La poetisa argentina Alejandra Pizarnik (1936-1972) se nos revela demasiado apetecible para la relectura ahora que la editorial Lumen ha sacado una versión "definitiva" y de más de mil páginas de sus Diarios, escritos entre 1954 y 1972 y que ya conocíamos gracias a la impresión que hizo de ellos la editorial Lumen en 2002.
Según Ana Becciu, antóloga y amiga de Pizarnik, esta es una versión corregida y ampliada que comenzó a estudiarse para su publicación en la década de los noventa. Sin embargo, también es cierto que la publicación que ya conocíamos excluía más de 120 entradas, además de eliminar casi por completo el año 1971 y en su totalidad el año 72. También se eliminaron fragmentos de textos narrativos que mostraban las costuras de la escritura, reelaborados para su publicación.
Versiones previas de los diarios
Cerca del año 1952, la escritora argentina comenzó a llevar un diario y alrededor de 1965, seleccionó las entradas de los años que vivió en París y los modificó casi en su totalidad. Dedicó horas a mecanografiar sus hojas manuscritas. En el texto reescrito eliminó las referencias sobre su madre y reelaboró algunas inconsistencias literarias. Hubo dos publicaciones, la primera, Diario 1960-1961, cuyas dieciocho prosas poéticas, en su mayoría breves, formaban parte de un proyecto más ambicioso. El material original se redujo a un resumen con dieciocho entradas que recogía retazos de una escritura hecha día a día. La primera fechada el 1 de noviembre de 1960, dice: “Falta mi vida, falto a mi vida, me fui con ese rostro que no encuentro, que no recuerdo”. La segunda, Fragmentos de un diario, París, 1962-1963 son anotaciones despojadas de lo confesional y convertidas en una especie de aforismos literarios.
En el caso de la edición póstuma, la selección de sus diarios (1954-1971) se hizo siguiendo el criterio de Myriam Pizarnik, hermana de Alejandra y legataria de su obra, quien exigió que se hiciera una selección de fragmentos de contenido literario evitando las referencias a la vida privada de la escritora y de las personas mencionadas. Así en el prólogo de la edición 2003 se dice: “He tenido en cuenta el principio de respeto a la intimidad de terceras personas nombradas, aún vivas, y a la intimidad de la propia diarista y de su familia”, afirma Becciu en el prólogo de la edición que hasta ahora se conocía y que ahora tendrá una versión ampliada en la edición que ha hecho Lumen.
Relectura en ocasión de una nueva edición
Volver a leer a Pizarnik supone arder en un trago vigoroso. Se revelan claves, repeticiones y pistas; y con ellas no me refiero a datos esclarecedores sobre su muerte. No es eso lo que habría que buscar, sino la presencia de imágenes y temas que se repiten y que sólo pueden ser localizadas a lo largo de su obra si se lee con cierta distancia.
Más de cuarenta años después de su suicidio, el 25 de septiembre de 1972, los ecos de leyenda de Pizarnik no cesan, ni tampoco su prestigio ni el interés por el estudio de su obra.
Pizarnik dejó, además, una copiosa colección de cuadernos de notas, de notas de lecturas o de "casas de citas" (o "Palais du Vocabulaire"), con notas personales, apuntes de poemas, títulos y hasta borradores de cartas. De estos cuadernos surge la figura de una formidable trabajadora de la escritura; una suerte de educanda eterna, la educanda de una escuela de la lengua cuyas materias Pizarnik nunca terminó de cursar.
Estos diarios constituyen, en español, un ejemplo único en la tradición de los géneros de la intimidad, o como se desee llamarlos. No existe otro caso en que haya llegado hasta posibles lectores un material tan abundante, tan ligado desde el principio hasta el final —desde 1954 hasta 1972— a la conciencia de un destino de escritora, y además, de frecuentación tan permanente y sistemática por parte de su autora.
Los temas a los que acude son la infancia, el origen, la familia, el idioma, la sexualidad, la muerte, la soledad, el amor… Ella, en duelo perpetuo con el idioma, con la palabra, con el lenguaje. Al ser hija de padres inmigrantes judíos rusos, empezó un diario hacia la edad de 16 años, de espalda a la anécdota y a la curiosidad, en las lindes de la prosa y la poesía.