha hecho la novela realista y todavía lo sigue haciendo.

-¿Y sobre la idea de la crisis de la novela, nos la creemos?

-Cada poco tiempo decimos que la novela ha muerto pero vemos las librerías llenas de ellas. No acaba de morir nunca. Tiene una salud de hierro. Siempre habrá gente a la que le gusta contar historias y gente a la que le gusta que le cuenten historias. Es una necesidad mutua.

"Cada poco tiempo decimos que la novela ha muerto pero vemos las librerías llenas de ellas. No acaba de morir nunca".

-Ha habido una epidemia de novelas sobre la crisis en las que predomina la idea del engaño: “la democracia no es lo que nos prometieron”. Su novela, que atraviesa tres generaciones enteras, no transmite desengaño alguno.

-Porque los tenemos cincuenta y tantos hemos vivido el franquismo y valoramos la democracia imperfecta en la que vivimos, frente a los que ya nacieron en ella. Mis hijos piensan que la democracia española es muy defectuosa, y lo es, pero la francesa también lo es, y la italiana y la alemana. Nadie vive en el mejor de los mundos, acaso los suecos porque son muy altos muy guapos y muy listos. La democracia es esto. No existe la democracia Disney World, perfecta, en la que todos somos ciudadanos ejemplares y nos comportamos de forma ejemplar. La mayoría de la gente piensa que el dinero que paga a Hacienda va para que se lo repartan Bárcenas con sus amigos. Por eso existe esa desconfianza ácrata hacia las instituciones en España. Lo que tenemos que hacer es buscar hacer una democracia más fuerte y que, por ejemplo, los inspectores de Hacienda cobren a quienes tienen que cobrar.

-Dice usted que los agravios familiares nunca prescriben, pero en las sociedades ocurre lo mismo. ¿No es eso lo que ocurre en Cataluña?

-A ver, estamos en el 2014. Se está dedicando todo el año a conmemorar una derrota que ocurrió hace 300. Se utiliza la historia de manera que Cataluña como ente inamovible en el tiempo tiene que homenajearse a sí misma por una derrota de hace tres siglos y cuando utilizan argumentos sobre el presente, entonces son capaces de decirte que los catalanes actuales no votaron la Constitución en 1978 y por tanto hay que rehacerla. La Cataluña de hace 300 años… ¿Esa sí que es una Cataluña real? No recuerdo a nadie que esté vivo desde hace 300 años y que haya estado en esa guerra. Cuando interesa se habla de la Cataluña eterna y cuando no, se habla de los ciudadanos, pues del mismo modo en que existe esa Cataluña derrotada, habría que decir, de la misma forma, que toda Cataluña (de forma entusiasta) votó a favor de la Constitución. Me molesta la constante manipulación, ese juego en el que cogen el resquicio de una verdad para crear otra nueva.

Ignacio Martínez de Pisón nació en Zaragoza en 1960 y reside en Barcelona desde 1982. Es autor de una docena de libros, entre los que destacan la colección de cuentos El fin de los buenos tiempos (1994), las novelas Carreteras secundarias (1996) –que fue llevada al cine en dos ocasiones, una por Emilio Martínez Lázaro y otra por el francés Manuel Poirier-, María bonita(2001), El tiempo de las mujeres (2003) o El día de mañana (2011), además del ensayo Enterrar a los muertos (Seix Barral, 2005), que obtuvo los premios Rodolfo Walsh y Dulce Chacón y fue unánimemente elogiado por la crítica en varios países europeos. A diferencia de otros escritores, la España que refleja Pisón en sus libros no se conforma con el ejercicio histórico, tampoco es enunciativa, sino un algo más complejo que impregna sus historias, por lo general libros autónomos que no dependen de lo narrado; ellas, en sí mismas, se convierten en la caja en la que resuenan. Contadas por otro, sus novelas serían sólo novelas. En sus manos, él las convierte en vida.

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