Es el único ministerio que funciona. Ha conseguido convertir a Lope de Vega y Velázquez en Trending Topic, que Isabel II se quede boquiabierta ante una pantalla de cine o que el Cid Campeador escriba con rotulador mientras subraya el cantar que glosa sus hazañas. Sí, puede que este sea el único ministerio eficaz –y eso que no le han devuelto aún la paga extra a sus funcionarios-. Hablamos, claro, del Ministerio del Tiempo la serie creada para RTVE por Javier Olivares -y su hermano Pablo Olivares, ya fallecido-, y que avanza su segunda temporada con el listón aún más alto. Han evitado el suicidio de Cervantes, la desaparición total del Quijote, también propiciado -de nuevo- en encuentro de Lope de Vega con Amelia.
Van apenas por su capítulo 13, pero no está de más elevar una petición a sus guionistas, tan libres de no hacer ningún caso como de seguir sorprendiendo lunes a lunes. Es así como sale, voluntariosa, una lista de diez autores que deberían aparecer en las entrega de su siguientes temporadas. Las vidas y el contexto históricode algunos son dignas de la excursión de la patrulla que integran Amelia Folch -la primera mujer universitaria en España, interpretada por Aura Garrido-, Alonso de Entrerríos -el soldado de los Tercios de Flandes condenado a muerte en 1569 y encarnado por Nacho Fresneda- y Pacino –el policía de la España de los ochenta interpretado por Hugo Silva- acudan en su búsqueda. Para diseñar la lista de peticiones, en Vozpópuli hemos consultado a escritores, periodistas, críticos, libreros y lectores; la mayoría de ellos ministéricos. Cada uno ha aportado cerca de cinco candidatos -valga decir que Galdós y Gil de Biedma entre los más repetidos-. Se han quedado por fuera muchísimos autores; porque si hay algo que sobra en un Ministerio (Literario) del tiempo son puertas.
Mariano José Larra (1809-1837). Acaso filtrado por la mirada pesimista de la Generación del 98, Mariano José de Larra permanece todavía brillante y lúcido, aunque apartado en una visión dramática. Francisco Umbral lo recuperó en su faceta periodística, la más afilada: la del columnista como autor literario. Larra era el romántico por excelencia. Liberal y dandi en el Madrid de últimos años del absolutismo, Larra no puede resultar más elocuente. Ya fuese como Fígaro o El Pobrecito Hablador, convirtió la crítica literaria en fértil escaparate colectivo. Símbolo de la nación como frustración –aquella España imposible del siglo XIX-, el lustre de la pistola con la que se quitó la vida se alza como metáfora redonda de un siglo que prometía claridad y sin embargo terminó en penumbra. Su muerte fue, acaso, un excesivo gesto del genio romántico pero también una metáfora que sobrevuela y todavía interpela. "Escribir en Madrid es llorar, es buscar voz sin encontrarla, como en una pesadilla abrumadora y violenta. Porque no escribe uno siquiera para los suyos. ¿Quiénes son los suyos? ¿Quién oye aquí? ¿Son las academias, son los círculos literarios, son los corrillos noticieros de la Puerta del Sol, son las mesas de los cafés, son las divisiones expedicionarias, son las pandillas de Gómez, son los que despojan, son los despojados?”.
José Zorrilla (1817-1893) El vallisoletano está llamado a liarla parda, al menos según la inquieta imaginación de Portadores de sueños, la librería aragonesa que llevan Félix González y Eva Cosculluela, quienes en 2012 fueron reconocidos con el Premio Librería Cultural otorgado por CEGAL y el Ministerio de Cultura. Los libreros han decidido una peripecia: que aquel Zorrilla que asiste al funeral de Larra consiga llevarse por equivocación su pistola, aquella con la que se provocó la muerte. Las dos pistolas que pertenecieron a Larra se exhiben hoy en el Museo del Romanticismo, justamente en el Gabinete dedicado a Larra. Un texto y un brazalete funerario permenecen en el museo juntos en un escaparate; curiosa –y a todas luces intencionada coincidencia-. El 15 de marzo de 1837, dos días después del suicidio de Larra, José Zorrilla -que despuntaba cual joven promesa- acudió al entierro de Larra, declamó: “Broté como una yerba corrompida/al borde de la tumba de un malvado/ y mi primer cantar fue a un suicida; ¡agüero por Dios bien desdichado”.
Jacinto Benavente (1866-1954). La inclusión del Premio Nobel la ha propuesto la entusiasta Eva Cosculluela, de Portadores de Sueños. La razón principal es la de vincular al dramaturgo, director, productor y guionista con Gregorio Martínez de Sierra y su mujer María Lejárraga. ¿Cómo? Pues así. Todo ocurriríaa comienzos del siglo XX, en el Lyceum Club Español, capítulo español del que creo la británica Constance Smedley. Se trataba de una especie de gabinete cultural en el que las mujeres luchaban por el reconocimiento de su valor como intelectuales. Crearon seis secciones: Social, Musical, Artes Plásticas e Industriales, Literatura, Ciencias, Internacional y una séptima llamada Hispanoamericana. La programación en conjunto de cada una, impulsó una intensa actividad de cursillos, exposiciones, debates, recitales y conciertos. Como parte de las mujeres vinvuladas a esta institución, se encontraba María Lejárraga, escritora y feminista riojana que en 1900 se casó con Gregorio Martínez Sierra, escritor más joven que ella, y al que le permitió que firmara como propias las piezas de dramaturgia que ella escribió para él. En un hipotético capítulo del Ministerio del Tiempo, debería quedar al descubierto que las obras eran realmente suyas. Ahí es cuando entra Jacinto Benavente, quien invitado a dar una conferencia en el Lyceum -del que Lejárraga formaba parte-, respondió. “¿Cómo quieren que vaya a dar una conferencia a tontas y a locas?”, dijo el Nobel de Literatura. Sin duda Amelia daría mucho de sí en este episodio. ¿La patrulla actuaría para evitar que se destape la autoría real o para prolongar en el tiempo la mentira?
Pedro Calderón de la Barca (1600-1681) La suya no fue una vida fácil, aunque su obra compensa sus no pocas dificultades. Su madre murió cuando él tenía 10 años, y cinco años después murió su padre. Conocido por obras como El alcalde de Zalamea o La vida es sueño, fue ordenado sacerdote en 1651 y tres décadas después falleció en Madrid de un ataque al corazón. Como dice Nabokov, aunque basta el espacio de una lápida para contener, encuadernada en musgo la versión abreviada de la vida de un hombre, los detalles importan. Calderón de la Barca aprovechó al máximo el magnífico pero también contradictorio siglo XVII. Decidió abandonar los estudios religiosos por la carrera militar y llevó una vida algo revuelta de pendencias y juego. Testigo de tres reinados (el de Felipe III, el de Felipe IV y el de Carlos II) vivió la Europa de la Guerra de los Treinta Años y el proceso de decadencia al que España parecía dirigirse de manera inevitables: a partir de 1640 presencia la rebelión de Cataluña, Portugal, Aragón o Andalucía; la paz de Westfalia de 1648 marca la independencia de Flandes y un nuevo orden europeo del que España será progresivamente marginada. Calderón participa como coracero en la guerra con Cataluña hasta 1642... ¿Qué habría pasado si no hubiese regresado?
Jaime Gil de Biedma (1929-1990). De las diez personas consultadas, cuatro han clamado por la inclusión del poeta en la selección de personajes ministeriables. Tío abuelo de Esperanza Aguirre, es el poeta más importante de la década de 1950, llamada también Generación del 50. Formó parte de una época privilegiada en la que coincidieron figuras como el editor Carlos Barral, Juan Marsé, Gabriel Celaya, Ferrater... Su primer libro, publicado en 1953, fue Según sentencia del tiempo y marca una evolución de la poesía intimista a otra de mayor compromiso social que se expresa en 1959 con la aparición de Compañeros de viaje. A partir de entonces, su poética tiende a una esfera individual A favor de Venus (1965). En 1966, publicó Moralidades,unánimemente considerado como el cénit de su expresividad. Poemas póstumos, del que siempre dijo que sería su último libro de poemas nuevos, data de 1968. En los años 60 y primeros 70, su vinculación por vía familiar a la Compañía de Tabacos de Filipinas, para la que trabajaba, influyó decisivamente en una poesía, que se convierte en un afilado punzón contra la doble moral burguesa. Su vida y su obra retratan la Barcelona de una época, el bullicio previo a la llegada del Boom, la eclosión de autores Ana María Matute o Juan Marsé además de editores como Esther Tusquets y personajes del mundo literario como Carmen Balcells.
Juan Valera (1824-1905). Al preguntar al novelista Lorenzo Silva, el ganador del premio Planeta 2012 con La marca del meridiano, qué autores españoles le gustaría ver en El minsiterio del tiempo, Silva lo lleva clarísimo: Juan Valera y Diego Torres de Villarroel (1694-1770). Ambos por una sencilla razón. "A lo mejor no te los dice nadie", escribió el novelista rematando la frase con un emoticón picardón de punto y coma seguido de un paréntesis. A ambos los separan varios siglos. Cada uno supuso un referente de su época. Valera está considerado como una de las figuras literarias más representativas de la España intelectual del siglo XIX Fue diplomático, diputado en las Cortes. Se dedicó al mismo tiempo a la literatura y a la crítica literaria. Liberal moderado compartió tiempo con el movimiento romántico, aunque nunca se le ha considerado un escritor que respondiera a tal espíritu: culto, irónico y amante del sexo, el andaluz es considerado casi un epicureo. Valera está separado -y bastante- históricamente de Villaroel, descrito en el peldaño siguiente, el número seis.
Diego de Torres Villarroel (1694-1770) Escritor, poeta, dramaturgo, médico, matemático, sacerdote y catedrático de la Universidad de Salamanca a quien se atribuye una pintoresca leyenda. Tras huir de su casa hacia Portugal, el salmantino volvió a su ciudad natal, donde se dedicó a distintos oficios, entre ellos la escritura de almanaques y pronósticos anuales bajo el seudónimo de "El gran Piscator de Salamanca", género de periodismo popular del que fue uno de los fundadores y con el que se hizo famoso, ya que mucha gente recurría a él para saber del futuro. Parte de la leyenda de Torres tiene que ver con sus profecías, a las que —siempre a posteriori— se le atribuyeron notables aciertos. En el Almanaque de 1724 pronosticó con acierto la muerte del joven rey Luis I, que falleció el 31 de agosto de ese mismo año. Había profetizado que moriría en "el rigor del verano de 1724". Además también se le acusó de vaticinar el Motín de Esquilache y un pliego tardío suponía que había pronosticado la Revolución francesa.
Alonso Fernández de Avellaneda. Cuando acudimos al poeta y novelista Juan Bonilla -muy dado a colaborar con este periódico en ejercicios de este tipo-, el jerezano y Premio Vargas Llosa de Novela decidió llevarnos de vuelta al Siglo de Oro, con una misión: aclarar el misterio del autor al que se atribuye el falso Quijote. Considerando que Lope de Vega ha estado siempre en la quiniela de quién pudo ser Avellaneda, la ocasión la pintan calva para propiciar un nuevo encuentro de Amelia con el fénix de los ingenios. Además, Avellaneda es fundamental -según estudiosos como Jordi Gracia- en el espíritu metaliterario del segundo volumen del Quijote. ¿Podría desaparecer? Sea como sea, su aparición en 1614 fue decisiva. Impreso en Tarragona, al cuidado del librero Felipe Roberto, el Segundo tomo del ingenioso hidalgo Don Quixote de la Mancha, que contiene su tercera salida: y es la quinta parte de sus aventuras, compuesto por el licenciado Alonso Fernández de Avellaneda, natural de la villa de Tordesillas (título original) hace díptico con el clásico cervantino.
Gonzalo de Berceo (1195-1268) Es el primer poeta en lengua castellana, ensalzado por autores como Machado. "Mal comparado, es el Homero de nuestra lengua", asegura el poeta y filóso Juan Torres. Es el primer representante del llamado "mester de clerecía", escuela medieval de hombres de letras cuya principal aportación fue la difusión de la cultura latina. Berceo inauguró la senda de la poesía erudita, en contraposición con la desarrollada por la poesía épica popular y la de los juglares. Sus obras, escritas en cuaderna vía (estrofa de cuatro versos alejandrinos monorrimos) como era habitual en el «mester», son estrictamente religiosas y se suelen clasificar en tres grupos: vidas de santos, obras marianas y obras de temática religiosa más amplia, de tipo doctrinal.
Santa Teresa de Ávila (1515-1582). Santa Teresa fundó 17 conventos en 20 años: Ávila, Medina del Campo,Ciudad Real, Valladolid, Salamanca, Segovia, Jaén, Sevilla, Murcia, Granada... Los últimos tres –los de Burgos, Soria y Palencia- los fundó entre 1581 y 1582, el año de su muerte. "Santa Teresa habría sido muy buena empresaria y sin duda una gran líder", asegura Espido Freire a Vozpópuli al referirse a la fundadora de las Carmelitas descalzas, una mujer de cuyo nacimiento se cumplieron 500 años en 2015. Religiosa, mística, ideóloga, poeta y escritora, Teresa de Cepeda y Ahumada, una agraciada y noble joven abulense que abrazó la vocación religiosa por indicaciones de su padre, y terminó convirtiéndose en una de las figuras más complejas y esenciales de su época. ¿Qué hubiese pasado si ella hubiese cumplido con lo que la sociedad de su época le tenía deparado: ser madre y esposa como lo fueron sus hermanas?