Cultura

Eduardo Sacheri, Premio Alfaguara 2016: “Esta novela es una tragedia corregida”

La noche de la Usina, del escritor argentino, transcurre en O'Connor, un pueblo perdido de la Pampa, durante la crisis económica de 2001 que desembocó en el corralito bancario.

  • El escritor argentino Eduardo Sacheri, reciente ganador del Premio Alfaguara de novela.

Si Juan Benet volvió a Región, Onetti a Santa María y García Márquez a Macondo, por qué Eduardo Sacheri no podía regresar a O’Connor. Así lo ha hecho el argentino en La noche de la Usina, novela con la que ganó el Premio Alfaguara de Novela 2016 y en la que no sólo retoma ese pequeño pueblo de la provincia de Buenos Aires que se inventó para su novela Aráoz y la verdad (Alfaguara, 2008), sino que recupera buena parte de sus personajes, entre ellos, el exfutbolista Fermín Perlassi, un hombre que conoció cierta gloria en los campos de fútbol de Buenos Aires y vive ahora su retiro como dueño de una estación de servicio.

Ambientada en la Argentina del Corralito del año 2001, La noche de la Usina ocurre cinco años antes de la novela Aráoz y la verdad

Ambientada en la Argentina del Corralito del año 2001, La noche de la Usina ocurre cinco años antes de Aráoz y la verdad. La novela arranca en la noche de año nuevo. Sentados en un cobertizo, mientras esperan a que sean las doce, Fermín Perlassi, su mujer Silvia y su gran amigo Fontana –un anarquista y funcionario público jubilado-, hablan mientras ven cómo el cielo se ilumina con fuegos artificiales. Hablan del efecto Y2K, que entonces se pensaba que afectaría a los ordenadores y llevaría el mundo al caos. También de la economía que se va al traste. De las políticas económicas cada vez más agresivas que ha impuesto el FMI para renegociar la deuda pública. "El país se va a la mierda", repiten. Los fuegos artificiales continúan. Quién en aquel pueblo miserable y borrado del mapa tiene dinero para tal dispendio, se preguntan. Pues Horacio Lama, un empresario arruinado que ha decidido gastar sus pocos ahorros en pólvora para animar el fin del año. El país se va a la mierda, repiten.

Justamente en los minutos previos que marcan el fin de un año y la llegada de otro, PErlassi y Fontana tienen la idea de comprar La Metódica, una cooperativa acopiadora de granos que les permitirá invertir sus ahorros y dar trabajo a los habitantes de O'Connor. Esa es la gesta mínima que narra esta novela, ese lugar humano que Eduardo Sacheri ejecuta con precisión. Lo conoce, lo domina. Por eso no se le va de las manos. Escrita en una estructura de un Prólogo y Epílogo –en clave de voz coral-, la novela avanza a través de cuatro grandes capítulos. Así, Sacheri consigue narrar en La noche de la usina la historia de una empresa enloquecida que deviene en venganza. Sí, en venganza. Justo la víspera del cepo financiero, un empresario enriquecido gracias a sus influencias y trapicheos políticos, despojará de sus ahorros en dólares a Fernando Perlassi y a quienes intentan fundar la cooperativa con él. Los deja en la estacada. Los jode y bien jodidos. Pero las cosas no se quedarán así, porque los estafados deciden desquitarse y robar al ladrón. Una vendetta, un desagravio que permanecerá en el recuerdo como lo hace la lumbre de las usinas en los pueblos.

Sacheri consigue narrar en La noche de la Usina la historia de una empresa enloquecida que deviene en venganza

La galería de personajes que diseña Eduardo Sacheri para esta novela es a la vez enternecedora y demencial, tan verosímil como heroica: desde el anarquista que vivió del sistema público hasta los hermanos Lorgio, camioneros hijos de inmigrantes españoles. Todo ocurre en ese campo argentino, esa vasta planicie, en la que estos personajes encienden chispa en esa forma de heroísmo que libran, a veces invisibles. Su épica consiste en resistirse a lo inevitable. De ahí que La noche de la Usina sea una "tragedia corregida".

-¿Por qué elige a Perlassi, un exjugador de fútbol, para liderar una batalla perdida de antemano? ¿En la vida como en el juego no siempre ganan los mejores? ¿O sí?

-Perlassi, que ya aparece en Aráoz y la verdad, fue una gloria del fútbol cuando eso suponía ganar suficiente dinero como para comprar una estación de servicio y vivir de ella. Creo que las buenas personas son como Perlassi. Por eso difiero de la idea del perdedor. De hecho, me incomoda. La categoría perdedor no nos define, no nos distingue, salvo que alguien sea muy marginal. Y estos personajes no son del todo marginales. Viven en un pueblo, sí. Pero no llegan a ser marginales.

-Prefiere no hablar de derrotados, pero Perlassi lo pierde de todo: sus ahorros, su mujer. Eso no lo convierte en un perdedor, pero deja de manifiesto el despojo.

-Es posible que Perlassi sea un personaje fuerte en esa fragilidad. Es un hombre bastante modesto, que no le gusta ser el centro. Es un líder que reparte responsabilidades. Que organiza a un grupo para comprar La Metódica, pero no se atribuye la responsabilidad. Lo distingue del resto haber sido relativamente conocido, haber ido a Buenos Aires. Eso le da una amplitud de recursos que los otros no tienen. Y, sin embargo, Perlassi se comporta como un hombre sencillo. A mí me gusta la gente modesta, no las personas soberbias. Y justamente por esa humildad, ni él ni ninguno de los personajes quiere golpearse el pecho diciendo fui yo, La Metódica se salvó por mí.

Todo ocurre en ese campo argentino atávico, plano, que todo lo domina. Es, en palabras de su autor, “una tragedia corregida”

-También es cierto que …

-Sí, en el fondo se han mandado un robo contra Manzi, quien los robó.

-O’Connel es un Medio Oeste ciudadano. Un delito se castiga con otro. Sin ley de por medio.

-A lo mejor se me impone cierta mirada escéptica que tengo, una mirada dolidamente escéptica, porque me gusta confiar en la ley. Si no tuviéramos la ley seríamos mucho peores. Pero, al menos en la Argentina, el respeto por la ley no existe. Y eso nos hace daño.

-La realidad política es acuciante, pero carece de referentes políticos reales, acaso Raúl Alfonsín o De La Rúa, pero son pinceladas.

-No me gustan las visiones prometeicas de los líderes. Prefiero las historias de las personas.

-Una sensación de tragedia recorre la novela. La idea de un país en demolición en el que nadie puede hacer nada para impedir el descalabro. Como si fuera inevitable.

-Porque fue inevitable. Eran los años finales del neoliberalismo argentino. Un momento en el que no había forma ni posibilidad de frenar a tiempo las situaciones que condujeron a la crisis. La gente comenzó a ver que aquello no iba a terminar bien, de que todo se iba a ir a la mierda. Eso es lo que dice Fontana durante la noche de año nuevo: el país se va a la mierda.

"Eso es lo que dice Fontana durante la noche de año nuevo: el país se va a la mierda"

-Mientras un empresario arruinado se gasta los pocos ahorros en fuegos artificiales.

–Sí, porque, total, como todo se va a la mierda. Para qué guardar, para qué evitar.

-¿Es La noche de la Usina una tragedia?

-Puede, pero con un final no tan trágico. En la tragedia el héroe no puede escapar a su destino. Y aquí algunos sí tienen la posibilidad, otros no. En ese aspecto es una tragedia corregida. Mejor dicho, una manera de corregir sucintamente la tragedia.

-Perdone que insista. Hay algo coral en su estructura, un elemento distintivo de la Tragedia. Desde el prólogo, que comienza en un circo hasta el epílogo.

-La voz habitual es un narrador omnisciente que sabe lo que va a ocurrir. Este coro que aparece en el prólogo, el epílogo -y en algún capítulo que cierra y abre-. Si el omnisciente sabe siempre lo que va a ocurrir, la voz colectiva alude a un pueblo que, a diferencia del narrador, no sabe lo que va a ocurrir.

-El campo es un personaje potente, incluso atávico en esta historia.

-Yo soy de un suburbio. Normalmente se dice que soy de Buenos Aires, cuando en realidad crecí en un pueblo de la provincia de Buenos Aires. Se trata de Castelar, que es a su manera una frontera entre la ciudad y el campo. Eso ha condicionado que mis historias no estén protagonizadas por seres urbanos. En general, mis personajes no viven en edificios.

"Llevar a los personajes al medio del campo. Es una forma de rodearlos de soledad"

-En ese caso, O’Connor es su gran escenario

-Tanto en Aráoz y la verdad como en esta novela quise llevar a los personajes al medio del campo. Es una forma de rodearlos de soledad. La idea de ‘el mundo es esto y nada más'. Es muy nuestro, muy de Argentina. Ese horizonte plano y lejano, que es, al mismo tiempo, como decías, atávico. Es la sensación que me genera la Pampa. Un lugar en el que en todos lados hay cielo y se puede ir donde queramos.

 -¿La noche de la Usina tiene vocación de saga o de trilogía?

-Terminar un libro para mí siempre es una sensación de duelo. Así como un lector tiene el deseo de conocer el desenlace pero a la vez lo invade la desolación de terminar. Y ese es un vínculo que se genera apenas en unos días. En mi caso, con los personajes de un libro me vuelco al menos dos años. Eso te hace extrañarlos. Por eso sabía que necesitaba volver al mundo de O’Connor. Lo que no quiere decir que pueda necesitar volver a ellos. Eso al menos no lo sé.

entre ecicine y literatura

Eduardo Sacheri (Castelar, Buenos Aires, 1967) es escritor, licenciado en Historia y profesor universitario de Secundaria. También es hincha del Independiente de Avellaneda. Un hombre de conversación afable pero difícil, alguien que se resiste a los topicazos, por muy bien que suenen entre comillas. En su obra destacan novelas como El secreto de sus ojos (2005; Alfaguara, 2009), que fue llevada al cine por Juan José Campanella y obtuvo, entre otros premios, el Oscar a la mejor película extranjera. El guión estuvo a cargo del propio Sacheri Sacheriy de Campanella. Ambos volvieron a trabajar juntos en Futbolín, cinta de animación en 3D, basada en un cuento de Roberto Fontanarrosa, que recibió el premio Goya a la mejor película de animación. Ha publicado los libros de relato Esperándolo a Tito y otros cuentos de fútbol (2000; Alfaguara, 2015), Te conozco, Mendizábal y otros cuentos (2001), Lo raro empezó después. Cuentos de fútbol y otros relatos (2004), Un viejo que se pone de pie y otros cuentos (2007), La vida que pensamos. Cuentos de fútbol (Alfaguara, 2013); la antología Las llaves del reino (Alfaguara, 2015), y las novelas Aráoz y la verdad (Alfaguara, 2008), Papeles en el viento (Alfaguara, 2011) y Ser feliz era esto (Alfaguara, 2014).

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